Internet, ¿ha cambiado la forma de pensar de la gente?

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Pocos ensayos lograron tal polarización de las opiniones. El debate fue intenso, apasionado y con argumentos dispares y controvertidos. Es que la veloz absorción de tecnología de modo cotidiano, hace que la gente cambie el modo en que habla, reacciona, opina y recuerda.

Pocos ensayos lograron tal polarización de las opiniones. El exitoso fue Nicholas G. Carr en un artículo publicado en 2008 en The Atlantic, donde preguntaba: “¿Google nos está convirtiendo en estúpidos? ¿Qué es lo que Internet le está haciendo a nuestros cerebros?”. 

Su argumento central era que Internet estaba teniendo efectos negativos sobre nuestra capacidad de conocimiento. 
El debate fue intenso, apasionado y con argumentos dispares y controvertidos. Muchos acusaron al autor de prejuicio claro en favor de la lectura literaria. Su defensa de los libros y los medios impresos. 
El impacto sobre la retención en la memoria de lo que se lee en Internet fue eje de la discusión. Edge, el sitio científico online sostuvo que era responsabilidad de cada individuo el uso de Internet para que no tuviera efectos negativos en el proceso de adquirir conocimiento.
Se suele cuestionar “la disponibilidad instantánea” de la información, además de su sobre abundancia que dispersa y consume tiempo, y también provocar ansiedad y hasta angustia.
Otro eje discursivo fue si el uso masivo de Internet torna imposible que la gente lea artículos o escritos largos.
Desde otro punto de vista el cambio más sensible fue que las grandes piezas de la literatura universal han perdido centralidad y su influencia sobre el concepto de cultura. No faltó quien pronosticara que el libro terminará, con en la Edad Media, en manos de muy pocos aunque no sea ?como entonces? en conventos.
Lo cierto es que la veloz absorción de tecnología de modo cotidiano, hace que la gente cambie el modo en que habla, reacciona, opina y recuerda.
Han pasado siete años desde esa provocación inicial de Carr. Vale la pena revisar el estado del debate entre nosotros, como lo registran los aportes que se detallan a continuación.

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La tecnología, motor de cambio
De receptores pasivos a ser protagonistas
Martín Migoya (*)

En los últimos tiempos, los seres humanos nos acostumbramos a lidiar con diversas innovaciones, algunas ya con varios años a cuestas, otras nuevas y varias que están todavía por venir: desde los equipos móviles inteligentes, como los smarthpones o tabletas, hasta las redes sociales, pasando por la computación en la nube, el análisis de grandes volúmenes de datos (big data), los dispositivos para vestir (smartwatches, por ejemplo), “Internet de las Cosas” o robótica. 
Esta revolución tecnológica fue paulatinamente cambiando nuestra forma de comunicarnos, de consumir, de entretenernos y, como consecuencia, también de pensar. De ser receptores pasivos pasamos a ser protagonistas absolutos, a adueñarnos de nuestras elecciones, de cómo y cuándo consumimos o producimos información. Durante este proceso también se abrió la puerta para el surgimiento del “crowdsourcing”, ese nuevo mundo que significa la creación colaborativa. Hoy más que nunca la generación de nuevas ideas dejó de ser un proceso cerrado o selectivo para pasar a convertirse en una iniciativa colectiva, en algo que se da, se desarrolla y se potencia en grupo. 
En este nuevo contexto, es fundamental pensar cómo cada organización puede apalancarse en la capacidad de las personas de trabajar colaborativamente, con el objetivo de sumar valor, entender la nueva realidad de sus consumidores y relacionarse con ellos de una manera diferente, acorde con la nueva vida digital. Ya no es posible pensar en la innovación corporativa como un proceso estanco, cerrado, donde solo unos pocos toman decisiones que afectarán a muchos. La tecnología ha democratizado la manera de crear, ha dado voz a todos los actores que se relacionan con la empresa, y ha abierto canales para escuchar y llevar a cabo sus ideas. 
El mundo evolucionó: la próxima revolución puede venir desde cualquier lado, y ya las organizaciones tienen las herramientas para escuchar y canalizar un abanico más amplio de ideas, resultando en un proceso más creativo y enriquecedor. Gracias a las nuevas tendencias, todos tenemos la posibilidad de ser protagonistas. Hoy más que nunca el futuro está en nuestras manos.

(*) CEO y co?fundador de Globant.

