La National Security Strategy of the United States of America parte de un diagnóstico severo. Durante décadas, Washington habría multiplicado compromisos militares y económicos más allá de su base material. La Estrategia se propone cerrar esa brecha.
El texto define un núcleo de prioridades: proteger el territorio y a los ciudadanos; preservar la primacía económica y tecnológica; asegurar el acceso a recursos y rutas estratégicas; y mantener una capacidad militar capaz de disuadir a potencias rivales. La promoción de cambios políticos en terceros países pasa a un plano claramente subordinado.
De hegemonía difusa a potencia selectiva
En la práctica, la Estrategia reduce la idea de Estados Unidos como “gendarme global”. La responsabilidad sobre la estabilidad internacional se vuelve selectiva y se apoya en una redistribución de cargas hacia los aliados.
El documento anticipa un uso más intenso de instrumentos económicos: aranceles, sanciones financieras y controles sobre tecnologías sensibles. La competencia geopolítica se desplaza hacia la regulación, los estándares técnicos y las cadenas de suministro. Estar dentro del “círculo de confianza” implicará aceptar reglas más estrictas en ciberseguridad, propiedad intelectual e infraestructura crítica.
Para empresas y bancos, el mensaje es nítido. Las decisiones sobre dónde producir, con quién asociarse y qué tecnología adoptar pasan a integrarse al lenguaje de la política exterior. Inversiones, fusiones y adquisiciones se leerán también como hechos de seguridad nacional.
El hemisferio vuelve al centro del mapa
El capítulo dedicado al hemisferio occidental ubica a América Latina en el entorno inmediato de seguridad. Estados Unidos plantea tres objetivos: reducir la migración irregular, contener el crimen organizado transnacional y evitar que potencias extrahemisféricas controlen activos estratégicos. La referencia a la Doctrina Monroe es inevitable, aunque el tablero sea otro.
Hoy no se discute la presencia de flotas europeas, sino la participación de China, Rusia u otros actores en puertos, redes 5G, energía o minerales críticos. El territorio de disputa ya no es solo militar: incluye rutas logísticas, flujos de datos, satélites y sistemas financieros.
La Estrategia identifica a la región como plataforma de nearshoring. Reubicar producción desde Asia hacia países del hemisferio permite acortar cadenas de valor y reducir vulnerabilidades. La condición es ofrecer estabilidad regulatoria y convergencia básica con las prioridades de Washington.
América Latina y el caso argentino
Para América Latina, el documento funciona como hoja de ruta y advertencia. La hoja de ruta está en el nearshoring, en la demanda de energía y alimentos y en la necesidad de proveedores confiables de minerales críticos. La advertencia se expresa en los requisitos: control migratorio, cooperación contra el crimen transnacional y cautela frente a la presencia de actores extrahemisféricos en infraestructura sensible.
Argentina se ubica en un punto de cruce. Posee recursos energéticos y minerales, capacidad agroindustrial y una tradición de vínculos con Occidente, pero también una historia de volatilidad macroeconómica y giros en política exterior. En adelante, cada decisión sobre puertos, 5G, litio o cooperación en defensa será interpretada en clave de alineamiento estratégico.
La Estrategia de Seguridad Nacional de 2025, concebida para ordenar prioridades dentro de Estados Unidos, termina por redefinir el contexto en el que la región –y en particular la economía argentina– negociará inversiones, mercados y tecnología. No es solo un documento diplomático: es también un texto de política económica aplicada al mapa mundial.













