sábado, 28 de diciembre de 2024

Primer ministro debilitado y un partido parlamentario en rebeldía

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El primer ministro británico Boris Johnson conserva la confianza del Partido Conservador. Pero solo de momento.

Por Paul Whiteley (*)
 Johnson recibió los votos de 211 de los 359 diputados tories en apoyo a su liderazgo, lo que significa que técnicamente ganó la moción interna.

Pero el hecho de que 148 de sus colegas parlamentarios votaran en contra, más del 41% del grupo parlamentario, pone en duda su longevidad como líder del partido –y primer ministro–.

De hecho, Johnson obtuvo peores resultados que John Major y Theresa May en sus desafíos al liderazgo en 1995 y 2019. Y se enfrentó a tanta oposición como Margaret Thatcher en la primera ronda de su concurso de liderazgo en 1990.

La historia de estas votaciones de confianza en el Partido Conservador del Reino Unido demuestra que casi siempre acaban perjudicando tanto al líder como al partido, incluso cuando son favorables para el primero. Así ha ocurrido en tres ocasiones sucesivas en los últimos 32 años.

Asesinatos políticos

Cuando Michael Heseltine, quien ocupara dos carteras en gobiernos conservadores, desafió el liderazgo de Thatcher en 1990, obtuvo el 40,9% de los votos. De acuerdo con las reglas de la época, la contienda tuvo que ir a una segunda vuelta porque Thatcher no alcanzó el 55% requerido para una victoria absoluta. La Dama de Hierro, al principio, dijo que seguiría luchando, pero posteriormente los “hombres del traje gris” (líderes del partido con capacidad para cuestionar al poder conservador y resolver los conflictos que puedan surgir entre tories) la convencieron de que renunciara, y la contienda resultante la ganó John Major.

En retrospectiva, los diputados conservadores hicieron bien en sustituir a Thatcher, ya que Major obtuvo una sorprendente victoria en las elecciones generales de 1992. Pero posteriormente, él también se vio cada vez más afectado por las divisiones del partido en torno a la pertenencia del Reino Unido a la Unión Europea. Major era un firme partidario de seguir en la UE, pero un número cada vez mayor de diputados tories, así como de miembros del partido en el país, defendían la salida.

Major decidió acallar a sus críticos convocando un voto de confianza en 1995. Ganó esa votación por un amplio margen, con el apoyo del 71% de sus colegas parlamentarios, pero, por desgracia para él, esto no zanjó la cuestión. En todo caso, reveló a los votantes que el Partido Conservador estaba muy dividido. Dos años después, bajo el liderazgo de Tony Blair, los laboristas obtuvieron una victoria aplastante en las elecciones que pusieron fin al mandato de Major.

La tercera ocasión fue la votación de confianza impuesta por May en la primavera de 2019 tras su fracaso en conseguir una mayoría parlamentaria en las elecciones generales de 2017. Lo hizo mejor de lo esperado al obtener el respaldo del 63% de sus diputados, pero lamentablemente para ella no resolvió el problema de encontrar una solución al Brexit que fuera aceptable para la Cámara de los Comunes. A pesar de la victoria, a los seis meses tuvo que dimitir y Johnson ganó la posterior elección de liderazgo.

Dos años de agitación

Estos ejemplos muestran que un voto de confianza en sí mismo inevitablemente debilita en lugar de fortalecer la posición del líder y esto erosiona el apoyo al partido entre los votantes.

En breve se celebrarán dos elecciones parciales en Wakefield y en Honiton y Tiverton, ambos escaños ganados por los conservadores en las últimas elecciones. Los últimos sondeos sugieren que es casi seguro que Wakefield será capturado por los laboristas y, a la luz del éxito de los liberal-demócratas en las elecciones parciales de Shropshire Norte y Chesham y Amersham en 2021, el partido tiene una muy buena oportunidad de arrebatar este escaño a los conservadores.

Esto no significa, por supuesto, que Johnson vaya a dimitir. El exsecretario del Brexit, David Davis, también excandidato al liderazgo conservador, dijo que el primer ministro tendrá que ser “arrastrado a patadas y gritos” fuera de Downing Street. Si esto es así, significa que, a menos que sus colegas puedan destituirlo, la disputa por el partygate continuará y la capacidad del gobierno para persuadir a la gente de que lo apoye para hacer frente a la crisis del coste de la vida y a otras cuestiones importantes se verá aún más erosionada.

Al abordar esta cuestión, los diputados conservadores harían bien en recordar el consejo dado por Maquiavelo en El Príncipe, su manual sobre cómo gobernar los estados:

Quien es causa de que otro se vuelva poderoso obra su propia ruina. No le hace volverse tal más que con su propia fuerza o industria; y estos dos medios de que él se ha manifestado provisto, permanecen muy sospechosos al príncipe que, por medio de ellos, se volvió más poderoso.

Un primer ministro significativamente debilitado y un partido parlamentario en rebeldía no es un gran punto de partida para lograr una quinta victoria electoral en 2024.

(*) Professor, Department of Government, University of Essex.

 

 

 

 

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