Sigue la lucha de poder en el Vaticano, durante el octavo año del Papa Francisco en la cúspide del poder eclesiástico.
La lucha interna gira alrededor de crímenes financieros, escándalos sexuales y los esfuerzos del papa por reformar el aparato administrativo del Vaticano. Tony Barber analiza la red de intereses en el Financial Times.
Todos esos temas se convierten en armas para pelear por el control de la Iglesia Católica Apostólica Romana que persiste desde la muerte de Juan Pablo II en 2005. Pero lo que distingue a estos acontecimientos de otros episodios turbulentos en otras épocas, como el Renacimiento italiano, es que están mezclados con batallas políticas y guerras culturales que se desarrollan en Estados Unidos y otras sociedades occidentales, para no mencionar África y Asia.
Políticos seculares de derecha están alineados con clérigos ultra conservadores en el deseo de detener al Papa y sus reformas. Políticos liberales y progresistas entre los católicos del mundo — que según estimaciones del Vaticano suman más de 1.300 millones de personas — esperan que el Papa triunfe.
Las cosas llegaron al punto de ebullición cuando el mes pasado el Papa tomó la decisión de forzar la renuncia del cardenal Giovanni Angelo Becciu, un prelado italiano acusado de malversar los fondos de la Iglesia. El cardenal, que niega todo, perdió su cargo de jefe de la Congregación para las Causas de los Santos, el organismo del Vaticano que supervisa las canonizaciones.
El cardenal Becciu fue una figura muy importante entre 2011 y 2018 en la Curia, el órgano administrativo central de la Santa Sede. En su condición de número dos del secretariado de la Curia, su enemigo acérrimo era el cardenal George Pell, un australiano a quien el Papa nombró en 2014 para llevar transparencia a las finanzas del Vaticano, notablemente opacas.
El cardenal Pell fue condenado a prisión en Melbourne el año pasado acusado de acosar sexualmente a niños del coro de la iglesia, pero en abril la suprema corte de Australia sobreseyó esa condena. Ahora han salido a la superficie versiones en la prensa italiana según las cuales el cardenal Becciu intentó influir en el juicio de su rival sobornando a un testigo para su testimonio.
Tanto Becciu como el testigo rechazan la acusación como falsa. Pero los choques muestran cómo se superponen las controversias en la Santa Sede. El cardenal Becciu estuvo detrás de una compra multimillonaria de un inmueble en Londres, operación que está siendo investigada por magistrados en el Vaticano.
Hasta que perdiera su cargo el año pasado, la responsabilidad del cardenal Pell era iluminar precisamente esas misteriosas inversiones. Facciones rivales en el Vaticano y sus aliados en las jerarquías católicas nacionales están aprovechando éste y otros escándalos para desacreditar a sus opositores en cuestiones de doctrina religiosa.
Durante su reinado, el papa Francisco ha puesto mucho esfuerzo en arrebatar el control de la Congregación de la Doctrina de la Fe –el órgano del Vaticano encargado de hacer cumplir la disciplina teológica – a los conservadores que dominan desde 1981, bajo Juan Pablo y su sucesor, Benedicto XVI.
Francisco se distanció de sus dos predecesores en 2016 cuando publicó el exhorto apostólico, Amoris Laetitia, que abría la posibilidad de permitir a católicos divorciados y vueltos a casar, recibir los santos sacramentos.
Los conservadores reaccionaron con furia ante lo que consideraban un corte abrupto con la tradición católica. El arzobispo Carlo Maria Viganò, ex nuncio papal, o representante diplomático del Papa ante Estados Unidos, pidió en 2018 la renuncia del Papa. En las elecciones presidenciales de este año en Estados Unidos, el arzobispo surgió como partidario del presidente Donald Trump y apoya las varias teorías conspirativas de la derecha radical. Comparan al Papa con el equivalente en la Santa Sede de Mikhail Gorbachev.
El ex líder soviético implementó las reformas liberales de su país a tal punto que provocó la desaparición de la Unión Soviética.
Es inconcebible que el Papa Francisco corra semejantes riesgos, dice Barber, ya sea en la reinterpretación de la doctrina o en la reorganización de la Curia. En realidad, muchos comentaristas católicos sostienen que la causa más cercana al corazón del Papa es la “conversión misionera de las sociedades”, donde ve la religión organizada estancada o en declinación.
Lo dijo el año pasado, en un intercambio de saludos navideños con funcionarios de la Curia: “La fe cristiana, “especialmente en Europa”, pero también en muchas partes del mundo, ya no es una premisa obvia de nuestra vida sino más bien algo a menudo negado, marginalizado o ridiculizado”.
Con todo, el Papa Francisco ha intentado – no lo suficiente, según algunos – atacar el problema del abuso sexual y la corrupción financiera. Esos dos flagelos crecen desde el pontificado de Juan Pablo. Una razón de por qué son tan difíciles de erradicar es que el Papa polaco es una figura muy reverenciada en la historia católica moderna, que en 2014 fue elevado a la categoría de santidad.
El despido del cardenal Becciu sugiere que Francisco sigue decidido a dominar las luchas de poder en el Vaticano. Pero las luchas tienen raíces tan profundas que es posible pensar en que continúen una vez concluido el reinado de Francisco.