Piëch intenta eternizarse como monarca en Volkswagen

A cuatro años de dejar la dirección ejecutiva, Ferdinand Piëch sigue tratando de imponerse sobre la cuarta (o quinta) automotriz mundial. Pese a su tradición familiar, parte de la junta supervisora no siente cómoda con el autócrata.

25 abril, 2006

Como en otras cosas, en ésta hay una historia. En septiembre, mientras Volkswagen travesaba un escándalo bastante picante, el directorio trataba de averiguar por qué estaban subiendo tanto las acciones de la empresa. Piëch no soltaba prenda. Ocurre que, sin saberlo la mayoría de la junta y el directorio, estaba asesorando a Porsche –autos deportivos- para que se convirtiera en accionista principal de VW.

Por supuesto, Piëch es un accionista relevante de Porsche y está en su directorio. El mismo que, poco antes, había votado en favor de tomar participación dominante en VW. El objeto del ambicioso ejecutivo era (y es) aumentar influencia en VW sin perderla en Porsche.

En ese proceso, Piëch –pertenece a uno clan legendario en la industria- ha chocado con uno de los mayores accionistas de VW, el estado de baja Sajonia. Además, suele dudar públicamente sobre las calificaciones de su sucesor en el cargo, Berndt Pischetsrieder (no exactamente un genio). Como si todo eso fuera poco, se plegó a los sindicatos durante un largo conflicto con la compañía, lo cual le ha valido la hostilidad de la canciller Angela Merkel, correligionaria suya.

Pero su propio legado es negativo. Durante su gestión, VW sufrió pérdidas de mercado en China –antes clave de sus negocios fuera de Europa- y Estados Unidos. En ambas, por insistir en privilegiar modelos de lujo (Phäeton, Audi). Así, las utilidades del grupo cedieron de € 2.900 millones en 2001 a 697 millones en 2004 y 1.100 millones en 2005. La semana pasada, la junta supervisora (no la directiva) se reunió dos días seguidos.

Tal era el clima que se resolvió postergar decisiones, entre ellas la suerte de Piëch y Pischetsrieder, para la semana próxima. El sesgo de la lucha será clave para Volkswagen. Desde hace mucho, Piëch quiere que la compañía se incline a automóviles más caros y tecnológicamente más complejos. Por el contrario, su sucesor prefiere reducir costos y tornar sus vehículos más asequibles al público, dentro o fuera de la Eurozona.

Obviamente, Piëch es fruto de su familia y su carrera. Ésta empezó cuando desarrollo el Porsche 917, que ganó en Le Mans (1970), ubicando la marca como seria rival de Maserati y Ferrari. Entretanto, la empresa era campo de batalla en peleas familiares, generalmente por cargos, rasgo desde la muerte de otro Ferdinando, el creador del Volkswagen (“coche popular”) en 1934, a pedido de Adolf Hitler.

Huyendo de tantas grescas, en 1972 pasó a Audi, división de VW (antes, era el extinto grupo Auto Union, de ahí los cuatro anillos en la marca) y consiguió transformarla en competidora de Mercedes-Benz. No era poco. En 1993, llegó a la dirección ejecutiva de VW, para enjugar pérdidas millonarias y evitar una bancarrota. Claro, el destino de VW era clave para Porsche Holdings (Austria), que distribuía VW en Europa oriental y sudoriental. Naturalmente, Piëch estaba en ese directorio.

Después de drásticos ajustes, entre ellos reducir de 36 a 28 horas la semana laboral, o sea la remuneración total por trabajador, pudo disminuir costos de mano de obra. A fines de los 90, eso le permitió salir de compras –uno de sus deportes favoritos- y, en pocos meses, tomó Lamborghini, Bugatti y Bentley. Sin duda, su mentalidad privilegia el lujo y no se interesa en el negocio masivo (es como Fiat se dedicase sólo a Ferrari, Lancia y Alfa Romeo). Cabe preguntarse cómo acabaría Volkswagen si quedase en manos de este autócrata.

Como en otras cosas, en ésta hay una historia. En septiembre, mientras Volkswagen travesaba un escándalo bastante picante, el directorio trataba de averiguar por qué estaban subiendo tanto las acciones de la empresa. Piëch no soltaba prenda. Ocurre que, sin saberlo la mayoría de la junta y el directorio, estaba asesorando a Porsche –autos deportivos- para que se convirtiera en accionista principal de VW.

Por supuesto, Piëch es un accionista relevante de Porsche y está en su directorio. El mismo que, poco antes, había votado en favor de tomar participación dominante en VW. El objeto del ambicioso ejecutivo era (y es) aumentar influencia en VW sin perderla en Porsche.

En ese proceso, Piëch –pertenece a uno clan legendario en la industria- ha chocado con uno de los mayores accionistas de VW, el estado de baja Sajonia. Además, suele dudar públicamente sobre las calificaciones de su sucesor en el cargo, Berndt Pischetsrieder (no exactamente un genio). Como si todo eso fuera poco, se plegó a los sindicatos durante un largo conflicto con la compañía, lo cual le ha valido la hostilidad de la canciller Angela Merkel, correligionaria suya.

Pero su propio legado es negativo. Durante su gestión, VW sufrió pérdidas de mercado en China –antes clave de sus negocios fuera de Europa- y Estados Unidos. En ambas, por insistir en privilegiar modelos de lujo (Phäeton, Audi). Así, las utilidades del grupo cedieron de € 2.900 millones en 2001 a 697 millones en 2004 y 1.100 millones en 2005. La semana pasada, la junta supervisora (no la directiva) se reunió dos días seguidos.

Tal era el clima que se resolvió postergar decisiones, entre ellas la suerte de Piëch y Pischetsrieder, para la semana próxima. El sesgo de la lucha será clave para Volkswagen. Desde hace mucho, Piëch quiere que la compañía se incline a automóviles más caros y tecnológicamente más complejos. Por el contrario, su sucesor prefiere reducir costos y tornar sus vehículos más asequibles al público, dentro o fuera de la Eurozona.

Obviamente, Piëch es fruto de su familia y su carrera. Ésta empezó cuando desarrollo el Porsche 917, que ganó en Le Mans (1970), ubicando la marca como seria rival de Maserati y Ferrari. Entretanto, la empresa era campo de batalla en peleas familiares, generalmente por cargos, rasgo desde la muerte de otro Ferdinando, el creador del Volkswagen (“coche popular”) en 1934, a pedido de Adolf Hitler.

Huyendo de tantas grescas, en 1972 pasó a Audi, división de VW (antes, era el extinto grupo Auto Union, de ahí los cuatro anillos en la marca) y consiguió transformarla en competidora de Mercedes-Benz. No era poco. En 1993, llegó a la dirección ejecutiva de VW, para enjugar pérdidas millonarias y evitar una bancarrota. Claro, el destino de VW era clave para Porsche Holdings (Austria), que distribuía VW en Europa oriental y sudoriental. Naturalmente, Piëch estaba en ese directorio.

Después de drásticos ajustes, entre ellos reducir de 36 a 28 horas la semana laboral, o sea la remuneración total por trabajador, pudo disminuir costos de mano de obra. A fines de los 90, eso le permitió salir de compras –uno de sus deportes favoritos- y, en pocos meses, tomó Lamborghini, Bugatti y Bentley. Sin duda, su mentalidad privilegia el lujo y no se interesa en el negocio masivo (es como Fiat se dedicase sólo a Ferrari, Lancia y Alfa Romeo). Cabe preguntarse cómo acabaría Volkswagen si quedase en manos de este autócrata.

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