¿El fin de la privacidad?

El paso al futuro en la red no debe implicar la abolición de logros fundamentales de la democracia. Y, sin embargo, las coordenadas culturales están cambiando velozmente.

7 agosto, 2001

Los datos de las cuentas en la Internet los pueden leer quien quiera, se lee a menudo en los periódicos. Un nuevo componente cotidiano de la sociedad de la información, es que los datos más personales están a disposición de todo el mundo. Trátese de historiales clínicos digitales, de registros de antecedentes penales almacenados de forma electrónica o preferencias individuales. La esfera privada, un elemento central de la sociedad civil, corre el riesgo de desaparecer ante el embate de las leyes propias que rigen la Internet. Puesto que en la red no se puede hablar de protección de datos; en ella, algunos tiburones que devoran datos están recopilando informaciones sobre personas particulares combinándolos a continuación para obtener biografías virtuales muy diferenciadas. Para estos aventureros, el hombre transparente ya es, hace tiempo, factible.

Pero es cierto que hasta ahora la política no ha presentado ningún proyecto que saque las lecciones adecuadas de la vigilancia masiva que se cierne sobre la esfera privada en la red. En verdad, para ser exactos habría que hablar de una esfera privada que se está “subdividiendo”, ya que debemos diferenciar entre una esfera privada protegida con los mecanismos convencionales del Estado de derecho, y una esfera privada sujeta a los ataques anónimos en la red. Un buen Gobierno en la época de la Internet deberá encarar, como una de sus principales tareas, el desmoronamiento de la opinión pública, de cuyos escombros surgen diferentes “opiniones públicas en la red”. Como demuestran algunos sondeos, muchos internautas están convencidos de que sus paseos virtuales están siendo observados – pero, sin embargo, siguen navegando por la red. El internauta tampoco sabe cuáles informaciones están siendo recopiladas. Tampoco puede saber si esas informaciones son veraces o erróneas, ni quién tiene acceso a ellas. Y si las informaciones que él envía son manipuladas o copiadas, también se escapa a su conocimiento.

El hombre transparente es ya una realidad

En Alemania, la Federación de Asociaciones de Consumidores ha estudiado cuáles “huellas de datos” deja ir de compras por la red. El resultado es sorprendente: en la red las firmas ya no piden sólo el nombre o la dirección si alguien quiere comprar, por ejemplo, un libro. Ya es rutina que el usuario deba comunicar el número de su tarjeta de crédito y su cuenta bancaria, o revele su historial clínico y los medicamentos que consume. Y solamente muy pocas firmas indican qué hacen con estos datos personales. ¿Cuál consecuencia hay que extraer de ello? Sobre todo cuestionar la situación que hace posible una erupción digital de estas dimensiones. Sin embargo, algunos afirman: ¿Para qué tantos aspavientos, con qué sentido? El ciudadano del mañana quiere enviar y recibir su correspondencia por vía electrónica, quiere ir de compras por la red y charlar en los espacios de la Web. También quiere efectuar sus negocios bancarios en la red y, cómodamente sentado en su sillón, hacer los trámites en las oficinas públicas. Y en poco tiempo más podrá, incluso, votar electrónicamente. Todo ello, se nos promete, será la “nueva vida en el ciberespacio”.

Llama la atención la estrechez de este criterio. Quien pueda considerar la sociedad y su compleja vida cotidiana – el diálogo democrático, la necesaria búsqueda de alternativas – únicamente desde la perspectiva de los nuevos medios, tendrá una visión del porvenir fatalmente filtrada por un concepto digital del mundo. Ese espectador podrá apreciar la vida solamente por medio de unas gafas provistas de un código binario. Esa comprensión tecnológica del mundo y del hombre es responsable de que el nuevo auge digital se presente con un criterio tan reduccionista, y en el sentido literal del la palabra, asocial. Aquí, donde de forma evidente chocan la sociedad civil y la revolución digital con su pretensión de poderío absoluto, aun no sometida a reglas a reglas culturales, se decidirá el futuro de la civilización occidental. Lo que no podemos saber es si ese choque de las culturas puede ser resuelto mediante mecanismos inmanentes al sistema. Todavía la política no reacciona ante las preocupaciones del ciudadano que no quiere ser internauta pero que, contra su voluntad, se ve obligado a entregar sus datos personales. Actualmente, este ciudadano debe suponer que la entidad que se apodera de sus datos hará poco o nada para proteger las informaciones que se le han confiado.- ¿Y qué sucede con el ciberciudadano cuando está navegando por la red? Con cada clic en una página entrega informaciones sobre sí mismo y su computadora, que a continuación son “cosechadas” por motores especiales de búsqueda, protocolizadas en servidores y clasificadas con programas de evaluación. De esta integración de diferentes informaciones personales se destilan los perfiles de usuarios y comportamientos, que son una mercadería muy codiciada.

