Mariano Bartolomé, miembro del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Belgrano (CESIUB), analiza el derrotero de la Guerra Rusia-Ucrania, que está en marcha desde el jueves 24 de marzo pasado.
“Si Vladimir Putin especuló con la pasividad de una OTAN desorientada y hasta en ‘muerte cerebral’, como oportunamente la calificó Emmanuel Macron, sus acciones operaron como una inyección de adrenalina.
Suecia y Finlandia, países con importantes instrumentos militares y aún mayores capacidades económicas, anunciaron que podrían solicitar la membresía si su situación de seguridad lo tornaba conveniente”, explica el también profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UB.
“Casi todos los integrantes de la OTAN anunciaron el envío al gobierno de Ucrania de moderno armamento, incluyendo críticos sistemas portátiles antitanque y antiaéreos. E incluso Alemania decidió finalmente transformarse en una potencia ‘completa’ e incrementar sustancialmente las capacidades de sus fuerzas armadas, atento a lo que pasa al este de su territorio”, subraya.
“El gobierno ruso no obtuvo el apoyo explícito de absolutamente ningún país del planeta con un historial medianamente decente en materia de respeto a los derechos humanos y las libertades individuales. Tampoco China se comprometió en ese sentido, limitándose a observar y tomar notas, que le podrían resultar útiles en un futuro, respecto de las reacciones de los Estados Unidos y otros actores clave en coyunturas críticas. Si algo no parece ser Xi Jimping es impulsivo e improvisado”, indica el especialista.
“Es en el campo de las narrativas donde más notorios son los efectos contraproducentes de los actos rusos. La justificación de las ‘fuerzas de pacificación’ desplegadas para proteger a la población local quedó hecha añicos desde el mismo momento en que las operaciones bélicas excedieron los enclaves independentistas del Donbass, para alcanzar todo el suelo ucraniano. Los alegatos en favor de ataques quirúrgicos contra objetivos militares fueron rápidamente neutralizados por bombardeos a blancos civiles, que fueron documentados por múltiples agencias de noticias independientes de todo el mundo”, advierte.
“Mientras Putin tilda al gobierno ucraniano de nazi, soslayando que su homólogo Volodímir Zelensky es judío y muchos de sus parientes murieron en el Holocausto, es él a quien comparan con Hitler. Subyace, en esa comparación, una intuición: la invasión de Ucrania en toda la línea se explica más por las interpretaciones históricas personales y la voluntad revisionista de este líder, que por las reales necesidades de seguridad del país”, señala el experto.
“El ataque de Rusia ha reforzado el sentimiento patriótico ucraniano. Le ha proporcionado héroes, mártires y momentos épicos para las generaciones presentes y futuras, todo esto teñido por la lógica de la lucha de David contra Goliat. Mientras algunos insisten en que es un ‘no-Estado’, Ucrania parece ser cada vez más una ‘nación’”, asegura.
“Sin embargo, no puede soslayarse el enorme poder militar de Rusia. El Ejército Rojo, que se cubrió de gloria en la Segunda Guerra y tomó Berlín, es uno de los mejores del mundo y aventaja a los ucranianos en absolutamente todos los aspectos tangibles. Pero difícilmente tenga la motivación y las convicciones, de una sociedad entera que defiende su tierra. Rusia puede ocupar y controlar toda Ucrania, pero al precio de la destrucción de una importante proporción de sus núcleos urbanos, que seguramente serán defendidos por sus habitantes, apelando a una amplia gama de formas asimétricas de lucha”.
“Ironía de las relaciones internacionales, una nueva versión de Stalingrado, aunque en Kiev y con los antiguos defensores fungiendo de atacantes, todo esto ante la mirada reprobatoria de la comunidad internacional y, eventualmente, de los propios ciudadanos rusos”, sostiene Bartolomé.
“Así las cosas, lo ideal sería lograr un rápido acuerdo que ponga fin a las hostilidades, en el que ninguna de las partes aparezca como vencida ni humillada. Porque aparentemente Putin no alcanzará todas las metas que se propuso al menos con una tasa costo-beneficio favorable. Pero está claro que tampoco puede volver al ‘status quo ante’ con las manos vacías. Ambos bandos deberán efectuar concesiones. Es en esa subjetiva zona, en la que supuestamente las ‘mínimas expectativas aceptables’ de los contendientes no están tan alejadas unas de las otras, donde la diplomacia del más alto nivel debe alcanzar soluciones creativas y razonables en su contenido, viables en su aplicación y sostenibles en el tiempo. Cualquier otra opción será peor”, completa el miembro del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Belgrano (CESIUB).
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