Los empresarios deberían leer historia

Mirar el pasado es útil porque todos tenemos una historia. La tienen los países y también las personas. Y esa historia nos da claves importantes al contarnos de mundos perdidos y del origen de las actitudes que moldearon nuestra personalidad.

28 enero, 2002

El primer paso para comprender el accionar de una organización es analizar su origen, sus motivaciones, el sueño de sus creadores. Esto quiere decir estudiar su historia. La gente que allí trabaja también tiene historia: empleados, colegas, clientes…. todos. Son historias que están en permanente interacción, razón por la cual la persona que aspire a guiar el trabajo de ese grupo de personas no puede ignorarlas.

En tanto supone una permanente reflexión sobre la naturaleza y el comportamiento humano, hecha desde la experiencia realmente vivida, la ciencia histórica se nos muestra como un cúmulo abundante y variado de experiencias individuales y sociales, de diálogo con personas concretas, de explicación de hechos reales.

La vida se encierra en el discurrir de la historia. No parece razonable que un directivo con responsabilidad se pueda permitir el lujo de perder el potencial que semejante conocimiento comporta.

Si el directivo empresarial debe ser un experto en el conocimiento humano para poder dirigir personas, el conocimiento de la historia le proporciona una permanente información adecuada a las circunstancias más variadas. No se trata sólo de algo más profundo y permanente, que debe estar en la base de la actitud de cualquier directivo consciente. El contacto asiduo con los libros de historia permite conocer a las personas, reflexionar sobre sus hechos, sobre lo positivo y sobre lo negativo; valorar las consecuencias de las acciones humanas, calibrar la importancia de los contextos, sopesar el papel de las instituciones.

Los libros de historia están plagados de experiencias humanas. Si el libro cuenta la historia del país en que vivimos, encerrará sin duda claves para entender cómo hemos llegado a ser como somos, cómo se ha ido forjando nuestro carácter como pueblo, cómo, cuándo y de qué forma se fueron formando los valores que han llegado hasta nosotros, cuál fue la forma que adoptaban nuestros antepasados para solucionar sus problemas.

Todo eso y mucho más nos da la historia. Nos habla de mundos perdidos que podríamos recuperar; nos explica el origen de ciertas actitudes que hoy damos por sentadas y creemos inamovibles.

Hoy, por ejemplo, los teóricos de la organización empresarial defienden paradigmas de inclusión, cooperación o comunicación que han tenido vigencia en épocas anteriores y que se perdieron en los últimos siglos. Un conocimiento más preciso de la historia habría evitado esa pérdida, o facilitaría una más rápida y mejor actualizada recuperación.

El pasado nos muestra modelos

Los problemas económicos y empresariales de nuestros días se ven iluminados por el conocimiento que se desprende de la experiencia histórica. Ante el reto de la globalización, por ejemplo, se puede pensar que no es la primera vez que un proceso de este estilo sucede. El descubrimiento por los europeos de nuevos mundos fue un proceso de globalización. La magnitud es distinta, como también la tecnología que lo permite. Éstos son los factores que cambian. Pero el proceso es similar y, sobre todo, lo son las personas. Ahí hay más factores de continuidad porque la naturaleza humana es básicamente la misma. Por eso, la historia nos permite comparar, hacer analogías, que resultan extremadamente ilustrativas.

Globalización es salir hacia mundos nuevos. En la historia europea más reciente, América, en general, es por antonomasia el paradigma de un mundo nuevo. Fue un experimento renovador porque aquí los europeos trajeron su iniciativa individual, sus deseos de prosperar, su fe, su cultura, su ambición y su idea de la organización. En contraste con este Nuevo Mundo, los europeos y norteamericanos del siglo XIX realizaron un imperialismo con frecuencia despiadado y llevaron a otros nuevos lugares un ansia de aprovechamiento económico y de control político que aunque generó algunos beneficios económicos, pronto empezó a dar numerosos problemas sociales y políticos que hoy día siguen sin resolverse.

Nuestro nuevo mundo de la globalización será de verdad un mundo mejor en la medida en que elijamos el mejor modelo histórico, aquel en el que las personas son consideradas como tales, en el que se pueden desarrollar nuevas sociedades en colaboración, lo cual quiere decir en libertad. Unas sociedades donde no haya exclusiones de hecho en las que todos ganen.

