Las listas de casamiento

Las listas abiertas han terminado con el placer de regalar. Los invitados pueden elegir un reloj de pared y sin querer terminan haciendo un minúsculo aporte para la compra de un sillón de tres cuerpos. El negocio es hoy una transacción financiera.

25 febrero, 2001

El negocio de la venta de regalos de casamiento casi se ha convertido en una operación financiera. Ha evolucionado tanto en los últimos treinta años que muy poco tiene que ver con aquella aventura (y riesgo) de comprar. Antes, los invitados a una boda elegían su regalo para la pareja sobre la base de tres parámetros: su relación con los contrayentes, su gusto personal y su presupuesto. Esto a veces significaba, para los regalados, el riesgo de recibir tres juegos de copas y 20 fuentes.

Por eso el paso siguiente fue recibido por el público comprador con cierta resignación pero bastante comprensión. Los novios confeccionaban una lista en la que incluían todos los elementos que estimaban necesarios y / o bellos para equipar su hogar. El margen de elección, para los compradores, se había reducido pero existía. Todavía era posible poner el entusiasmo y cariño con que se decide siempre un regalo. El objeto comprado llegaba a manos de los destinatarios envuelto en papel de seda y la infaltable tarjeta con el nombre y los buenos deseos de amigos, familiares o conocidos.

Hoy las parejas pueden optar entre dos tipos de listas: “abiertas” y “cerradas”. Las cerradas son las tradicionales: los contrayentes eligen los objetos, los invitados los compran, los contrayentes los reciben.

El salto cualitativo lo dieron las listas “abiertas”. En ellas puede haber cuatro modelos diferentes de licuadoras, tres de aspiradoras, cuatro equipos de sonido y tres lavarropas. ¿Es que la pareja piensa tener todo eso en su casa? Claro que no.

En realidad, las casas de comercio, con bastante astucia, proponen a las parejas algo difícil de rechazar. “Dejen que la gente compre de aquí todo lo que quiera. Incluso el mismo lavarropas puede ser comprado cinco veces. Al final sumamos el monto de todas esas compras y, con ese crédito a favor, ustedes pueden comprar – ahora sí — “lo que quieren”. ¿Y si el crédito supera las necesidades de compra? Pues nada, queda para ser usado más adelante.

El negocio es redondo. A la gente que va en busca de un regalo nunca se le dice que algo está vendido porque en realidad todas las transacciones son una compra-venta aparente. Los novios usan luego su crédito para comprar allí mismo lo que quieren y, si les queda resto, lo dejan para comprar otros regalos hasta acabar con su saldo.

La compra de un regalo de casamiento, entonces, se ha convertido en una farsa. No hay ni regalo ni paquete. Sólo hay una pequeña, mediana o grande inversión de dinero. ¿Satisfacción para el que regala? Cero. ¿Satisfacción para quienes reciben? Sólo en la medida que logran comprar lo que desean. Se pierden, sin embargo, la alegría de abrir la puerta y encontrarse con una caja.

Quienes nada pierden son los comerciantes.

Analía Kurkes
MERCADO

El negocio de la venta de regalos de casamiento casi se ha convertido en una operación financiera. Ha evolucionado tanto en los últimos treinta años que muy poco tiene que ver con aquella aventura (y riesgo) de comprar. Antes, los invitados a una boda elegían su regalo para la pareja sobre la base de tres parámetros: su relación con los contrayentes, su gusto personal y su presupuesto. Esto a veces significaba, para los regalados, el riesgo de recibir tres juegos de copas y 20 fuentes.

Por eso el paso siguiente fue recibido por el público comprador con cierta resignación pero bastante comprensión. Los novios confeccionaban una lista en la que incluían todos los elementos que estimaban necesarios y / o bellos para equipar su hogar. El margen de elección, para los compradores, se había reducido pero existía. Todavía era posible poner el entusiasmo y cariño con que se decide siempre un regalo. El objeto comprado llegaba a manos de los destinatarios envuelto en papel de seda y la infaltable tarjeta con el nombre y los buenos deseos de amigos, familiares o conocidos.

Hoy las parejas pueden optar entre dos tipos de listas: “abiertas” y “cerradas”. Las cerradas son las tradicionales: los contrayentes eligen los objetos, los invitados los compran, los contrayentes los reciben.

El salto cualitativo lo dieron las listas “abiertas”. En ellas puede haber cuatro modelos diferentes de licuadoras, tres de aspiradoras, cuatro equipos de sonido y tres lavarropas. ¿Es que la pareja piensa tener todo eso en su casa? Claro que no.

En realidad, las casas de comercio, con bastante astucia, proponen a las parejas algo difícil de rechazar. “Dejen que la gente compre de aquí todo lo que quiera. Incluso el mismo lavarropas puede ser comprado cinco veces. Al final sumamos el monto de todas esas compras y, con ese crédito a favor, ustedes pueden comprar – ahora sí — “lo que quieren”. ¿Y si el crédito supera las necesidades de compra? Pues nada, queda para ser usado más adelante.

El negocio es redondo. A la gente que va en busca de un regalo nunca se le dice que algo está vendido porque en realidad todas las transacciones son una compra-venta aparente. Los novios usan luego su crédito para comprar allí mismo lo que quieren y, si les queda resto, lo dejan para comprar otros regalos hasta acabar con su saldo.

La compra de un regalo de casamiento, entonces, se ha convertido en una farsa. No hay ni regalo ni paquete. Sólo hay una pequeña, mediana o grande inversión de dinero. ¿Satisfacción para el que regala? Cero. ¿Satisfacción para quienes reciben? Sólo en la medida que logran comprar lo que desean. Se pierden, sin embargo, la alegría de abrir la puerta y encontrarse con una caja.

Quienes nada pierden son los comerciantes.

Analía Kurkes
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