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Extensión del pensamiento
El manejo de la abundancia
Nicolás Jodal (*)

El cambio número uno es que ahora tengo un acceso casi ilimitado a datos y fuentes, entonces en ese proceso paso mucho más tiempo en la etapa de acumulación de datos. Es ambiguo, por un lado es más estructurado y por otro es mucho menos ¿Cómo es eso? En el sentido de que voy recolectando mucha información, de una forma caótica y de un montón de fuentes, y recién después de que tengo un montón de datos, ahí paso a otra etapa que es la de qué quiero y puedo hacer. 
Ahora eso también me sucede con muchas cosas a la vez, no estoy pensando solo en un proyecto a la vez, estoy en un multitasking. Algunos proyectos están en un estado de acumulación y otros en estado de ser pulidos. Internet promueve acostumbrar nuestro pensamiento al manejo de la abundancia; nuestra forma de pensar viene del manejo de la escasez y ahora en la era de la información tenemos que acostumbrarnos al manejo de la abundancia. Algo que me sirvió muchísimo para ordenar los pensamientos es el Wiki, como una extensión de todo este proceso. Una extensión no solo individual, también colectiva. 
En nuestra empresa  tenemos un Wiki interno donde clasificamos y acumulamos datos sobre diversos temas y sucede a veces que  algunas de esas ideas pasan años para que se vuelvan a revisar. Por poner un hecho concreto, hoy 2015 estamos implementando una idea que se empezó a investigar hace años, la propuesta original fue hecha por una persona que ya no trabaja más acá, en 2006, y ahora la idea se ha resucitado y se implementa entre todos. Entonces el cambio número dos sería que Internet oficia como una extensión de nuestro pensamiento no solo a nivel individual también a nivel colectivo, y lo potencia.
En resumen me cambió en mucho la manera de pensar, me la potenció,  por un lado me dio más método en el sentido de que me permite tener la fase de acumulación de ideas, toma de decisiones y pulir la idea de una manera más estructurada que antes, y por otro lado me la desestructuró en el sentido que me permite abrir múltiples ventanas con diferentes ideas a la vez y con una gran abundancia de datos, lo que requiere una nueva destreza del pensamiento de selección. Para los que nos gusta pensar es una herramienta maravillosa y siento que tengo mucho más potencial del que tenía antes.

(*) CEO GeneXus.

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Moldea opiniones y valores
Una influencia decisiva en la forma de pensar
Martín Becerra (*)

Internet ha cambiado la forma en que pensamos, actuamos y proyectamos. En mi caso, el trabajo de investigación y docencia universitaria está directamente vinculado con el uso intensivo de Internet, tanto más cuando mis objetos de análisis son los medios de comunicación, las tecnologías digitales, la convergencia tecnológica y las regulaciones sociales, políticas, económicas y culturales derivadas de los cambios que se producen en dichos objetos.
Usamos intensivamente Internet en las tareas de documentación, búsqueda de referencias, acceso a noticias y a datos, comunicación con pares, con alumnos y con otros campos profesionales con los que establezco contacto, divulgación de ideas y producción colaborativa de artículos y libros. Como creo que lo que hacemos y la forma en que hacemos lo que hacemos influyen de forma decisiva en nuestra forma de pensar, el proceso productivo atravesado por el uso de Internet moldea nuestras percepciones, opiniones y valores.
Incluso si nuestra actividad laboral no exigiera, como en mi caso, el uso directo de Internet, hoy en día es imposible sustraerse a la omnipresencia de la red en actividades sociales de carácter cotidiano (consulta, uso y pago de servicios como el transporte y la tarjeta SUBE, relaciones con el entorno social y familiar, vínculo con el Estado en sus niveles nacional, provincial y municipal, etc.).
A la vez, el uso masivo y diseminado en todos los estratos sociales de la Argentina está condicionado por las condiciones estructurales de funcionamiento de la infraestructura de acceso y por el tipo, la calidad y el precio de los servicios de conexiones fijas y móviles. En este aspecto hay que señalar que se reproducen brechas socioeconómicas y culturales. Por consiguiente, a la hora de repasar los impactos hondos que tiene Internet en un contexto periférico como el argentino, es también esencial dar cuenta de estas limitaciones como un ensayo de reclamo público para su superación.

(*) Con actuación en la Universidad Nacional de Quilmes, en la UBA y en el Conicet.

