Ética empresarial: ¿un oxímoron?

Personalidades de distintas áreas se reunieron convocadas por Wharton para desentrañar las causas que motivaron – y siguen motivando – los escándalos empresariales que desde 2001 desprestigian la imagen de las grandes empresas en Estados Unidos.

6 febrero, 2004

La escuela de negocios Wharton reunió a expertos en ética empresarial, un especialista en historia de la empresa y un ejecutivo de Wall Street para tratar de comprender por qué Estados Unidos sigue descubriendo estafas en las corporaciones más prestigiosas del país.

Para darse una idea del alcance que llegó a tener la epidemia de escándalos que mancilló a Wall Street y a las empresas nacionales en los últimos años – fue el planteo inicial de Wharton — basta con hacer el recuento de alguna de la gente que se declaró culpable, renunció en forma forzada o que está siendo investigada: Kenneth Lay, Andrew Fastow y Jeffrey Skilling of Enron, Jack Grubman de Citigroup, Bernard Ebbers de WorldCom, L. Dennis Kozlowski de Tyco, John Rigas de Adelphia Communications, Joseph Bernardino de Arthur Andersen, Gary Winnick de Global Crossing, Martin Grass de Rite Aid, Richard Grasso de la New York Stock Exchange, Samuel Waksal de ImClone y su amiga, la empresaria Martha Stewart.

La hipótesis presentada por la escuela para iniciar las conversaciones, fue que luego de las medidas correctoras adoptadas en 2003, se podría haber pensado que desaparecerían los escándalos. Pero no fue así. En los últimos meses, se supo de supuestas prácticas ilegales o no éticas en el sector de fondos mutuales, más precisamente en compañías como Strong Funds, Putnam Funds ( ex Prudential Securities) y otras 20 firmas financieras o más. En diciembre renunció Phil Condit a la dirección ejecutiva de Boeing, a consecuencias de una investigación sobre lazos poco éticos entre el “lobby” de Boeing y ex funcionarios del Pentágono.

¿Qué fue lo que descerrajó semejante diluvio de prácticas indebidas – que van desde remuneraciones multimillonarias hasta maniobras directamente delictivas?¿Por qué hubo tanta gente dispuesta a hacer la vista gorda a la venta de información clasificada por parte de analistas de bolsa para favorecer a colegas empresarios?¿Por qué una empresaria como Martha Stewart pondría en peligro su considerable fortuna y su marca por la irrisoria suma de US$ 45.000 dólares, que es lo que aparentemente ganó usando información clasificada?

Según los analistas convocados, hay muchos factores que ayudan a entender lo que ha estado pasando: Las tentaciones inherentes a la enorme cantidad de dinero que las empresas y las firmas de Wall Street manejaban en el “viva la pepa” de los ’90; las prácticas remuneratorias que fomentaban una mentalidad de corto plazo ligando el pago a los ejecutivos al valor de la acción; una arrogancia sin par que impulsó a los ejecutivos a creer que estaban autorizados a actuar “en el límite”; una idea equivocada de para qué existen las empresas en primer lugar; un alejamiento cada vez más marcado de los clientes; herramientas contables y financieras opacas para las que todavía no se habían redactado lineamientos éticos; directorios formados por personas que, por somnolencia o negligencia, permitieron que se cometieran tantas tropelías en sus propias narices y en muchos casos las aprobaron.

En opinión del especialista en ética Thomas Donaldson y el historiador Paul Tiffany, el país siempre ha tenido períodos de escándalos seguidos por nuevas leyes y regulaciones especiales para controlarlos. Los delitos siempre vuelven a aparecer después de un intervalo relativamente tranquilo.

Donaldson menciona dos situaciones capaces de provocar este tipo de disloques: uno es la depresión económica que viene tras la huella de un período de euforia. Cita la depresión del ’30 luego de los locos años ’20 y los escándalos actuales luego de la fiesta de los ’90 que se acabó en el 2000 con el desplome del precio de las acciones.

El segundo desencadenante pueden ser innovaciones en tecnología o en instrumentos financieros. “Algo parecido ocurre en la ética médica. Cuando aparece una nueva tecnología, como la fertilización in vitro, aparecen nuevos problemas porque a la moralidad pública le lleva tiempo asimilar y comprender lo que todavía no conoce bien.”

Las revelaciones sobre Michael Milken (el pionero de los bonos basura que en 1990 fue condenado a dos años de prisión por transacciones ilegales) tuvieron mucho que ver con la nueva práctica de usar bonos basura para financiar tomas hostiles de empresas. Lo mismo ocurrió en el escándalo de los ’90 sobre el uso de derivativos, que son complejos instrumentos financieros que muy pocos inversores entienden completamente. En el caso Enron, se usaron complejas estructuras contables para crear sociedades fuera de libro en un intento de esconder deuda y aparentar mayores ganancias. “Se trataba de nuevas medidas financieras. Nadie sabía a ciencia cierta cómo clasificarlas en el marco de la ética”.

