Escuchar es mucho más que oír

Escuchar no es lo mismo que oír. Los oídos captan voces, ideas, razonamientos, el contenido de una idea, la lógica de un argumento. Escuchar, en cambio, implica utilizar oídos, ojos y corazón para detectar intención, emoción y sentimientos del hablante

15 octubre, 2003

Una auténtica actitud de escucha estimula la comunicación. El objetivo
final del auténtico escuchar es comprender y ver el mundo tal como lo ve
y lo comprende la persona que habla. Prejuzgar – que es juzgar por adelantado
– evita el riesgo de tener que aceptar algún nuevo hecho o idea que implique
cambiar de opinión. Escuchar, en cambio, significa aceptar a las personas
tal como piensan y son, y darse cuenta de que cada uno es un mundo único
que es preciso entrever para entenderse. Y muy importante para escuchar con propiedad
es admitir que los demás también piensan que tienen razón.

Se trata de encontrar aquellas “razones del corazón que la razón
no entiende”. La razón parece ser el bien supremo. Pero en las relaciones
interpersonales el lenguaje de los sentimientos es mucho más poderoso
y motivador que el de la lógica. No obstante este lenguaje no puede hablarse
de manera creativa e inspiradora si primero no somos capaces de percibir lo
que “emite” el alma humana: la de los demás… y también
la nuestra.

Escuchar supone callarse. Un callarse que va más allá del no decir
nada, porque implica estar atento con todo nuestro ser. Es una actitud en la
que se aprehende al “otro” en su totalidad… Un estado en que se
reciben las palabras y lo que éstas no expresan, en que se capta lo que
se dice y la realidad profunda de la otra persona… ese mundo único
que cada uno somos. Una auténtica actitud de escucha estimula la comunicación.
Cuando se nos escucha auténticamente, tenemos tendencia a expresar más
cosas y con mayor profundidad y riqueza de detalles, que si se nos oye superficialmente.

Es el premio que nos sentimos inclinados a otorgar a quien nos presta esmerada
atención.

No es raro que el fundamento de la buena convivencia sea una gran disposición
para escuchar. El auténtico escuchar es lo más opuesto al rechazo
de lo ajeno, ya que su objetivo final es comprender y ver el mundo como lo ven
otras personas.
Se puede desarrollar la capacidad de escuchar..

Para aprender a escuchar

El proceso de la auténtica y genuina escucha a otra persona se apoya
en una elevada autoestima, que es el soporte de nuestra seguridad interior.
La razón primera por la que la mayoría de nosotros no escuchamos
con profundidad a los demás, es que tenemos miedo a ser influidos por
ellos. Ser influidos supone que se opere un cambio en nosotros; y los cambios
– lo reconozcamos o no – suelen atemorizarnos. Porque cambiar significa ir más
allá de nuestras pequeñas y confortables rutinas diarias, hacia
nuevos lugares donde tememos encontrar incertidumbres y zozobras. Además,
aquello que hacemos de manera automática no requiere pensar, mientras
que lo nuevo tal vez precise de este esfuerzo. Afrontar un cambio genera tensión,
e instintivamente huimos de toda clase de tensiones.

Para poder entregarse a escuchar a otras personas sobre cuestiones que nos
importan, y aceptar el hecho de que puede ser que nos veamos obligados a cambiar
nuestra manera de verlas, hay que tener un sólido conjunto de principios
y valores arraigado en nuestro corazón, formando el núcleo de
nuestra personalidad. Este núcleo que configura nuestro yo individual,
es el que nos capacita para ser productivos como personas y como profesionales.
La autoestima que nos otorga nuestra productividad es inviolable porque nos
pertenece intrínsecamente, y constituye nuestra identidad no importa
lo que digan los demás. Un fuerte sentido de la propia identidad permite
aceptar el cambio, porque no pone en peligro al “yo”.

Por otra parte, ser capaz de cambiar es una habilidad que hay que cultivar.
Quienes lo hacen, tratan de habituarse a dejar lo viejo concentrándose
en el potencial que encierra lo nuevo, que contemplan como otro hito en su camino
de crecimiento personal. Se preguntan, aun en la peor de las situaciones: ¿Cómo
transformar este peligro en oportunidad? William Shakespeare escribió:
“Los hombres sabios no se entretienen jamás en deplorar sus pérdidas,
sino que buscan con vigor alegre reparar los golpes de la mala fortuna”.

Es frecuente que se prefiera el prejuicio fácil con respecto a los
acontecimientos y a las personas, a la valentía y la paciencia que requiere
el verdadero escuchar. Prejuzgar – que es juzgar por adelantado – evita el riesgo
de tener que aceptar algún nuevo hecho o idea que implique cambiar de
opinión. Es más sencillo y cómodo dejarlo todo como está;
pero el precio que se paga por ello es vivir en la mentira.

El aprendizaje de la facultad de escuchar requiere pues no solamente acostumbrarse
a adoptar una actitud de escucha, sino también a reforzar nuestra seguridad
interior mediante el cultivo de nuestra propia persona. Afrontar la posibilidad
de cambiar resulta así menos amenazante. Escuchar es fácil para
quien vive su vida personal y profesional con profundidad y acierto en sus facetas
esenciales. Casi diríamos que para tal persona, el bien escuchar al prójimo
es una consecuencia natural.
Escuchar, en definitiva, no es tanto una cuestión de inteligencia como
de confiar en las otras personas. Significa aceptarlas tal como piensan y son,
y darse cuenta de que cada uno es un mundo único que es preciso entrever
para entenderse. Y muy importante para escuchar con propiedad es admitir que
los demás también piensan que tienen razón.

