La élite corporativa

La composición de las élites en la empresa y en el gobierno de Estados Unidos van por caminos diferentes. El análisis es complejo, pero a riesgo de simplificar, el despacho del CEO sigue habitado por hombres blancos.

30 noviembre, 2005

Las mujeres en altos cargos ejecutivos se cuentan con los dedos de la mano, mientras que el congreso de la nación tiene 81 miembros del sexo femenino. Hay más senadoras mujeres por Maine (dos) que mujeres al mando de las empresas que integran la famosa lista Fortune (ninguna).

Pero el cuadro de situación no es tan simple, opina el columnista David Leonhardt. Según su análisis, en formas menos obvias que raza y género, la élite corporativa se ha vuelto menos elitista y más diversa en los últimos 20 años, mientras su contrapartida en Washington se ha vuelto más homogénea.

Por más que ganen como reyes, los CEO actualmente provienen de un contexto económico más variado. Muchos son de origen humilde y no siempre traen – como antes era indispensable — diplomas obtenidos en las prestigiosas universidades de la “Ivy League” (las ocho universidades de la costa este que conjugan alto grado de selectividad con excelencia académica). Tampoco hace falta como antes tener como mínimo 50 años para aspirar al cargo máximo en una gran empresa.

Antes, Wall Street era un club donde no entraba cualquiera; hoy el club tiene acceso más abierto. El CEO de Bear Stearns, James Cayne, no tiene título universitario, por ejemplo. O sea que, con la notable excepción de sexo y color de piel, el molde para convertirse en CEO de empresas ha sido roto y por ahora no hay otro que lo reemplace.

El escenario es diferente en Washington, donde los líderes políticos son ricos, de más edad y, por lo general, han egresado de universidades caras. Por eso, en cierta medida, parecería que los dirigentes de empresas reflejan más fielmente que los políticos el cuadro del resto de la sociedad. Es, razona Leonhardt, como si hubieran aparecido dos meritocracias. Las altas capas empresariales se mantienen cerradas a mujeres y minorías. Pero también premia habilidades que no requieren una formación necesariamente privilegiada. Es un medio donde se reconoce que las habilidades de liderazgo no siempre tienen que ver con capacidad técnica.

Pero en el sistema político las reglas para avanzar son diferentes. Se parecen al duro proceso de admisión a las universidades, donde mujeres y minorías tienen más éxito ahora que antaño.
Allí, el poder económico es más importante que antes y las habilidades técnicas y analíticas pesan a la hora de postularse para la Suprema Corte, por ejemplo.

En realidad, pareciera que el ámbito empresarial y el político transitan en direcciones opuestas. En 1980, 23% de los directores ejecutivos de grandes empresas habían asistido a las ocho universidades de la Ivy League; en el ámbito del Senado, sólo 13% provenía de la liga del prestigio. O sea que la empresa era más elitista que el gobierno. Hoy, ambos grupos cambiaron de lugar. El número de senadores educados en las mejores universidades subió a 16. Y entre los CEO de las 500 empresas listadas por Standard & Poor’s la proporción cayó a 10%.

Esto es especialmente revelador porque las universidades de la costa este han cambiado bastante poco – en términos económicos – en las últimas generaciones. Lo mismo ocurre con otros institutos académicos. En Harvard, por ejemplo, el ingreso familiar promedio era el año pasado de unos US$ 150.000. last year, financial aid forms suggest.
De modo que las universidades permiten observar el cambio en los orígenes de clase en las élites de Estados Unidos. Y esos cambios dicen algo sobre el mundo empresarial y las mismas universidades.
En un tiempo cuando la economía no era tan brutalmente competitiva, cuando había menos comercio global y la tecnología aún no había derribado las fronteras entre las industrias, las emprseas se podían dar el lujo de extraer a sus líderes de un reservorio relativamente limitado. Ése no es el caso ahora.
Ese cambio no se limita a Estados Unidos. el número de altos ejecutivos en el Reino Unido que se graduaron en sus universidades más prestigiosas, Oxford yCambridge, viene declinando desde 1992, según The Economist .
Por otra parte, los egresados de las Ivy o similares, cada vez muestran menos interés en las empresas. Muchos estudiantes no encuentran atractivos para sus habilidades los cargos empresariales y se vuelcan hacia lo legal, la consultoría o la gestión de operaciones financieras. Esos cambos tienden a valorar las habilidades en las que los estudiantes siempre decollan. Los emiembros de minorías les va mejor en estas profesiones eque en las empresas. Los sueldos suelen ser más altos para empleados jóvenes y los ascensos se obtienen más pronto.
“The most able students interested in business are increasingly finding their way into entrepreneurial activity, into financial services, into high tech and into consulting,” Lawrence H. Summers, Harvard´s president, said. “Joining large organizations is no longer the major choice for students interested in business.”
Los cargos en el gobierno les interesan más. No sólo el gobierno les interesa más sino que además postularse para algún cargo suele requerir más dinero, algo más común entre estudiantes y exalumnos de las grandes universidades. Muchos candidatos gastan cientos de miles de dólares en sus campañas. A los votantes, por su parte, les importa menos los antecedentes económicos, religiosos o de otro tipo de los candidatos.