Para Tiffany, el historiador, algo muy profundo interviene cuando se trata de explicar por qué ocurren los escándalos: la tensión que existe entre el ideal de los americanos en el siglo 18 (que la institución pequeña y descentralizada impide que aparezca la corrupción y tiranía del poder centralizado) y la realidad de la gran empresa con su figura central, el gerente profesional.

“La aparición de la gran empresa a fines del siglo 19 fue un abierto desafío a la manera tradicional de hacer negocios”, explica Tiffany-. “Antes, todo se hacía en pequeña escala, de modo que los individuos quedaban en libertad de hacer lo que quisieran. Las grandes empresas cambiaron todo. La idea del empresario ladrón apareció en la década de 1890, y con ella la de que Estados Unidos había sido copado por una caterva de bandidos.

Con los abusos del siglo 19 vino un nuevo sentido de responsabilidad social de las empresas: se podía confiar en que el gerente va a hacer lo correcto y no va a abusar del interés público en la persecución de la creación de riqueza privada. Estados Unidos no hizo nunca lo que Europa: nunca nacionalizó industrias para protegerlas del abuso. Pero justamente por eso es que la gran responsabilidad de los gerentes es hacer lo correcto”.

La otra idea que acompañó el surgimiento de la empresa moderna fue la de la responsabilidad limitada. En algunas formas de propiedad empresarial, todos los activos del propietario peligran en el caso de acción legal contra la organización. Pero con responsabilidad limitada, el accionista sólo responde proporcionalmente a la inversión que hizo en la compañía. Fue justamente la responsabilidad limitada la que fomentó la formación de corporaciones y la que sembró la semilla de posibles abusos porque alejó a los dueños del manejo diario y de la vigilancia.

A Lawrence Zicklin, presidente del directorio de la firma Neuberger Berman de Wall Street y profesor de gobierno de la empresa en Wharton, también le resulta difícil explicar los escándalos, especialmente los que atañen a fondos mutuales. Muchas firmas de Wall Street están actualmente distanciadas de sus clientes en lo que hace a la negociación diaria. “Prácticamente no vemos a los clientes, ellos son un simple número en la computadora”.

Pero Zicklin ve otros factores en juego: la naturaleza híper competitiva del negocio de los fondos mutuales y la predisposición de muchos ejecutivos a empujar las fronteras éticas hasta el límite.

Menciona, además, una razón más amplia para explicar la conducta delictiva: la erosión generalizada de la cultura moral en muchas empresas. En las estafas más recientes, los responsables actuaron impulsados por la tentación del dinero, pero no necesariamente para comprar más cosas, sino para inflar su auto-imagen. “Buscaban dinero como una forma de marcar el éxito”.

Thomas W. Dunfee, profesor de ética desde los ’70, maneja varias explicaciones posibles. En principio, no cree que el amor al dinero lo explique todo. Una explicación posible es que los responsables no alcanzaron a ver lo que hacían como un verdadero problema de ética. Otra explicación posible es que en su condición de personas de muy buena posición económica, se creyeron con derecho a hacer casi cualquier cosa. La reacción de Richard Grasso a la indignación del público sobre su paquete jubilatorio de US$ 140 millones fue: “No se dan cuenta de que yo hice muchas grandes cosas por la Bolsa. El paquete es una ganga.”

Ronald E. Berenbeim, director del grupo de trabajo del Conference Board sobre ética empresarial global, dice que el caso de Grasso subraya hasta qué punto los miembros del directorio de la Bolsa de Nueva York – y también otros directorios – han perdido contacto con la realidad en lo que se refiere a niveles de remuneración.

“Lo que pasó con Grasso es que había un puñado de personas sentadas a la mesa de ese directorio que no se pararon a pensar en lo inmensa que era esa cantidad de dinero y que creyeron, tal vez, que sería un papelón pagarle menos. A menos que logremos instalar una visión diferente sobre el aporte que hacen las empresas a la sociedad y del aporte que el CEO hace al desempeño de la compañía, esto no va a cambiar.”

R. Edward Freeman, director del Olsson Center for Applied Ethics en la escuela de negocios de la universidad de Virginia, dice que la idea según la cual el único objetivo de la gerencia es maximizar valor para el accionista ha sido llevada al límite. El management verdaderamente bueno, dice, es aquel que presta atención a los clientes; es el que busca ser un buen ciudadano en su comunidad. Si hace todo eso, ganará dinero.
Hay demasiada gente que piensa que “ética empresarial” es un oxímoron (o sea una contradicción en sus propios términos). “Está muy enraizado en nuestra cultura que el mundo de los negocios está habitado por una banda de sinvergüenzas que tratan de matarse unos a otros”.”Lo que está detrás de los escándalos es la separación de empresa y ética.

