<p><em>Por Raúl Sohr</em></p>
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“La prioridad número uno es dar un trato adecuado al campesinado”, afirma. La actual preocupación por los 950 millones de campesinos, de los cuales 150 millones son inmigrantes recientes del campo a las urbes va mucho más allá de la producción agrícola Y la codiciada seguridad alimentaria. <br />
De modo que más allá de la crisis global y sus implicancias, la conducción china enfrenta sus propios retos.</p>
<p>En los últimos 30 años China ha aplicado con éxito avasallador la política de “Apertura y Reforma” iniciada por Deng Xiaoping. Luego de las debacles de la “Gran Revolución Cultural Proletaria”, que en los hechos paralizaron al país por una década a partir de 1966, el país viró del virulento extremismo de izquierda a políticas de descontrolada liberalización económica. Deng inauguró una nueva era económica en 1979 al implantar un modelo que transformó a China en forma drástica. El país inició un crecimiento de dos dígitos que ha producido lo que muchos analistas consideran las más vertiginosa acumulación de riqueza en la historia humana. Quien podría pensar que en la China austera de Mao Tse Tung alguien podría proclamar, como lo hizo Deng, que “es glorioso enriquecerse”. Su absoluto pragmatismo quedó patente al sentenciar: “Da lo mismo si el gato es negro o café mientras cace ratones”. En otras palabras no interesan las ideologías sino los resultados y ellos están a la vista con un país que desde la miseria ya tiene el cuarto mayor producto interno bruto y, de continuar la tendencia actual, alcanzará el primero en algunas décadas. La apuesta de Deng, y su sucesor Jiang Zemin, era crecer lo más rápido posible y, por esa vía, sacar de la miseria a legiones de sus compatriotas. Esa es la cara luminosa pero hay otra cara oscura y esa es la creciente brecha entre los que han conocido la gloria y los que la esperan. Las estadísticas chinas son debatibles pero se estima que de sus 1.300 millones de habitantes algo más de 400 millones han salido de la pobreza. El resto, que habita en los campos del interior del país, aguardan con creciente inquietud los beneficios de la bonanza. </p>
<p>Si se trata de buscar una imagen de lo que ocurre en China Wang Chen, ministro del Consejo de Estado para la Información, encontró una y muy descarnada “Algunas de nuestras ciudades exhiben una riqueza europea y ciertas zonas rurales una pobreza africana”. Al respecto le pregunté si no estimaba que era difícil comprender que un país que se proclama socialista abundan las boutiques que venden artículos de lujo superfluo que equivalen a diez años de trabajo de un campesino. Wang sin vacilar respondió: “Si, es un problema y el gobierno chino ha tomado nota de ello. No buscamos una sociedad totalmente igualitaria pues ella carecería de vigor. Pero el gobierno está tomando medidas para mejorar la distribución de la riqueza. Se han aumentado los impuestos y ya se ha iniciado una serie de aumentos de salarios. En algunos casos se realizan investigaciones sobre como se constituyeron algunas fortunas. Sabemos que en numerosos casos se transgredieron nuestras leyes”. </p>
<p>El descontento en los campos es patente y de ello son testimonio un creciente número de choques entre campesinos y la policía. Las prestaciones de salud son casi inexistentes en las zonas rurales y la educación es muy deficiente. En cierta forma la coyuntura de una crisis económica mundial favorece los planes de viraje del gobierno. La merma de la demanda internacional obliga a las industrias a encontrar nuevos mercados y que mejor que las zonas postergadas del propio país. Junto con ello se prevé inyectar dinero y crear empleo a través de masivos programas de obras públicas. Un ejemplo es la construcción de una veintena de líneas de metro tanto en Beijing como en Shangai que duplicarán sus respectivas superficies. China aspira a contar con la mayor red ferroviaria y tiene en carpeta el desarrollo de líneas ultra rápidas y ya es el segundo país con la más extensa red de carreteras. “Para mantener nuestra vitalidad económica no debemos bajar de un crecimiento de ocho por ciento” estima Wang y esa meta debe cumplirse ya sea por la vía del comercio y la inversión internacional o doméstica. </p>
<p>Le señalo que resulta inquietante el costo que China está dispuesta pagar por su desarrollo. Un ejemplo: cada año mueren quince mil trabajadores del carbón en accidentes laborales. Wang me responde que mis cifras están atrasadas pues “el año pasado murieron diez mil, yo se –se apresura en aclarar- que eso es demasiado todavía pero es difícil controlar lo que ocurre en minas medianas y pequeñas. Hay un plan para cerrar definitivamente 2.500 de ellas en los años venideros. Pero todas las cifras en China son muy altas. También me preocupan mucho las cien mil personas que mueren cada año en accidentes carreteros”. </p>