Los encargados de la protección de datos temen hace ya tiempo que algunas biografías con datos íntimos aterricen en el escritorio de los jefes. En los “Data-Warehouses-ongressos” se discuten los mejores métodos para destilar de esos datos íntimos recogidos en la red perfiles de comportamiento. Estas prácticas nos llevan a postular un nuevo principio: ningún dato privado puede ser protegido a priori de las miradas curiosas una vez que se encuentra en la carretera digital. Las experiencias históricas indican que la Internet no produce automáticamente condiciones favorables para el desarrollo de la democracia. Recién cuando el pueblo se apropió de las innovaciones técnicas – sea la imprenta, la radio o la televisión – éstas se convirtieron en pilares de la democratización del saber. Solamente si se reconocen las oportunidades ello se podría repetir en el caso de la tecnología de la Internet. ¿Libertad o control? Actualmente, el ciberespacio – otrora un mundo verdaderamente libre – se está transformando en un universo sometido a una perfecta vigilancia, nociva para el futuro de la democracia y de los derechos cívicos. En vista de que en la red el “control es más perfecto que en el mundo real” (Lawrence Lessing, Universidad de Harvard) ya no será posible proteger la esfera privada. Pero, ¿cuál puede ser el criterio normativo para enjuiciar el auge digital? Lo cierto es que la esencia de nuestra sociedad no tiene una continuación directa en el mundo digital. La técnica y la democracia siempre han tenido una relación tensa. Con el triunfo de la Internet, la tecnología se está escapando del ámbito de influencia de la política. Las metáforas como “sociedad de la información”, “ciberespacio”, y “comercio electrónico”, ¿son suficientes para describir el futuro de la sociedad?

Todavía no ha comenzado la reconciliación entre la Internet y la sociedad civil, constituida sobre principios democráticos, muy diferentes a los de la red. La tarea del buen Gobierno es encontrar un equilibrio entre las demandas democráticas de los ciudadanos con sus raíces locales y sus intereses en convertirse en una sociedad virtual mundial. En caso contrario, en algún lejano día los historiadores escribirán que una de las consecuencias de la revolución digital de fines del siglo XX fue la abolición de uno de los principales logros de la revolución burguesa del siglo XIX: la vida privada.

Otto Ulrich
Deutschland

El Dr. Otto Ulrich es miembro de la academia Europea de Estudios de las Consecuencias de los Desarrollos Científico- Técnicos.

Los datos de las cuentas en la Internet los pueden leer quien quiera, se lee a menudo en los periódicos. Un nuevo componente cotidiano de la sociedad de la información, es que los datos más personales están a disposición de todo el mundo. Trátese de historiales clínicos digitales, de registros de antecedentes penales almacenados de forma electrónica o preferencias individuales. La esfera privada, un elemento central de la sociedad civil, corre el riesgo de desaparecer ante el embate de las leyes propias que rigen la Internet. Puesto que en la red no se puede hablar de protección de datos; en ella, algunos tiburones que devoran datos están recopilando informaciones sobre personas particulares combinándolos a continuación para obtener biografías virtuales muy diferenciadas. Para estos aventureros, el hombre transparente ya es, hace tiempo, factible.

Pero es cierto que hasta ahora la política no ha presentado ningún proyecto que saque las lecciones adecuadas de la vigilancia masiva que se cierne sobre la esfera privada en la red. En verdad, para ser exactos habría que hablar de una esfera privada que se está “subdividiendo”, ya que debemos diferenciar entre una esfera privada protegida con los mecanismos convencionales del Estado de derecho, y una esfera privada sujeta a los ataques anónimos en la red. Un buen Gobierno en la época de la Internet deberá encarar, como una de sus principales tareas, el desmoronamiento de la opinión pública, de cuyos escombros surgen diferentes “opiniones públicas en la red”. Como demuestran algunos sondeos, muchos internautas están convencidos de que sus paseos virtuales están siendo observados – pero, sin embargo, siguen navegando por la red. El internauta tampoco sabe cuáles informaciones están siendo recopiladas. Tampoco puede saber si esas informaciones son veraces o erróneas, ni quién tiene acceso a ellas. Y si las informaciones que él envía son manipuladas o copiadas, también se escapa a su conocimiento.