La escuela de negocios Wharton reunió a expertos en ética empresarial, un especialista en historia de la empresa y un ejecutivo de Wall Street para tratar de comprender por qué Estados Unidos sigue descubriendo estafas en las corporaciones más prestigiosas del país.

Para darse una idea del alcance que llegó a tener la epidemia de escándalos que mancilló a Wall Street y a las empresas nacionales en los últimos años – fue el planteo inicial de Wharton — basta con hacer el recuento de alguna de la gente que se declaró culpable, renunció en forma forzada o que está siendo investigada: Kenneth Lay, Andrew Fastow y Jeffrey Skilling of Enron, Jack Grubman de Citigroup, Bernard Ebbers de WorldCom, L. Dennis Kozlowski de Tyco, John Rigas de Adelphia Communications, Joseph Bernardino de Arthur Andersen, Gary Winnick de Global Crossing, Martin Grass de Rite Aid, Richard Grasso de la New York Stock Exchange, Samuel Waksal de ImClone y su amiga, la empresaria Martha Stewart.

La hipótesis presentada por la escuela para iniciar las conversaciones, fue que luego de las medidas correctoras adoptadas en 2003, se podría haber pensado que desaparecerían los escándalos. Pero no fue así. En los últimos meses, se supo de supuestas prácticas ilegales o no éticas en el sector de fondos mutuales, más precisamente en compañías como Strong Funds, Putnam Funds ( ex Prudential Securities) y otras 20 firmas financieras o más. En diciembre renunció Phil Condit a la dirección ejecutiva de Boeing, a consecuencias de una investigación sobre lazos poco éticos entre el “lobby” de Boeing y ex funcionarios del Pentágono.

¿Qué fue lo que descerrajó semejante diluvio de prácticas indebidas – que van desde remuneraciones multimillonarias hasta maniobras directamente delictivas?¿Por qué hubo tanta gente dispuesta a hacer la vista gorda a la venta de información clasificada por parte de analistas de bolsa para favorecer a colegas empresarios?¿Por qué una empresaria como Martha Stewart pondría en peligro su considerable fortuna y su marca por la irrisoria suma de US$ 45.000 dólares, que es lo que aparentemente ganó usando información clasificada?

Según los analistas convocados, hay muchos factores que ayudan a entender lo que ha estado pasando: Las tentaciones inherentes a la enorme cantidad de dinero que las empresas y las firmas de Wall Street manejaban en el “viva la pepa” de los ’90; las prácticas remuneratorias que fomentaban una mentalidad de corto plazo ligando el pago a los ejecutivos al valor de la acción; una arrogancia sin par que impulsó a los ejecutivos a creer que estaban autorizados a actuar “en el límite”; una idea equivocada de para qué existen las empresas en primer lugar; un alejamiento cada vez más marcado de los clientes; herramientas contables y financieras opacas para las que todavía no se habían redactado lineamientos éticos; directorios formados por personas que, por somnolencia o negligencia, permitieron que se cometieran tantas tropelías en sus propias narices y en muchos casos las aprobaron.

En opinión del especialista en ética Thomas Donaldson y el historiador Paul Tiffany, el país siempre ha tenido períodos de escándalos seguidos por nuevas leyes y regulaciones especiales para controlarlos. Los delitos siempre vuelven a aparecer después de un intervalo relativamente tranquilo.

Donaldson menciona dos situaciones capaces de provocar este tipo de disloques: uno es la depresión económica que viene tras la huella de un período de euforia. Cita la depresión del ’30 luego de los locos años ’20 y los escándalos actuales luego de la fiesta de los ’90 que se acabó en el 2000 con el desplome del precio de las acciones.

El segundo desencadenante pueden ser innovaciones en tecnología o en instrumentos financieros. “Algo parecido ocurre en la ética médica. Cuando aparece una nueva tecnología, como la fertilización in vitro, aparecen nuevos problemas porque a la moralidad pública le lleva tiempo asimilar y comprender lo que todavía no conoce bien.”

Las revelaciones sobre Michael Milken (el pionero de los bonos basura que en 1990 fue condenado a dos años de prisión por transacciones ilegales) tuvieron mucho que ver con la nueva práctica de usar bonos basura para financiar tomas hostiles de empresas. Lo mismo ocurrió en el escándalo de los ’90 sobre el uso de derivativos, que son complejos instrumentos financieros que muy pocos inversores entienden completamente. En el caso Enron, se usaron complejas estructuras contables para crear sociedades fuera de libro en un intento de esconder deuda y aparentar mayores ganancias. “Se trataba de nuevas medidas financieras. Nadie sabía a ciencia cierta cómo clasificarlas en el marco de la ética”.