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Sobredosis de internet
¿Lo sabremos aprovechar?
Teban Kim (*)

“¡Apágalo, enciéndelo!”, cantaba Gustavo Cerati allá en los comienzos de los años 80 (“Sobredosis de TV”, Soda Stereo). Si esa misma canción se hubiera compuesto en la actualidad, seguramente la traslación sería “Sobredosis de Internet”.
No existe remedio que nos saque esa sensación de empacho que nos dejan las redes sociales, luego de horas y horas de buscar vaya a saber qué (“No sé lo que quiero, pero lo quiero ya”, Sumo). Pasa que en internet está todo, ¿viste? Desde una receta home made de cocina vegana, pasando por la partitura completa del disco más conceptual de Génesis ?con Peter Gabriel, ¡por supuesto!?, hasta el último modelo de Ferrari que pegó Cristiano Ronaldo (“Consumación o Consumo”, Fricción). ¿Pero hasta qué punto tenemos que estar tan, pero tan informados sobre asuntos que en la época pre-internet no nos interesaban?
En lo personal, Internet me formó profesionalmente y vivo de ella (“No se puede vivir del amor”, Andrés Calamaro) así que en cierta manera solo tengo palabras de agradecimiento. La búsqueda de información para encarar nuevos proyectos nunca fue tan ágil, y tenemos la posibilidad de ver diseños de colegas desde el otro lado del planeta o acceder a información estadística que antes de la era digital era imposible.
Ni hablar del “futuro inteligente” que se viene con el estudio de la Big Data y la Internet de las cosas. El punto es, ¿lo sabremos aprovechar? ¿Lo usaremos eficientemente y de manera responsable? Como bien le dijo el tío Ben a Peter Parker: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”…
Hoy Internet es poderosa. Nos da tanto como nos quita. Nos afecta, nos impacta. Nos emociona, nos inspira. Nos enfurece, nos alivia.
Nuestras costumbres y rutinas van variando de acuerdo con ella.
Pero como todo lo que sugiere el concepto del yin y el yang, los opuestos deben equilibrarse. Y ahí va. Vamos por ello (“Revolución inter”, Los Violadores). En tiempos en los que puedo llevar toda la discografía de los Stones en formato MP3 en mi iPhone, o acceder a 3.333 canciones abonando solo treinta y seis pesos en Spotify, muchas veces prefiero seguir escuchando mis discos de vinilo. Aunque pasen cuatro o cinco canciones de un lado y tenga que darlo vuelta. Lo disfruto. 
Algo se pierde entre los ceros y unos del sonido y de la información digital, aunque no se trate de la calidad sino de su esencia más “humana”. El tocadiscos nos obliga a desconectarnos y hacer una sola cosa: escuchar la música, tal vez apreciar el arte de tapa, pero en definitiva dedicarnos al placer de una sola tarea. 
En ese sentido soy totalmente analógico.
(“Suéltate, suéltate, Rock and Roll”, David Lebon).

(*) The Thet, estudio de Diseño Web, Social Media, Marketing Online.

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Ahora todo está cerca
Hay que pensar todo de nuevo
Alejandro Agostinelli (*)

Para quienes nacimos a los medios en entornos analógicos, hicimos nuestros palotes en mimeógrafos de gelatina y, cuando llegó el fax, creímos que el nuevo artefacto constituía una revolución de las comunicaciones, Internet nos ha obligado a tirar todo lo que creíamos saber y empezar de cero.
Hace 25 años, digamos, era imposible contar con medios, plataformas y redes súper económicas capaces de llevar nuestra palabra a miles y miles de personas que nos interesaban. Antes de Internet esas personas eran difíciles de localizar, estaban desperdigadas o ni siquiera sabíamos que existían. Ahora están a un click de distancia. No sólo eso, ahora debemos pensar que, si tu propuesta es atractiva, es inmensamente más fácil ser encontrado. 
Internet ha obligado a pensarlo todo de nuevo porque lo importante es el mensaje. Tu esfuerzo debe estar centrado en los contenidos. Y en las infinitas presentaciones de esos contenidos. Podés comunicar textos e imágenes, como en los viejos tiempos, pero también voz, música, video y todas las combinaciones posibles. También podés interactuar instantáneamente (todo está más cerca para todos) y usar un instrumento interactivo absolutamente radical, que te permite medir con enorme precisión si lo que tenés para ofrecer o decir tiene aceptación. 
También está el abuso, claro. Seguimos siendo potenciales cobayos de corporaciones poco humanistas, seguimos expuestos a manipulaciones o a merced de las tiranías de siempre, que cambian de color pero no de mañas. Pero, si el entusiasmo nos acompaña, los conocimientos para contrarrestar aquellos peligros también están online.
Si bien le podés hacer creer a mucha gente que lo que mostrás de vos es distinto de lo que realmente sos, las redes sociales han aumentado las chances de desbaratar engaños. Han vuelto todo más transparente. Podés fingir ser otro, pero siempre habrá alguien que se dará cuenta, que te dará la espalda o que mostrará al mundo aquello que intentás ocultar.
Esos bordes conflictivos del entorno digital nos fuerzan a ser mejores. Y eso es bueno para todos.

