Detroit importa managers y desecha sus propios veteranos

El sorpresivo nombramiento de Roberto Nardelli -despedido hace poco de Home Depot- al frente de Chrysler marca un cambio de “modelo” entre directivos superiores. Ya no hjace falta “tener nafta en las venas”. Quizá sea un error.

15 agosto, 2007

En rigor, ninguno de los presidentes ejecutivos en las tres devaluadas automotrices norteamericanas puede decir que ha creado o desarrollado nada relevante en el sector. Sólo Richard Wagoner (General Motors) tiene experiencia, pero contable, no técnica. Muy pocos en los altos niveles de la actual Detroit provienen de áreas como diseño, ingeniería o marketing.

Eso subraya la quiebra de una tradición que remonta a los principios, cuando quienes creaban coches dirigían compañías que llevaban su nombre (salvo, curiosamente, GM o la difunta American Motors). Todavía en la década anterior, los tres “número uno” podían jactarse de haber contribuido a innovaciones. Donald Petersen, entonces CEO de Ford, dirigió proyectos como el Taurus. Robert Stempel (GM) desarrolló varios vehículos, inclusive el Oldsmobile “Toronado”.

El más célebre de esa camada –que abarcó excéntricos como Ralph deLorean-, Lee Iacocca, tuvo en Chrysler éxitos como los “compactos K” (¿nadie les sugerirá a Néstor o Cristina Kirchner conseguirse uno?) y las camionetas. Antes, había lanzado el “Mustang” para Ford. Según él mismo recuerda, participó en esos proyectos como hombre de marketing, pero en Detroit era tropa propia.

Sea como fuere, hoy un grupo de ejecutivos y analistas cree que la industria necesita gente pragmatica, no los certeros (o no) intuitivos del pasado. Dado que, en los últimos años, las antiguas “tres grandes” han perdido miles de millones y participación de mercado, tal vez tengan algo de razón.

Si bien los adalides de Detroit obtuvieron sonados triunfos, también cayeron en serios errores estratégicos. Por ejmplo, apoyarse en grandes utilitarios deportivos que tragan nafta, en una época de carestía petrolera y termores sobre contaminació. Amén de los nueve años de fracasos acumulados por la ex DaimlerChrysler, algunos no entienden cómo el contador Wagoner –campeón de todoterreno invendibles- sigue al frente de GM.

“Esta industria exige ser encarada como negocio”, sostiene Alan Mulally primer CEO de Ford ajeno al clan epónimo. Pero este ex ejecutivo de Boeing aún no ha producido ninguna idea brillante en varios meses de gestión. Pero hasta un prócer retirado como Petersen coincide con él: “Quienes persisten en promover únicamente talento sectorial –afirma- navegan contra la corriente”.

En verdad, al ser nombrado hace un año, Mulally fue el primer hombre de afuera puesto a cargo de una compañía como Ford, en una actividad donde las largas carreras internas son norma. Wagoner, a la sazón, entró en GM hace treinta años. En 1992, a los 39 y con quince de antigüedad, ascendió a director financiero.

Por el contrario, Nardelli no tiene ni quince días en Detroit. Su presencia al timón de Chrysler genera debates en la industria, inclusive en la poderosa Union of auto workers (UAW). El personaje no posee la experiencia ni los conocimientos indispensables para sacar la empresa de su actual atolladero y, en su cargo previo, no mostró siquiera conductas aceptables.

El problema de imagen involucra también a Cerberus Capital. Este fondo extrabursátil aún debe reunir US$ 10.500 millones para completar la compra apalancada. Después, deberá achicar y, eventualmente, revender la automotriz al mejor postor. Apelando a una técnica de comerciante minorista, días atrás Nardelli quiso demostrar su fidelidad a la marca desplegando en el garaje familar un Jeep, un Plymouth “Prowler” y un PT Cruiser (o sea, un “retro” basado en el sedán Ford 39). Arturo Reyes, jefe de la seccional 651 de la UAW, no se mostró impresionado y continúa escéptico como el magnate Kirk Kerkorian, que conoce muy bien la compañìa.

Por cierto, tampoco Toyota Motor, la mayor automotriz del mundo, tiene directivos superiores provenientes del sector. Sólo el fundador, Kiichiro Toyoda (el nombre de la firma modifica la partícula enclítica), era ingeniero. Inició el negocio, en 1936, copiando un diseño de Chevrolet para sacar el Toyota AA.