El primer paso para comprender el accionar de una organización es analizar su origen, sus motivaciones, el sueño de sus creadores. Esto quiere decir estudiar su historia. La gente que allí trabaja también tiene historia: empleados, colegas, clientes…. todos. Son historias que están en permanente interacción, razón por la cual la persona que aspire a guiar el trabajo de ese grupo de personas no puede ignorarlas.

En tanto supone una permanente reflexión sobre la naturaleza y el comportamiento humano, hecha desde la experiencia realmente vivida, la ciencia histórica se nos muestra como un cúmulo abundante y variado de experiencias individuales y sociales, de diálogo con personas concretas, de explicación de hechos reales.

La vida se encierra en el discurrir de la historia. No parece razonable que un directivo con responsabilidad se pueda permitir el lujo de perder el potencial que semejante conocimiento comporta.

Si el directivo empresarial debe ser un experto en el conocimiento humano para poder dirigir personas, el conocimiento de la historia le proporciona una permanente información adecuada a las circunstancias más variadas. No se trata sólo de algo más profundo y permanente, que debe estar en la base de la actitud de cualquier directivo consciente. El contacto asiduo con los libros de historia permite conocer a las personas, reflexionar sobre sus hechos, sobre lo positivo y sobre lo negativo; valorar las consecuencias de las acciones humanas, calibrar la importancia de los contextos, sopesar el papel de las instituciones.

Los libros de historia están plagados de experiencias humanas. Si el libro cuenta la historia del país en que vivimos, encerrará sin duda claves para entender cómo hemos llegado a ser como somos, cómo se ha ido forjando nuestro carácter como pueblo, cómo, cuándo y de qué forma se fueron formando los valores que han llegado hasta nosotros, cuál fue la forma que adoptaban nuestros antepasados para solucionar sus problemas.

Todo eso y mucho más nos da la historia. Nos habla de mundos perdidos que podríamos recuperar; nos explica el origen de ciertas actitudes que hoy damos por sentadas y creemos inamovibles.

Hoy, por ejemplo, los teóricos de la organización empresarial defienden paradigmas de inclusión, cooperación o comunicación que han tenido vigencia en épocas anteriores y que se perdieron en los últimos siglos. Un conocimiento más preciso de la historia habría evitado esa pérdida, o facilitaría una más rápida y mejor actualizada recuperación.

El pasado nos muestra modelos

Los problemas económicos y empresariales de nuestros días se ven iluminados por el conocimiento que se desprende de la experiencia histórica. Ante el reto de la globalización, por ejemplo, se puede pensar que no es la primera vez que un proceso de este estilo sucede. El descubrimiento por los europeos de nuevos mundos fue un proceso de globalización. La magnitud es distinta, como también la tecnología que lo permite. Éstos son los factores que cambian. Pero el proceso es similar y, sobre todo, lo son las personas. Ahí hay más factores de continuidad porque la naturaleza humana es básicamente la misma. Por eso, la historia nos permite comparar, hacer analogías, que resultan extremadamente ilustrativas.

Globalización es salir hacia mundos nuevos. En la historia europea más reciente, América, en general, es por antonomasia el paradigma de un mundo nuevo. Fue un experimento renovador porque aquí los europeos trajeron su iniciativa individual, sus deseos de prosperar, su fe, su cultura, su ambición y su idea de la organización. En contraste con este Nuevo Mundo, los europeos y norteamericanos del siglo XIX realizaron un imperialismo con frecuencia despiadado y llevaron a otros nuevos lugares un ansia de aprovechamiento económico y de control político que aunque generó algunos beneficios económicos, pronto empezó a dar numerosos problemas sociales y políticos que hoy día siguen sin resolverse.

Nuestro nuevo mundo de la globalización será de verdad un mundo mejor en la medida en que elijamos el mejor modelo histórico, aquel en el que las personas son consideradas como tales, en el que se pueden desarrollar nuevas sociedades en colaboración, lo cual quiere decir en libertad. Unas sociedades donde no haya exclusiones de hecho en las que todos ganen.

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