El trabajo por aplicaciones se consolidó en Brasil como uno de los fenómenos laborales más significativos de la última década. Según datos recientes del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), 1,7 millón de personas generan hoy su sustento a través de plataformas digitales de transporte, entregas o servicios. La cifra representa un aumento de 25,4% en apenas dos años y revela una transformación profunda del mercado laboral: más flexibilidad, pero también más precariedad.
El transporte de pasajeros concentra el 58% de las ocupaciones, seguido por las entregas de productos y los servicios generales. La expansión del sector responde a varios factores. Entre ellos, el aumento del desempleo formal tras la pandemia, la búsqueda de ingresos complementarios y la facilidad tecnológica que ofrecen las plataformas. Para muchos, convertirse en motorista de app o repartidor significó la única alternativa posible para mantener ingresos regulares en medio de un mercado laboral cada vez más competitivo.
Más horas, menos valor por hora
Los datos del IBGE confirman que los trabajadores por aplicaciones ganan, en promedio, más dinero por mes que otros empleados informales. Sin embargo, cuando se analiza la remuneración por hora, el cuadro cambia: el valor recibido es sensiblemente menor. En promedio, un conductor o repartidor trabaja 46 horas semanales —casi siete horas más que el promedio nacional— para obtener un ingreso mensual cercano a 2.500 reales.
El cálculo horario, que ronda los 11,80 reales, expone la fragilidad del modelo. La jornada extendida y los costos operativos (combustible, mantenimiento del vehículo, seguros) reducen el margen real de ganancia. Además, más del 70% de estos trabajadores se encuentran fuera del sistema formal, sin acceso a cobertura de salud ni aportes jubilatorios.
La informalidad es uno de los rasgos estructurales del fenómeno. En muchos casos, la relación laboral se diluye: las aplicaciones definen el valor del servicio, asignan los pedidos y regulan la oferta, pero no reconocen vínculo directo con los prestadores. Para el trabajador, la autonomía se transforma en una ilusión; para las empresas, en un modelo eficiente que minimiza costos fijos.
Un retrato social
El perfil del trabajador por aplicación tiene rasgos definidos. Ocho de cada diez son hombres, la mitad tiene entre 25 y 39 años y más del 60% posee educación media completa o universitaria incompleta. Muchos provienen de sectores golpeados por la automatización o la reducción del empleo formal, como el comercio minorista o los servicios.
La movilidad urbana es el terreno más visible del cambio. En las grandes ciudades brasileñas, los automóviles y motocicletas con logos de plataformas como Uber, 99 o iFood son parte del paisaje cotidiano. Lo que comenzó como una fuente de ingresos complementaria se convirtió en una forma de vida para una parte creciente de la población económicamente activa.
El fenómeno tiene implicancias más amplias. En términos económicos, las aplicaciones reorganizaron el mercado de servicios personales, desplazando intermediarios tradicionales y creando nuevas cadenas de valor digital. En el plano social, acentuaron la sensación de inestabilidad: sin derechos laborales garantizados, la subsistencia depende del algoritmo.
Entre la libertad y la dependencia
Los defensores del modelo argumentan que las plataformas ofrecen independencia y la posibilidad de manejar el propio tiempo. Pero las encuestas del IBGE muestran una realidad distinta: el 97% de los conductores afirma que los valores por viaje son fijados por la aplicación y el 87% indica que los clientes les son asignados de manera automática. La lógica del “trabajador independiente” pierde fuerza frente al control que ejercen los sistemas digitales.
A esto se suma la dificultad de organización colectiva. Los repartidores y conductores carecen de representación sindical consolidada, aunque desde 2020 comenzaron a protagonizar movilizaciones masivas, como el Breque dos Apps, una huelga nacional que visibilizó reclamos por tarifas justas y mejores condiciones laborales.
En el Congreso brasileño, la discusión sobre un marco regulatorio avanza lentamente. El gobierno busca establecer contribuciones previsionales mínimas y garantizar derechos básicos, pero las negociaciones con las empresas de tecnología siguen abiertas. La cuestión central es cómo equilibrar innovación y protección social sin desincentivar la oferta de servicios digitales.
Un desafío regional
Brasil no es un caso aislado. En toda América Latina, la economía de plataformas crece a ritmo acelerado. En Argentina, México y Chile, la cantidad de repartidores y conductores por aplicación también se multiplicó en los últimos cinco años. La combinación de inflación, informalidad y desempleo estructural empuja a millones de personas hacia el trabajo digital autónomo.
El reto para los gobiernos será construir políticas que reconozcan las particularidades de este nuevo mercado laboral sin perder de vista su dimensión humana. Porque detrás de cada algoritmo hay una persona que trabaja más, gana menos por hora y, aun así, sostiene parte del funcionamiento económico de las grandes ciudades latinoamericanas.