Robert Lutz, hoy vicepresidente de directorio en GM, es quizá el ejecutivo de instintos mejor conceptuados en Detroit, pues desarrolló modelos como el Dodge “Viper”, un deportivo de diez cilindros. No se opone a contratar gente de afuera, aunque no de servicios como el comercio, que no es una industria.

En rigor, ninguno de los presidentes ejecutivos en las tres devaluadas automotrices norteamericanas puede decir que ha creado o desarrollado nada relevante en el sector. Sólo Richard Wagoner (General Motors) tiene experiencia, pero contable, no técnica. Muy pocos en los altos niveles de la actual Detroit provienen de áreas como diseño, ingeniería o marketing.

Eso subraya la quiebra de una tradición que remonta a los principios, cuando quienes creaban coches dirigían compañías que llevaban su nombre (salvo, curiosamente, GM o la difunta American Motors). Todavía en la década anterior, los tres “número uno” podían jactarse de haber contribuido a innovaciones. Donald Petersen, entonces CEO de Ford, dirigió proyectos como el Taurus. Robert Stempel (GM) desarrolló varios vehículos, inclusive el Oldsmobile “Toronado”.

El más célebre de esa camada –que abarcó excéntricos como Ralph deLorean-, Lee Iacocca, tuvo en Chrysler éxitos como los “compactos K” (¿nadie les sugerirá a Néstor o Cristina Kirchner conseguirse uno?) y las camionetas. Antes, había lanzado el “Mustang” para Ford. Según él mismo recuerda, participó en esos proyectos como hombre de marketing, pero en Detroit era tropa propia.

Sea como fuere, hoy un grupo de ejecutivos y analistas cree que la industria necesita gente pragmatica, no los certeros (o no) intuitivos del pasado. Dado que, en los últimos años, las antiguas “tres grandes” han perdido miles de millones y participación de mercado, tal vez tengan algo de razón.

Si bien los adalides de Detroit obtuvieron sonados triunfos, también cayeron en serios errores estratégicos. Por ejmplo, apoyarse en grandes utilitarios deportivos que tragan nafta, en una época de carestía petrolera y termores sobre contaminació. Amén de los nueve años de fracasos acumulados por la ex DaimlerChrysler, algunos no entienden cómo el contador Wagoner –campeón de todoterreno invendibles- sigue al frente de GM.

“Esta industria exige ser encarada como negocio”, sostiene Alan Mulally primer CEO de Ford ajeno al clan epónimo. Pero este ex ejecutivo de Boeing aún no ha producido ninguna idea brillante en varios meses de gestión. Pero hasta un prócer retirado como Petersen coincide con él: “Quienes persisten en promover únicamente talento sectorial –afirma- navegan contra la corriente”.

En verdad, al ser nombrado hace un año, Mulally fue el primer hombre de afuera puesto a cargo de una compañía como Ford, en una actividad donde las largas carreras internas son norma. Wagoner, a la sazón, entró en GM hace treinta años. En 1992, a los 39 y con quince de antigüedad, ascendió a director financiero.

Por el contrario, Nardelli no tiene ni quince días en Detroit. Su presencia al timón de Chrysler genera debates en la industria, inclusive en la poderosa Union of auto workers (UAW). El personaje no posee la experiencia ni los conocimientos indispensables para sacar la empresa de su actual atolladero y, en su cargo previo, no mostró siquiera conductas aceptables.

El problema de imagen involucra también a Cerberus Capital. Este fondo extrabursátil aún debe reunir US$ 10.500 millones para completar la compra apalancada. Después, deberá achicar y, eventualmente, revender la automotriz al mejor postor. Apelando a una técnica de comerciante minorista, días atrás Nardelli quiso demostrar su fidelidad a la marca desplegando en el garaje familar un Jeep, un Plymouth “Prowler” y un PT Cruiser (o sea, un “retro” basado en el sedán Ford 39). Arturo Reyes, jefe de la seccional 651 de la UAW, no se mostró impresionado y continúa escéptico como el magnate Kirk Kerkorian, que conoce muy bien la compañìa.

Por cierto, tampoco Toyota Motor, la mayor automotriz del mundo, tiene directivos superiores provenientes del sector. Sólo el fundador, Kiichiro Toyoda (el nombre de la firma modifica la partícula enclítica), era ingeniero. Inició el negocio, en 1936, copiando un diseño de Chevrolet para sacar el Toyota AA.

Robert Lutz, hoy vicepresidente de directorio en GM, es quizá el ejecutivo de instintos mejor conceptuados en Detroit, pues desarrolló modelos como el Dodge “Viper”, un deportivo de diez cilindros. No se opone a contratar gente de afuera, aunque no de servicios como el comercio, que no es una industria.

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