<p>Una de las opciones para mejorar las condiciones de vida en el campo es reorganizar las estructuras agrarias. En China no hay propiedad privada sobre la tierra que pertenece en su integridad al Estado. Lo que hay es el derecho a su usufructo. Para ello los campesinos firman contratos que les aseguran ciertos años de explotación de las parcelas. Para aumentar la productividad a menudo se requieren métodos más modernos y con economías a escalas más eficaces que las utilizadas. Para introducir la reforma en el agro el PCCh viene de autorizar a los campesinos que lo deseen el derecho a transferir sus contratos de explotación a terceros. Esto ya lo saben las autoridades provocará una importante ola migratoria hacia las ciudades. Por ello han facilitado los permisos de residencia en pequeñas y medianas ciudades, En el pasado los inmigrantes rurales han recibido un trato lamentable. Muchos viven en las construcciones o fábricas donde trabajan en condiciones paupérrimas. Sus derechos son a menudo desconocidos por sus empleadores. Para cambiar el panorama el PCCh ha desempolvado los sindicatos y hoy los insta a jugar un papel protagónico en la defensa de los trabajadores pero, en especial, de los campesinos inmigrantes que Xi Jinping, vicepresidente de la federación de sindicatos nacionales, afirma “han dado una fuerza nueva a la clase obrera china”. Unos 66 millones de inmigrantes rurales están sindicalizados. En la actualidad los sindicatos disponen de 6.178 agencias de asesoría legal que han estado activas el año pasado en 29 mil disputas laborales. Una de las consecuencias de mejores salarios y mayor fiscalización de los derechos de los trabajadores será una relativa perdida de la competitividad de la mano obra china. Hasta ahora una de las más baratas y eficaces del mundo. Esta es una razón más para estimular el mercado interno y entrar en el virtuoso círculo de una mayor demanda estimulada por mejores condiciones de vida. </p>
<p>Los dirigentes chinos miran con horror lo ocurrido a la Unión Soviética que algún día fue su referente. Hoy buscan construir un socialismo desde una perspectiva empírica, basándose en aquello que da resultados y sin dejarse llevar por arrebatos ideológicos. En las palabras de Hu Weiping , director Consejo de Estado para la Información, “Hay que cruzar el río pisando las piedras”. Esta idea la sintetizan en lo que llaman el “socialismo científico”. Los que están familiarizados con los escritos de Carlos Marx saben que este concepto fue utilizado para diferenciar su socialismo de los que, como Robert Owen y otros, eran calificados de utópicos, mesiánicos o filantrópicos. Marx creía que los logros de los trabajadores solo provendrían de sus luchas y no de la generosidad o comprensión de sus empleadores. En la versión china actual el socialismo científico alude a controlar a las fuerzas de mercado que junto con generar riqueza han creado una brecha social y causado un formidable daño medio ambiental. En síntesis el mercado, como se ha repetido tanto en los últimos meses, no se autorregula. El PCCh quiere poner coto a un desarrollo desenfrenado que ha dejado muchos postergados. Por ello en su última reunión Comité Central, el mes pasado, adoptó una serie de medidas para mejorar la suerte de los campesinos y limitar las fortunas juzgadas excesivas. También está la preocupación por el dramático deterioro medio ambiental. En este último plano las autoridades admiten un gran error: haber permitido una la deforestación a mansalva. Ello ha provocado, como en todo el mundo, erosión y un aumento drástico de las inundaciones. Para revertir la situación está en curso un programa de reforestación. Ello es un sacrificio mayor en un país de tan alta densidad demográfica y tal escasez de tierras cultivables. La segunda gran preocupación es el cuidado de las aguas por lo que ya empiezan onerosos programas de descontaminación de ríos y lagos. También en lo que toca a la contaminación atmosférica los chinos inician un camino conocido. En Beijing comenzaron el mes pasado las restricciones de 20 por ciento de los vehículos cada día. Shangai ha adoptado medidas en la misma dirección. Tardaron los gobernantes chinos en comprender que el pan de hoy es hambre de mañana cuando se daña la naturaleza. </p>
<p>Los comunistas chinos se afanan en aplicar el “socialismo científico” que, en concreto, es regular un mercado que ha desequilibrado estructuras sociales y destruido recursos naturales indispensables. El pragmatismo absoluto viene en bajada según se desprende de las palabras de Wang Zhongwei, del Comité Permanente del PCCh de Shangai: “Hay que permitir que los más capaces se enriquezcan y proteger a los más pobres”. Le pregunté si esto no era una admisión que la brecha social había llegado a la China socialista para quedarse. A lo que me respondió con vehemencia: “la justicia social debe preceder a la eficacia”. China no solo tiene cinco mil años de historia, como los anfitriones no se cansan de recordarlo, es también un país de una infinita complejidad. Allí conviven la pobreza con las expresiones más audaces y avanzadas del progreso. Pese a sus violentos y dolorosos bandazos históricos los comunistas chinos lideran un experimento económico y social que deja sin aliento.<br />
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El golpe de timón de los comunistas chinos
Las autoridades chinas están alarmadas por la creciente brecha social y el deterioro ambiental. Liu Yun Shan, miembro del Buró Político del Partido Comunista, uno de los 25 hombres más poderosos de una jerarquía que dirige a 70 millones de militantes, afirma que hoy las urgencias han pasado de la ciudad al campo.