Mayor desigualdad y países centrales con otro rumbo

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En el mes de abril se cumplieron diez años del colapso de la fábrica Rana Plaza en Bangladesh, en el que murieron 1.100 obreros textiles por la precariedad del edificio que se les vino encima. Resultó que esa fábrica producía prendas para las principales marcas globales.

Los empresarios que tomaron la decisión de tercerizar la producción en individuos que no conocían para las primeras etapas de la línea de producción buscaban liberarse de gastos y trataban el trabajo como un costo y no como un activo. Ese tipo de pensamiento que no contempla riesgos está desde hace décadas en el centro del comercio global, dice Rana Foroohar en el Financial Times. Llevar a otra parte el capital, los bienes y el trabajo aún si eso resulta en sufrimiento humano y/o la degradación del planeta. Mientras el precio de las acciones suba y los costos bajen, no hay problema alguno.
Tal vez el súmun de este pensamiento sean los campos de trabajo en Xinjiang, China. Es imposible que un país o una compañía compita con operaciones subsidiadas por el estado con pocos resguardos ambientales y que son acusadas de utilizar trabajo esclavo para extraer el sílice que luego se usa en la fabricación de paneles solares, productos electrónicos y otros tipos de bienes distribuidos por todo el mundo a precios inferiores a los de mercado.
Es imposible a menos que se cambien las reglas económicas del juego. Los últimos 40 años de política económica neoliberal generaron más crecimiento global que nunca y sacaron de la pobreza a millones de personas, pero también generaron una enorme desigualdad dentro de los países y muchos efectos negativos. Consecuencias que van desde trabajos forzados, aceleramiento del cambio climático hasta fragilidad en las cadenas concentradas de suministro e hiperinflación en commodities clave.
Ahora el gobierno de Biden y hasta cierto punto la Unión Europea buscan un cambio de paradigma: de la eficiencia a la resiliencia. Sus métodos incluyen, por ejemplo, subsidiar la diversidad de producción en semiconductores.
En Estados Unidos, la Ley de Reducción de la Inflación se propone ir más allá y atacar el problema de la concentración y la falta de iniciativa del sector privado en la transición hacia las energías limpias. El objetivo es oponerse a países como China, que tiene concentración en áreas cruciales como tierras raras además de un gobierno que no duda en usar todo eso en su propio beneficio.
Si Estados Unidos y Europa quieren múltiples fuentes de esos bienes comunes, deben subsidiarlos. El sistema de mercado no va a competir con los paneles solares baratos o o vehículos eléctricxos o chips, librado a su suerte.
La política de Washington comienza a alejarse del término “desacople” con respecto a China para inclinarse hacia la eliminación del riesgo (“de-risking”), tanto de la nación como de la economía global.”De-risking” fue un término que también usó la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen en su reciente discurso en China.

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