Para Tiffany, el historiador, algo muy profundo interviene cuando se trata de explicar por qué ocurren los escándalos: la tensión que existe entre el ideal de los americanos en el siglo 18 (que la institución pequeña y descentralizada impide que aparezca la corrupción y tiranía del poder centralizado) y la realidad de la gran empresa con su figura central, el gerente profesional.

“La aparición de la gran empresa a fines del siglo 19 fue un abierto desafío a la manera tradicional de hacer negocios”, explica Tiffany-. “Antes, todo se hacía en pequeña escala, de modo que los individuos quedaban en libertad de hacer lo que quisieran. Las grandes empresas cambiaron todo. La idea del empresario ladrón apareció en la década de 1890, y con ella la de que Estados Unidos había sido copado por una caterva de bandidos.

Con los abusos del siglo 19 vino un nuevo sentido de responsabilidad social de las empresas: se podía confiar en que el gerente va a hacer lo correcto y no va a abusar del interés público en la persecución de la creación de riqueza privada. Estados Unidos no hizo nunca lo que Europa: nunca nacionalizó industrias para protegerlas del abuso. Pero justamente por eso es que la gran responsabilidad de los gerentes es hacer lo correcto”.

La otra idea que acompañó el surgimiento de la empresa moderna fue la de la responsabilidad limitada. En algunas formas de propiedad empresarial, todos los activos del propietario peligran en el caso de acción legal contra la organización. Pero con responsabilidad limitada, el accionista sólo responde proporcionalmente a la inversión que hizo en la compañía. Fue justamente la responsabilidad limitada la que fomentó la formación de corporaciones y la que sembró la semilla de posibles abusos porque alejó a los dueños del manejo diario y de la vigilancia.

A Lawrence Zicklin, presidente del directorio de la firma Neuberger Berman de Wall Street y profesor de gobierno de la empresa en Wharton, también le resulta difícil explicar los escándalos, especialmente los que atañen a fondos mutuales. Muchas firmas de Wall Street están actualmente distanciadas de sus clientes en lo que hace a la negociación diaria. “Prácticamente no vemos a los clientes, ellos son un simple número en la computadora”.

Pero Zicklin ve otros factores en juego: la naturaleza híper competitiva del negocio de los fondos mutuales y la predisposición de muchos ejecutivos a empujar las fronteras éticas hasta el límite.

Menciona, además, una razón más amplia para explicar la conducta delictiva: la erosión generalizada de la cultura moral en muchas empresas. En las estafas más recientes, los responsables actuaron impulsados por la tentación del dinero, pero no necesariamente para comprar más cosas, sino para inflar su auto-imagen. “Buscaban dinero como una forma de marcar el éxito”.

Thomas W. Dunfee, profesor de ética desde los ’70, maneja varias explicaciones posibles. En principio, no cree que el amor al dinero lo explique todo. Una explicación posible es que los responsables no alcanzaron a ver lo que hacían como un verdadero problema de ética. Otra explicación posible es que en su condición de personas de muy buena posición económica, se creyeron con derecho a hacer casi cualquier cosa. La reacción de Richard Grasso a la indignación del público sobre su paquete jubilatorio de US$ 140 millones fue: “No se dan cuenta de que yo hice muchas grandes cosas por la Bolsa. El paquete es una ganga.”

Ronald E. Berenbeim, director del grupo de trabajo del Conference Board sobre ética empresarial global, dice que el caso de Grasso subraya hasta qué punto los miembros del directorio de la Bolsa de Nueva York – y también otros directorios – han perdido contacto con la realidad en lo que se refiere a niveles de remuneración.

“Lo que pasó con Grasso es que había un puñado de personas sentadas a la mesa de ese directorio que no se pararon a pensar en lo inmensa que era esa cantidad de dinero y que creyeron, tal vez, que sería un papelón pagarle menos. A menos que logremos instalar una visión diferente sobre el aporte que hacen las empresas a la sociedad y del aporte que el CEO hace al desempeño de la compañía, esto no va a cambiar.”

R. Edward Freeman, director del Olsson Center for Applied Ethics en la escuela de negocios de la universidad de Virginia, dice que la idea según la cual el único objetivo de la gerencia es maximizar valor para el accionista ha sido llevada al límite. El management verdaderamente bueno, dice, es aquel que presta atención a los clientes; es el que busca ser un buen ciudadano en su comunidad. Si hace todo eso, ganará dinero.
Hay demasiada gente que piensa que “ética empresarial” es un oxímoron (o sea una contradicción en sus propios términos). “Está muy enraizado en nuestra cultura que el mundo de los negocios está habitado por una banda de sinvergüenzas que tratan de matarse unos a otros”.”Lo que está detrás de los escándalos es la separación de empresa y ética.

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