Tomado de
“Las 12 habilidades directivas clave”
Antonio Valls

Una auténtica actitud de escucha estimula la comunicación. El objetivo
final del auténtico escuchar es comprender y ver el mundo tal como lo ve
y lo comprende la persona que habla. Prejuzgar – que es juzgar por adelantado
– evita el riesgo de tener que aceptar algún nuevo hecho o idea que implique
cambiar de opinión. Escuchar, en cambio, significa aceptar a las personas
tal como piensan y son, y darse cuenta de que cada uno es un mundo único
que es preciso entrever para entenderse. Y muy importante para escuchar con propiedad
es admitir que los demás también piensan que tienen razón.

Se trata de encontrar aquellas “razones del corazón que la razón
no entiende”. La razón parece ser el bien supremo. Pero en las relaciones
interpersonales el lenguaje de los sentimientos es mucho más poderoso
y motivador que el de la lógica. No obstante este lenguaje no puede hablarse
de manera creativa e inspiradora si primero no somos capaces de percibir lo
que “emite” el alma humana: la de los demás… y también
la nuestra.

Escuchar supone callarse. Un callarse que va más allá del no decir
nada, porque implica estar atento con todo nuestro ser. Es una actitud en la
que se aprehende al “otro” en su totalidad… Un estado en que se
reciben las palabras y lo que éstas no expresan, en que se capta lo que
se dice y la realidad profunda de la otra persona… ese mundo único
que cada uno somos. Una auténtica actitud de escucha estimula la comunicación.
Cuando se nos escucha auténticamente, tenemos tendencia a expresar más
cosas y con mayor profundidad y riqueza de detalles, que si se nos oye superficialmente.

Es el premio que nos sentimos inclinados a otorgar a quien nos presta esmerada
atención.

No es raro que el fundamento de la buena convivencia sea una gran disposición
para escuchar. El auténtico escuchar es lo más opuesto al rechazo
de lo ajeno, ya que su objetivo final es comprender y ver el mundo como lo ven
otras personas.
Se puede desarrollar la capacidad de escuchar..

Para aprender a escuchar

El proceso de la auténtica y genuina escucha a otra persona se apoya
en una elevada autoestima, que es el soporte de nuestra seguridad interior.
La razón primera por la que la mayoría de nosotros no escuchamos
con profundidad a los demás, es que tenemos miedo a ser influidos por
ellos. Ser influidos supone que se opere un cambio en nosotros; y los cambios
– lo reconozcamos o no – suelen atemorizarnos. Porque cambiar significa ir más
allá de nuestras pequeñas y confortables rutinas diarias, hacia
nuevos lugares donde tememos encontrar incertidumbres y zozobras. Además,
aquello que hacemos de manera automática no requiere pensar, mientras
que lo nuevo tal vez precise de este esfuerzo. Afrontar un cambio genera tensión,
e instintivamente huimos de toda clase de tensiones.

Para poder entregarse a escuchar a otras personas sobre cuestiones que nos
importan, y aceptar el hecho de que puede ser que nos veamos obligados a cambiar
nuestra manera de verlas, hay que tener un sólido conjunto de principios
y valores arraigado en nuestro corazón, formando el núcleo de
nuestra personalidad. Este núcleo que configura nuestro yo individual,
es el que nos capacita para ser productivos como personas y como profesionales.
La autoestima que nos otorga nuestra productividad es inviolable porque nos
pertenece intrínsecamente, y constituye nuestra identidad no importa
lo que digan los demás. Un fuerte sentido de la propia identidad permite
aceptar el cambio, porque no pone en peligro al “yo”.

Por otra parte, ser capaz de cambiar es una habilidad que hay que cultivar.
Quienes lo hacen, tratan de habituarse a dejar lo viejo concentrándose
en el potencial que encierra lo nuevo, que contemplan como otro hito en su camino
de crecimiento personal. Se preguntan, aun en la peor de las situaciones: ¿Cómo
transformar este peligro en oportunidad? William Shakespeare escribió:
“Los hombres sabios no se entretienen jamás en deplorar sus pérdidas,
sino que buscan con vigor alegre reparar los golpes de la mala fortuna”.

Es frecuente que se prefiera el prejuicio fácil con respecto a los
acontecimientos y a las personas, a la valentía y la paciencia que requiere
el verdadero escuchar. Prejuzgar – que es juzgar por adelantado – evita el riesgo
de tener que aceptar algún nuevo hecho o idea que implique cambiar de
opinión. Es más sencillo y cómodo dejarlo todo como está;
pero el precio que se paga por ello es vivir en la mentira.

El aprendizaje de la facultad de escuchar requiere pues no solamente acostumbrarse
a adoptar una actitud de escucha, sino también a reforzar nuestra seguridad
interior mediante el cultivo de nuestra propia persona. Afrontar la posibilidad
de cambiar resulta así menos amenazante. Escuchar es fácil para
quien vive su vida personal y profesional con profundidad y acierto en sus facetas
esenciales. Casi diríamos que para tal persona, el bien escuchar al prójimo
es una consecuencia natural.
Escuchar, en definitiva, no es tanto una cuestión de inteligencia como
de confiar en las otras personas. Significa aceptarlas tal como piensan y son,
y darse cuenta de que cada uno es un mundo único que es preciso entrever
para entenderse. Y muy importante para escuchar con propiedad es admitir que
los demás también piensan que tienen razón.

Tomado de
“Las 12 habilidades directivas clave”
Antonio Valls

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