El símbolo que cruzó los siglos
En 1812, el gobernador de Massachusetts, Elbridge Gerry, sancionó una redistribución de distritos electorales que favorecía a su partido. Una caricatura satírica publicada aquel año representó uno de esos distritos como una salamandra monstruosa —un “Gerry‑mander”. El término emergió de la fusión entre el apellido del gobernador y la palabra salamander; convirtió un debate técnico en un símbolo perdurable del fraude electoral por parte de los legisladores.
El episodio constituyó un precedente histórico: la práctica ya existía, pero fue esa imagen la que cristalizó el concepto en el discurso político.
El nuevo capítulo en Texas
En 2025, bajo el impulso del presidente Donald Trump, la Legislatura de Texas inició un rediseño extraordinario de distritos —un mid‑decade redistricting— con el propósito de obtener cinco escaños adicionales en la Cámara de Representantes de EE.UU. para las elecciones de 2026. Trump justificó esta medida afirmando que los republicanos “merecen cinco escaños más”.
La confección del mapa ataca directamente áreas urbanas demográficamente diversas como Austin, San Antonio, Houston y Dallas, fragmentando su cohesión electoral con el método conocido como cracking —dividir zonas con votantes opositores para debilitar su peso— y packing —concentrar a esos votantes para neutralizarlos en pocos distritos—.
La respuesta democrática y la crisis institucional
Frente a esta maniobra, más de cincuenta legisladores demócratas de la Cámara de Texas abandonaron el estado para impedir el quórum necesario y bloquear la aprobación del nuevo mapa. El gobernador Greg Abbott respondió con amenazas de convocatorias legislativas sucesivas, órdenes de arresto civiles e incluso sanciones salariales, en un intento por forzar su regreso.
El conflicto escaló hasta convertirse en un pulso institucional de dimensión nacional. Gobernadores demócratas como Gavin Newsom (California), JB Pritzker (Illinois) y Kathy Hochul (Nueva York) advirtieron que podrían responder con rediseños de distritos electorales en sus estados —un contra‑gerrymander en la práctica—. Newsom, en una carta pública, criticó la maniobra texana como una “amenaza para la democracia” y declaró que su estado actuaría en consecuencia si Texas persistía.
El escenario legal y el precedente judicial
Desde hace décadas, el sistema legal de EE.UU. ha centrado parte de su atención en el gerrymandering. En el caso Rucho v. Common Cause (2019), la Corte Suprema declaró que el gerrymandering partidario —a diferencia del racial— es una cuestión política y no judicialmente revisable a nivel federal. Esa decisión abrió un espacio legal que ha sido aprovechado en el caso texano.
Además, ya en 1996, la Corte Suprema condicionó la estructura de distritos en Texas por razones raciales en el caso Bush v. Vera, lo que obliga a equilibrar criterios geográficos con la representación de minorías. La dinámica de 2025 renueva esos debates, al cuestionarse si el diseño atenta contra el Voting Rights Act al diluir el voto de comunidades afroamericanas o hispanas.
El poder simbólico y político del gerrymander
El incipit histórico del término se enlaza al presente para demostrar cómo un símbolo puede volverse un instrumento de poder. En 1812, la caricatura del Gerry‑mander expulsó una maniobra técnica del ámbito académico y la colocó en el centro del debate público. Ahora, ese símbolo inspira y justifica una nueva manipulación, respaldada por un expresidente que reclama escaños “merecidos” políticamente.
El fenómeno revela la persistencia del gerrymandering como herramienta central en la competitividad electoral. El proceso técnico de delineación de distritos es deliberadamente utilizado para moldear mayorías en el Congreso, lo que evidencia un riesgo constante para la calidad de la representación democrática.
Repercusiones nacionales y perspectivas futuras
Las consecuencias del pulso en Texas podrían trascender la política estatal. Brookings destaca que el rediseño podría consolidar la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, complicando la posibilidad de que los demócratas recuperen el control en 2026.
El choque de estrategias ha encendido una carrera armamentista legislativa: los estados azules contraatacan desde posiciones técnicas similares, mientras la Corte Suprema mantiene resguardada su doctrina de no intervención federal en casos partidarios. La situación sugiere una fragmentación creciente del marco electoral de Estados Unidos, con consecuencias impredecibles.
El desafío para la democracia representativa
La historia del gerrymander pone de relieve una tensión estructural en sistemas democráticos basados en distritos geográficos. La necesidad de delimitar circunscripciones choca con la tentación de manipularlas para conservar poder. En el caso concreto de 2025, lo que se disputan no son simples líneas en un mapa: están en juego el equilibrio del poder legislativo y la percepción pública sobre la equidad del sistema político.
La respuesta de Texas y de otros estados plantea la necesidad urgente de mecanismos de corte independiente —como comisiones no partidarias de redistritación— para contener la expansión del control partidario sobre el diseño político. Sin reformas de ese tipo, el símbolo nacido en 1812 —el Gerry-mander— seguirá representando una brecha entre la teoría democrática y la práctica política.
Desde una caricatura satírica en Massachusetts hasta el diseño estratégico de distritos en Texas, el gerrymandering perdura como una práctica ágil y simbólica en la política estadounidense. La ofensiva impulsada por Trump en 2025, que busca sumar cinco escaños para el Partido Republicano a través del rediseño electoral, refleja el legado de una manipulación que trasciende siglos y que hoy se despliega con sofisticación tecnológica y urgencia electoral.
El simbolismo del Gerry-mander histórico se materializa en el presente divergente: un mapa convertido en arena de poder, un cortejo entre símbolo y estrategia. El desafío para la democracia es limitar ese poder con instituciones, normas y tecnicismos diseñados para preservar más que para dominar.