(*) Periodista (www.factorelblog.com) y director de GESON S.A. (www.geson.com.ar).

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El sueño de Internet
La que hace feliz es la mejor tecnología
Lalo Zanoni (*)

Hace unos años, entrevisté a Genevive Bell, una antropóloga especializada en cibercultura que en aquel entonces trabajaba en una importante empresa de tecnología. Su misión era ir por el mundo para ver y estudiar cómo vivía la gente. El trabajo soñado por casi todos. Ella se metía en casas ajenas y observaba las costumbres de la gente, cómo interactuaban con la tecnología, entre su gente, con ellos mismos, qué compraban, qué no compraban, etc. Lo hacía en países tan diferentes culturalmente como India, Australia, Venezuela, Italia. Le pregunté cuál era para ella la mejor tecnología y, sin dudarlo, respondió: “la mejor no es la que nos hace más eficientes, sino aquella que nos hace más felices”. 
Me acordé de la frase de Genevive cuando me pidieron este texto. Porque yo me dedico a trabajar con Internet casi desde que empecé a trabajar profesionalmente, a los 18 años. Recuerdo en 1995 cuando me conecté por primera vez a la red, con aquellos modems ruidosos, chateaba en BBS, mandaba los primeros mails, armaba un sitio en Geocities, el ICQ. Después llegó la banda ancha y nunca más pudimos desconectarnos. Nació un nuevo mundo que todavía estamos viendo parir. Todos nosotros somos parte de esto que no terminó de nacer. 
Hoy las redes sociales dominan la comunicación (los noticieros viven de twitter y youtube!), mandan Netflix y Spotify, las apps de nuestro smartphone se volvieron indispensables hasta para levantarnos de la cama a la mañana. WhatsApp es nuestro megáfono para divertirnos a toda hora y desde cualquier lugar con nuestros seres queridos. 
El mundo online y offline no existe más. Todo ocurre online, incluso cuando pensamos que estamos desconectados. Es como la electricidad, que siempre está aunque tengamos la luz apagada. 
Ahora manda el Big Data y la Internet of Things, que conecta a los objetos entre sí y con nosotros a través del celular, el reloj, los anteojos, las zapatillas, el televisor. Las ciudades se vuelven cada día, un poco más inteligentes. El desafío nuestro como sociedad es estar a la altura de lo que la tecnología nos propone. ¿Lo estaremos? Hay días que lo dudo y otros que tengo esperanzas. Soy un ser humano.
Para mí la red es sinónimo de comunicación, de contenidos, de aprendizaje, de ver al mundo desde mis pantallas. Soy periodista, investigo los nuevos medios, escribo artículos y libros, doy clases y conferencias, trabajo con lindas marcas, conozco gente muy interesante y viajo por el mundo. Y todo eso (y mucho más) gracias a internet. 
Perdón Genevive, pero el trabajo soñado lo tengo yo.

(*) Periodista, autor del libro Futuro inteligente, www.futuroInteligente.com.ar

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Una celeridad distinta
De la mano de un cambio cultural
José María Louzao Andrade (*)