El hombre transparente es ya una realidad

En Alemania, la Federación de Asociaciones de Consumidores ha estudiado cuáles “huellas de datos” deja ir de compras por la red. El resultado es sorprendente: en la red las firmas ya no piden sólo el nombre o la dirección si alguien quiere comprar, por ejemplo, un libro. Ya es rutina que el usuario deba comunicar el número de su tarjeta de crédito y su cuenta bancaria, o revele su historial clínico y los medicamentos que consume. Y solamente muy pocas firmas indican qué hacen con estos datos personales. ¿Cuál consecuencia hay que extraer de ello? Sobre todo cuestionar la situación que hace posible una erupción digital de estas dimensiones. Sin embargo, algunos afirman: ¿Para qué tantos aspavientos, con qué sentido? El ciudadano del mañana quiere enviar y recibir su correspondencia por vía electrónica, quiere ir de compras por la red y charlar en los espacios de la Web. También quiere efectuar sus negocios bancarios en la red y, cómodamente sentado en su sillón, hacer los trámites en las oficinas públicas. Y en poco tiempo más podrá, incluso, votar electrónicamente. Todo ello, se nos promete, será la “nueva vida en el ciberespacio”.

Llama la atención la estrechez de este criterio. Quien pueda considerar la sociedad y su compleja vida cotidiana – el diálogo democrático, la necesaria búsqueda de alternativas – únicamente desde la perspectiva de los nuevos medios, tendrá una visión del porvenir fatalmente filtrada por un concepto digital del mundo. Ese espectador podrá apreciar la vida solamente por medio de unas gafas provistas de un código binario. Esa comprensión tecnológica del mundo y del hombre es responsable de que el nuevo auge digital se presente con un criterio tan reduccionista, y en el sentido literal del la palabra, asocial. Aquí, donde de forma evidente chocan la sociedad civil y la revolución digital con su pretensión de poderío absoluto, aun no sometida a reglas a reglas culturales, se decidirá el futuro de la civilización occidental. Lo que no podemos saber es si ese choque de las culturas puede ser resuelto mediante mecanismos inmanentes al sistema. Todavía la política no reacciona ante las preocupaciones del ciudadano que no quiere ser internauta pero que, contra su voluntad, se ve obligado a entregar sus datos personales. Actualmente, este ciudadano debe suponer que la entidad que se apodera de sus datos hará poco o nada para proteger las informaciones que se le han confiado.- ¿Y qué sucede con el ciberciudadano cuando está navegando por la red? Con cada clic en una página entrega informaciones sobre sí mismo y su computadora, que a continuación son “cosechadas” por motores especiales de búsqueda, protocolizadas en servidores y clasificadas con programas de evaluación. De esta integración de diferentes informaciones personales se destilan los perfiles de usuarios y comportamientos, que son una mercadería muy codiciada.

Los encargados de la protección de datos temen hace ya tiempo que algunas biografías con datos íntimos aterricen en el escritorio de los jefes. En los “Data-Warehouses-ongressos” se discuten los mejores métodos para destilar de esos datos íntimos recogidos en la red perfiles de comportamiento. Estas prácticas nos llevan a postular un nuevo principio: ningún dato privado puede ser protegido a priori de las miradas curiosas una vez que se encuentra en la carretera digital. Las experiencias históricas indican que la Internet no produce automáticamente condiciones favorables para el desarrollo de la democracia. Recién cuando el pueblo se apropió de las innovaciones técnicas – sea la imprenta, la radio o la televisión – éstas se convirtieron en pilares de la democratización del saber. Solamente si se reconocen las oportunidades ello se podría repetir en el caso de la tecnología de la Internet. ¿Libertad o control? Actualmente, el ciberespacio – otrora un mundo verdaderamente libre – se está transformando en un universo sometido a una perfecta vigilancia, nociva para el futuro de la democracia y de los derechos cívicos. En vista de que en la red el “control es más perfecto que en el mundo real” (Lawrence Lessing, Universidad de Harvard) ya no será posible proteger la esfera privada. Pero, ¿cuál puede ser el criterio normativo para enjuiciar el auge digital? Lo cierto es que la esencia de nuestra sociedad no tiene una continuación directa en el mundo digital. La técnica y la democracia siempre han tenido una relación tensa. Con el triunfo de la Internet, la tecnología se está escapando del ámbito de influencia de la política. Las metáforas como “sociedad de la información”, “ciberespacio”, y “comercio electrónico”, ¿son suficientes para describir el futuro de la sociedad?

Todavía no ha comenzado la reconciliación entre la Internet y la sociedad civil, constituida sobre principios democráticos, muy diferentes a los de la red. La tarea del buen Gobierno es encontrar un equilibrio entre las demandas democráticas de los ciudadanos con sus raíces locales y sus intereses en convertirse en una sociedad virtual mundial. En caso contrario, en algún lejano día los historiadores escribirán que una de las consecuencias de la revolución digital de fines del siglo XX fue la abolición de uno de los principales logros de la revolución burguesa del siglo XIX: la vida privada.

Otto Ulrich
Deutschland

El Dr. Otto Ulrich es miembro de la academia Europea de Estudios de las Consecuencias de los Desarrollos Científico- Técnicos.

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