Las mujeres en altos cargos ejecutivos se cuentan con los dedos de la mano, mientras que el congreso de la nación tiene 81 miembros del sexo femenino. Hay más senadoras mujeres por Maine (dos) que mujeres al mando de las empresas que integran la famosa lista Fortune (ninguna).

Pero el cuadro de situación no es tan simple, opina el columnista David Leonhardt. Según su análisis, en formas menos obvias que raza y género, la élite corporativa se ha vuelto menos elitista y más diversa en los últimos 20 años, mientras su contrapartida en Washington se ha vuelto más homogénea.

Por más que ganen como reyes, los CEO actualmente provienen de un contexto económico más variado. Muchos son de origen humilde y no siempre traen – como antes era indispensable — diplomas obtenidos en las prestigiosas universidades de la “Ivy League” (las ocho universidades de la costa este que conjugan alto grado de selectividad con excelencia académica). Tampoco hace falta como antes tener como mínimo 50 años para aspirar al cargo máximo en una gran empresa.

Antes, Wall Street era un club donde no entraba cualquiera; hoy el club tiene acceso más abierto. El CEO de Bear Stearns, James Cayne, no tiene título universitario, por ejemplo. O sea que, con la notable excepción de sexo y color de piel, el molde para convertirse en CEO de empresas ha sido roto y por ahora no hay otro que lo reemplace.

El escenario es diferente en Washington, donde los líderes políticos son ricos, de más edad y, por lo general, han egresado de universidades caras. Por eso, en cierta medida, parecería que los dirigentes de empresas reflejan más fielmente que los políticos el cuadro del resto de la sociedad. Es, razona Leonhardt, como si hubieran aparecido dos meritocracias. Las altas capas empresariales se mantienen cerradas a mujeres y minorías. Pero también premia habilidades que no requieren una formación necesariamente privilegiada. Es un medio donde se reconoce que las habilidades de liderazgo no siempre tienen que ver con capacidad técnica.

Pero en el sistema político las reglas para avanzar son diferentes. Se parecen al duro proceso de admisión a las universidades, donde mujeres y minorías tienen más éxito ahora que antaño.
Allí, el poder económico es más importante que antes y las habilidades técnicas y analíticas pesan a la hora de postularse para la Suprema Corte, por ejemplo.

En realidad, pareciera que el ámbito empresarial y el político transitan en direcciones opuestas. En 1980, 23% de los directores ejecutivos de grandes empresas habían asistido a las ocho universidades de la Ivy League; en el ámbito del Senado, sólo 13% provenía de la liga del prestigio. O sea que la empresa era más elitista que el gobierno. Hoy, ambos grupos cambiaron de lugar. El número de senadores educados en las mejores universidades subió a 16. Y entre los CEO de las 500 empresas listadas por Standard & Poor’s la proporción cayó a 10%.

Esto es especialmente revelador porque las universidades de la costa este han cambiado bastante poco – en términos económicos – en las últimas generaciones. Lo mismo ocurre con otros institutos académicos. En Harvard, por ejemplo, el ingreso familiar promedio era el año pasado de unos US$ 150.000. last year, financial aid forms suggest.
De modo que las universidades permiten observar el cambio en los orígenes de clase en las élites de Estados Unidos. Y esos cambios dicen algo sobre el mundo empresarial y las mismas universidades.
En un tiempo cuando la economía no era tan brutalmente competitiva, cuando había menos comercio global y la tecnología aún no había derribado las fronteras entre las industrias, las emprseas se podían dar el lujo de extraer a sus líderes de un reservorio relativamente limitado. Ése no es el caso ahora.
Ese cambio no se limita a Estados Unidos. el número de altos ejecutivos en el Reino Unido que se graduaron en sus universidades más prestigiosas, Oxford yCambridge, viene declinando desde 1992, según The Economist .
Por otra parte, los egresados de las Ivy o similares, cada vez muestran menos interés en las empresas. Muchos estudiantes no encuentran atractivos para sus habilidades los cargos empresariales y se vuelcan hacia lo legal, la consultoría o la gestión de operaciones financieras. Esos cambos tienden a valorar las habilidades en las que los estudiantes siempre decollan. Los emiembros de minorías les va mejor en estas profesiones eque en las empresas. Los sueldos suelen ser más altos para empleados jóvenes y los ascensos se obtienen más pronto.
“The most able students interested in business are increasingly finding their way into entrepreneurial activity, into financial services, into high tech and into consulting,” Lawrence H. Summers, Harvard´s president, said. “Joining large organizations is no longer the major choice for students interested in business.”
Los cargos en el gobierno les interesan más. No sólo el gobierno les interesa más sino que además postularse para algún cargo suele requerir más dinero, algo más común entre estudiantes y exalumnos de las grandes universidades. Muchos candidatos gastan cientos de miles de dólares en sus campañas. A los votantes, por su parte, les importa menos los antecedentes económicos, religiosos o de otro tipo de los candidatos.

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