A qué dedicarse en una sociedad sin orientación

Desde que terminó la segunda guerra, dice Eric Hobsbawm en "Age of extremes" el mundo fue perdiendo conciencia de su pasado. Y al olvidar su pasado, los pueblos perdieron paulatinamente su cohesión.

4 noviembre, 2001

Para algunos filósofos de la historia, la destrucción del pasado es característica del paso entre los siglos XX y XXI. Otros la detectan en casi todas las civilizaciones y, dentro de la actual, en una sucesión de ciclos globalizadores. La primera concepción se identifica con el inglés Eric Hobsbawm (en Age of Extremes, sobre todo) y, hasta cierto punto, el estadounidense Samuel Huntington. Según ambos, la mayoría de los jóvenes, desde 1989/90, crecen en una suerte de presente continuo, sin nexos orgánicos o concientes con el pasado de la propia sociedad.

El colapso soviético no sólo generó incertidumbre política, inestabilidad y guerras encapsuladas, sino que además licuó un equilibrio internacional que había durado más de 40 años y expuso la precariedad de regímenes que descansaban en esa estabilidad bipolar. Entretanto, las tensiones económicas originadas en la desordenada globalización financiera minaban, en la periferia menos desarrollada, los mismos modelos de democracia que gozan de buena salud en los países industriales.

Varios estados nacionales fueron deshechos por una convergencia entre fuerzas externas e internas. Las primeras se originaban en la economía globalizada. Las segundas provenían de reivindicaciones étnicas, que exigían el anticuado e irreal status de “naciones-estados” en miniatura.

Todavía más profunda fue la crisis social. En este plano, Hobsbwan retoma criticas al capitalismo de II generación hechas por Karl Jaspers (1911), Oswald Spengler (en 1922/5) y Arnold J.Toybee (en 1928/50). Como en la primera posguerra, desde 1989/91 se extiende una crisis de creencias y valores sobre los cuales se había fundado la sociedad desde que los iluministas ilustrados ganaran la batalla contra el Ancient Régime durante el siglo XVIII. Se trata, claro, del racionalismo y el pensamiento científico.

La sociedad planetaria está, entretanto, inmersa en innovaciones tecnológicas basadas precisamente en la ciencia, no en magia alguna. Su consecuencia práctica más dura tal vez sea la revolución de las comunicaciones, que ha creado un universo virtual casi cuántico, aniquilando tiempo y distancia. Esto amenaza con desintegrar la vieja trama social, y con ella, los lazos entre generaciones.

Esos efectos se notan especialmente en los países líderes de Occidente, donde ya antes predominaba un individualismo a veces extremo. Ese factor se ve reforzado por la erosión del contrato social, mientras, en el ex bloque soviético, se deshace una sociedad apoyada en el estado omnipresente y omnipotente, cuyo colapso ha dejado un vacío desolador.

Hobsbwan teme que la sociedad posmoderna sea apenas el conjunto de individuos en pos de gratificación (poder, dinero, placer, arrebatos místicos, etc.) implícito en las teorías orientadas al mercado. Por otra parte, siendo el capitalismo una fuerza innovadora permanente, parece lógico que termine desintegrando inclusive sistemas y factores que había encontrado conveniente para su propio desarrollo. Esto viene ocurriendo desde la segunda posguerra y, al empezar el siglo, se vislumbra un mundo donde el pasado va perdiendo presencia y faltan orientaciones claras.

Para algunos filósofos de la historia, la destrucción del pasado es característica del paso entre los siglos XX y XXI. Otros la detectan en casi todas las civilizaciones y, dentro de la actual, en una sucesión de ciclos globalizadores. La primera concepción se identifica con el inglés Eric Hobsbawm (en Age of Extremes, sobre todo) y, hasta cierto punto, el estadounidense Samuel Huntington. Según ambos, la mayoría de los jóvenes, desde 1989/90, crecen en una suerte de presente continuo, sin nexos orgánicos o concientes con el pasado de la propia sociedad.

El colapso soviético no sólo generó incertidumbre política, inestabilidad y guerras encapsuladas, sino que además licuó un equilibrio internacional que había durado más de 40 años y expuso la precariedad de regímenes que descansaban en esa estabilidad bipolar. Entretanto, las tensiones económicas originadas en la desordenada globalización financiera minaban, en la periferia menos desarrollada, los mismos modelos de democracia que gozan de buena salud en los países industriales.

Varios estados nacionales fueron deshechos por una convergencia entre fuerzas externas e internas. Las primeras se originaban en la economía globalizada. Las segundas provenían de reivindicaciones étnicas, que exigían el anticuado e irreal status de “naciones-estados” en miniatura.

Todavía más profunda fue la crisis social. En este plano, Hobsbwan retoma criticas al capitalismo de II generación hechas por Karl Jaspers (1911), Oswald Spengler (en 1922/5) y Arnold J.Toybee (en 1928/50). Como en la primera posguerra, desde 1989/91 se extiende una crisis de creencias y valores sobre los cuales se había fundado la sociedad desde que los iluministas ilustrados ganaran la batalla contra el Ancient Régime durante el siglo XVIII. Se trata, claro, del racionalismo y el pensamiento científico.

La sociedad planetaria está, entretanto, inmersa en innovaciones tecnológicas basadas precisamente en la ciencia, no en magia alguna. Su consecuencia práctica más dura tal vez sea la revolución de las comunicaciones, que ha creado un universo virtual casi cuántico, aniquilando tiempo y distancia. Esto amenaza con desintegrar la vieja trama social, y con ella, los lazos entre generaciones.

Esos efectos se notan especialmente en los países líderes de Occidente, donde ya antes predominaba un individualismo a veces extremo. Ese factor se ve reforzado por la erosión del contrato social, mientras, en el ex bloque soviético, se deshace una sociedad apoyada en el estado omnipresente y omnipotente, cuyo colapso ha dejado un vacío desolador.

Hobsbwan teme que la sociedad posmoderna sea apenas el conjunto de individuos en pos de gratificación (poder, dinero, placer, arrebatos místicos, etc.) implícito en las teorías orientadas al mercado. Por otra parte, siendo el capitalismo una fuerza innovadora permanente, parece lógico que termine desintegrando inclusive sistemas y factores que había encontrado conveniente para su propio desarrollo. Esto viene ocurriendo desde la segunda posguerra y, al empezar el siglo, se vislumbra un mundo donde el pasado va perdiendo presencia y faltan orientaciones claras.

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