Durante más de siete décadas, el dólar fue mucho más que la moneda de los Estados Unidos: fue el pilar del orden económico internacional. Desde los Acuerdos de Bretton Woods en 1944, primero como referencia cambiaria fija y luego como unidad de cuenta de facto, el billete verde consolidó un rol preeminente en el comercio, las finanzas y las reservas globales. Esa supremacía, sin embargo, comienza a mostrar grietas.
Los analistas más atentos no anuncian un colapso inminente, pero sí una erosión sostenida. La participación del dólar en las reservas internacionales ha descendido desde niveles cercanos al 70% en 1999 a menos del 59% en 2024, según datos del FMI. El fenómeno no es abrupto, sino paulatino, aunque su dirección resulta clara: diversificación.
Multipolaridad monetaria
La transformación del sistema monetario refleja la del sistema político. La emergencia de una estructura multipolar —económica, tecnológica y militar— ha socavado los cimientos de la hegemonía estadounidense. El euro, pese a las tensiones internas de la Unión Europea, mantiene su atractivo como segunda moneda de reserva. China, por su parte, promueve acuerdos bilaterales en yuanes con socios estratégicos en Asia, África y América Latina, al tiempo que impulsa el uso del renminbi en contratos de commodities, sobre todo energéticos.
La creciente aceptación del oro como refugio de valor ha sido otra señal del cambio de clima. En 2023, los bancos centrales compraron más de 1.000 toneladas de oro, el volumen más alto en medio siglo, según el World Gold Council. Se trata de una estrategia deliberada de cobertura frente a la volatilidad del dólar y la desconfianza en la estabilidad de la deuda estadounidense.
A este contexto se suma un actor nuevo: las monedas digitales. Aunque aún no han desplazado al dólar en términos sistémicos, las criptomonedas —y en particular, las stablecoins respaldadas por activos duros— introducen una competencia lateral que fragmenta el uso global del billete verde. A mediano plazo, podrían facilitar esquemas alternativos de pago transfronterizo, sin pasar por bancos corresponsales anclados en EE.UU.
Volatilidad e incertidumbre
El principal desafío del dólar no es externo sino endógeno: la erosión de la confianza en su estabilidad. Las reiteradas disputas en el Congreso estadounidense sobre el techo de la deuda, la expansión fiscal sostenida y la politización de la Reserva Federal alimentan una percepción de riesgo. La volatilidad del tipo de cambio, que en los últimos años registró oscilaciones abruptas frente a las principales monedas, afecta la credibilidad de la divisa como reserva de valor.
Paradójicamente, el dólar sigue funcionando como refugio en tiempos de crisis. Su condición de activo seguro persiste, al menos mientras no surja un sustituto creíble con la misma profundidad de mercado y liquidez. Pero la tendencia general apunta a una pérdida de centralidad. Como señala Zoltan Pozsar, ex estratega de Credit Suisse, “el dólar no desaparecerá, pero dejará de ser el único centro del universo monetario”.
Consecuencias regionales
Para América Latina, el debilitamiento relativo del dólar abre desafíos y oportunidades. Por un lado, limita el margen de maniobra para países con elevada dolarización financiera, como la Argentina. Por otro, permite explorar canastas monetarias más diversas para el comercio exterior y las reservas. Iniciativas como la red de pagos en monedas locales del Mercosur o los acuerdos de intercambio de divisas con China se inscriben en esta lógica de pluralización.
Un nuevo orden en gestación
Lo que está en juego no es solo el destino de una moneda, sino el andamiaje sobre el cual se estructuró la globalización. La hegemonía del dólar permitió a Estados Unidos financiar déficits crónicos, imponer sanciones extraterritoriales y condicionar políticas económicas de terceros países. Su declive relativo podría inaugurar una etapa más fragmentada, con zonas de influencia financiera superpuestas y sistemas paralelos de compensación.
Aún no existe una moneda dispuesta —ni apta— para ocupar su lugar en solitario. Pero la historia sugiere que los imperios monetarios no son eternos. El futuro del sistema financiero internacional dependerá, en buena medida, de cómo Estados Unidos administre este proceso: si como una transición ordenada o como una pérdida de control.