Internet ha cambiado mi forma de pensar en tanto que, como toda persona formada intelectualmente en el pensamiento crítico de las ciencias sociales, solía revisar constantemente mis pensamientos a través de lecturas, información, ámbitos de reflexión, militancia política y empresarial. Todo ese fluir, hasta la llegada de Internet, era un poco denso y lento, ya que implicaba un ejercicio importante y tiempo aplicado al mismo.
Con la llegada de Internet, todo se hizo más fluido y rápido. Considero que hoy pienso con una celeridad totalmente distinta, en contados segundos razono y reflexiono, y cambio la criticidad por la información disponible en la red. También realizo un ejercicio de abstracción en mi pensamiento de las realidades conducentes que llevan los temas a la red y de quienes propagan sus opiniones. Mi sensación es que no siempre es bueno elaborar pensamientos en forma tan rápida, pero es el momento en que nos toca vivir y me manejo con honestidad intelectual procurando que mi subjetividad se nutra o modifique con quienes se implican en la red con similares parámetros morales.
Particularmente, me impactó mucho el CEO de una empresa japonesa que se reunió en una ocasión con nuestra organización, y solicitó hablar con una gran cantidad de personas y ver las tareas desarrolladas. Ante mi consulta sobre si no había tenido oportunidad de revisar las referencias y opiniones en la web, me dijo una frase que me hizo reflexionar “una buena página de Internet y una importante cantidad de opiniones en las redes sociales son fáciles de construir; una buena empresa se conoce de otra forma”.
Por todas estas razones, creo que Internet ha propiciado un cambio en la forma de pensar que viene de la mano de un cambio cultural.

(*) Presidente de CESSI.

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Preocupa la brecha 
alfabeto- generacional
Alejandro Piscitelli (*)

“La inteligencia es convertir las dificultades en ventajas” (Julia Rodriguez Romero).
Históricamente siempre ha habido discontinuidades e incomprensiones entre las sucesivas generaciones. Los padres que hoy reprenden a sus hijos por su falta de interés en la cosa pública, por su falta de atención a los problemas ambientales, por la falta de solidaridad con las clases destituídas, por su ensimismamiento con prácticas (hoy digitales), que en vez de tender puentes con la historia no hacen sino plantarlos en el presente y separarlos de las tradiciones más importantes de Occidente, recibieron cuestionamientos parecidos de sus mayores.
Los nietos siempre se rebelaron contra los padres y encontraron apoyo en sus abuelos. Esta vez se repite la historia pero con una diferencia notable. La distancia ya no es meramente generacional sino sobre todo de alfabeto. Los chicos empiezan a hablar lenguajes que no son comprendidos por los adultos (no se trata ya de meros idiolectos) sino de formas de ser en el mundo muy distintas de las anteriores.
Mientras los adultos valoran la privacidad los mileniales (y los Z) nadan en el exhibicionismo (la intimidad como espectáculo), mientras que los adultos valoran los formalismos, las taxonomías y los itinerarios formativos, los jóvenes conviven con la libertad, las folksonomías y el D(o) I(t)Y(yourself), mientras los adultos valoran el pensamiento abstracto, la argumentación y la escritura, los jóvenes valoran el diseño de experiencias, el remix y el mashup y los alfabetismos audiovisuales.
Mientras James Flynn demostró que los argentinos urbanos aumentamos 22 puntos de CI entre 1964 y 1998, e incluso que entre miembros de una misma familia la distancia entre abuelos y nietos puede llegar a ser 30 puntos más alta, el diálogo intergeneracional naufraga crecientemente. 
Para tender nuevos puentes entre las generaciones necesitamos intercambiar los alfabetismos, los jóvenes deben devenir más analógicos y los adultos más digitales. Pero más importante que eso, debemos cambiar nuestros patrones de socialización, para entrar en las culturas híbridas transgeneracionales. En vez de tratar de resolver el Complejo de Edipo debemos plantearnos como convivir con el Complejo de Telémaco.

(*) Licenciado en Filosofía en la UBA, Maestro en Ciencias de Sistemas en la Universidad de Louisville, EE.UU, y Maestro en Ciencias Sociales por la FLACSO.

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El lugar ya no es un límite
Enciclopedismo y profundidad
Marcelo Crivelli (*)

¿Si Internet cambió la forma en que pienso? ¿Pero qué era “#pensar”..? ¡Esperá que lo googleo! No, lo busco en Wiki. No, tengo que preguntarlo en Twitter como si redactara un aviso clasificado.
Listo. Lo pregunté a mis contactos de Facebook. ¡Al fin! ¡Acá tengo 12.478 comentarios! ¡Veamos!
1. Volvió el enciclopedismo. Aprendo, amplío horizontes, asocio más. El ideal medieval del conocimiento universal, el iluminismo y la especialización del positivismo se han unido. Cualquier tía solterona puede aprender en cinco minutos cuáles son las 120 lenguas que se hablan en Filipinas, qué cosa es un fractal, cómo luce el romanesco y la ubicación exacta de las ruinas de Cartago. A la par, la profundidad: los especialistas pueden acceder a más información que nunca, y de paso vincularse con sus pares de todo el mundo en segundos. La contracara a vencer es la molicie propia de la comodidad: ¿Para qué estudiarlo, si está en Internet? Lo confieso: me pasa. 
2. Libertad de opinión. Tomo y obligo, pienso y opino. En la era pre-Web, los amateurs opinábamos en charlas de café, cartas de lectores, y los profesionales, en medios gráficos, radiales y televisivos. Gracias a la Web, y sobre todo a las Redes, todos podemos opinar, debatir, acordar. La gente común se anima y articula sus ideas, a veces refutando con razón a opinólogos profesionales, que ya no cuentan con el argumento de autoridad de aparecer en un diario. Hay que esmerarse. Aparecen de nuevos líderes de pensamiento desde las redes. La contracara: cualquiera se larga a hablar de lo que no sabe, sólo porque es fácil. 
3. El pensamiento colectivo y ping-pong. Ya no pienso sólo, o en el aula o en mi estudio. Pienso con Juan, con Steven, con Li y con toda la Humanidad, y además, lo hago más rápido. Achtung, baby: a veces es tan rápido que ni pienso. 
4. Deslocalización del pensamiento. Mi lugar ya no es un límite. Puedo saber cómo piensan en Laos en dos minutos. O asistir a un concierto desde un barco. Como el pensamiento se estructura a partir del lenguaje, nuestro pensamiento es menos local, y todos hablamos inglés, y hasta hay quien se ríe “LOL” ¿No te gusta? Entonces oprimí “Delete”.
5. Capacidad de predicción. Gracias al Big Data, la especulación perdió la batalla contra la Ley de los Grandes Números. ¿No estás convencido? Ya lo vas a estar. Ocurrió en el 99,99% de los 2.136.210 casos cotejados.
Epa! Me pasé de los 144 caracteres… Ah, no… pará…

(*) Abogado. Creador del popular grupo gourmet BMSC. 

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Cambio de paradigma
De la conexión a la revolución
Rolando Meyer (*)

La palabra Internet no me gusta como suena. Tampoco sé si es LA internet o EL internet. Pero tengo la convicción de que es un concepto con un significado tan potente como naturaleza, tecnología, humanidad e, incluso, lenguaje. Internet es parte de mi cotidianidad. No será imprescindible para la vida en general, pero sí es imprescindible para la vida como yo la pienso hoy: soy emprendedor y co-fundador de un startup que necesita Internet como los seres vivos necesitan del agua y el aire. Definitivamente, Internet cambió mi vida y la de muchas personas.
En la actualidad, más de un tercio de la población argentina tiene teléfonos inteligentes. Las redes de wi-fi se extendieron a casi todo el globo y, hace poco, llegaron las conexiones 4G a nuestro país. El desarrollo de Internet hace de la red algo más poderoso y relevante que una simple conexión. El resultado de su desarrollo es el de una continua transmisión de datos, profundamente democratizadora. Internet se transforma así en un agente descentralizador de poder que nos coloca frente a una verdadera revolución y nos obliga a pensar en un nuevo orden sociopolítico e industrial.
El retail está cambiando, así como lo hizo la industria discográfica, editorial y las agencias de viaje. La propuesta de valor al cliente es otra. La locación tiene otro sentido en el mundo digital. La conectividad puso en jaque al modelo de gatekeeper. El fabricante puede llegar al comprador de forma directa. En contraposición, la oferta de productos sigue aumentando al punto de ser abrumadora. Entonces, ¿cuál es el valor del retail? En el movimiento, algunos desaparecen, otros se adaptan y nuevos aparecen.
A esta tendencia se suma otra: la de comprar menos y mejor. Precisamente a ese consumidor más conocedor y exigente apunta Tobuy, el startup que co-fundamos con Javier Gueudet. En nuestra aplicación tenemos solo ese 1% de las cosas que le importan a nuestros usuarios, concentrado en un lugar tan pequeño como la palma de la mano en un entorno mobile.
Todo proceso tiende a mejorar su eficiencia y eficacia o a desaparecer. El proceso de compra no es la excepción, de artesanal pasa a ser automatizado, gracias a Internet. Allí su verdadero acto revolucionario.

(*) Co?fundador de Tobuy.

 

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