Se robustece lo local, pero se hace ineludible la condición de globalidad; no habrá régimen que sobreviva a la falta de confianza de su propia sociedad.
Por Lourdes Puente (*)
En el siglo XXI, el Estado ha dejado de ser quien organiza todos nuestros intereses. Se volvió tan grande y sofisticado que los hombres y las mujeres inventamos mil formas de articularnos y representar nuestra diversidad de intereses a través de otras múltiples organizaciones.
El escenario local y global se pobló entonces de una gran variedad de actores, que fueron tomando un poder inusitado. Empresas de comunicaciones, redes o comercio electrónico manejan más presupuesto, generan más empleo e inciden en los gustos de las sociedades con más efectividad que la mayoría de los Estados.
Aun así, el Estado continúa conservando el monopolio de ser nuestro lugar de origen, y es el único que todavía puede darnos identidad con documento, o pasaporte para poder viajar, entre muchas otras cosas que vivimos con la naturalidad de haber nacido con ellas. Hoy, es el lugar donde nos confinamos, aquel al que incluso el ciudadano del mundo está obligado a volver para defenderse del virus.
La irrupción del Covid 19 en nuestras vidas, dejó al desnudo todas las organizaciones y sus capacidades, incluyendo al Estado. Pero sobre todo, visibilizó sus incapacidades.
La pandemia convirtió al mundo en un laboratorio global en el que podremos estudiar eso que se nos está revelando, qué Estados y qué sistemas de Gobierno tienen los mejores instrumentos y fortalezas para defender a su población y evitarle el mayor daño posible.
Frente a una amenaza tan real (y tan impensada) como el virus, los Estados ponen a prueba su capacidad de imponer conductas, de inducir comportamientos, de generar soluciones.
Sin embargo, aún hay más preguntas que respuestas. Porque lo que estamos viendo es la foto y no la película, mucho menos el final.
Una aproximación a las primeras respuestas da cuenta que la cultura, y sobre todo la confianza en el propio sistema, parecen ser claves a la hora de hacer frente a la amenaza.
Orientales (Japón) u occidentales (Alemania), democráticos (Dinamarca) o autoritarios (Singapur), casos que en la foto de hoy aparecen exitosos, refieren más a una sociedad que confía en su Estado y acompaña la autoridad constituida, sin importar el tipo de régimen. Sin embargo, en todos estos casos, hablamos de sociedades desarrolladas.
Amenazas
En las sociedades desiguales, tanto las democracias como los autoritarismos, o lo que algunos llaman populismos, son endebles y muy vulnerables ante cualquier amenaza. En ellas, no hay confianza en el Estado, que no solo no resolvió aun el desarrollo de sus habitantes, sino que resulta ajeno a sus propios intereses.
Esa falta de confianza mina las capacidades ante la emergencia, evidenciando sus debilidades. Como todo queda al desnudo, se aceleran los cuestionamientos al régimen, a su forma de decidir, a su manera de representar a la sociedad. Todos los regímenes están siendo interpelados.
Los autoritarios tienen como nueva herramienta el miedo, pero la globalidad de la amenaza pone en jaque también sus capacidades, y tendrán que dar señales claras de que saben defender lo que dominan, ya que enfrentan sociedades más exigentes porque se sienten asustadas.
Los democráticos, enfrentan el aceleramiento de una tendencia saludable. El Estado recupera sentido con sus instituciones, y se generan nuevas alternativas de participación. Se recupera el sentido del territorio y se activa la intervención ciudadana.
Los Gobiernos encuentran contestación, de los poderes y de la calle. Las reacciones ante algunos avasallamientos se hacen sentir, y varios Gobiernos se ven obligados a retroceder. Y aunque los confinamientos dan apariencia de encierro y retraimiento, la tecnología amplifica las voces, y hay democracia que late y exige.
Los problemas pre-existentes se incrementan y los activos se potencian. Nada augura que la solución vendrá de un tipo de régimen.
La política, esa que tiene a cargo la conducción de los Estados, quizás se sienta convocada. Y recuerde su naturaleza: vino a organizar la vida en comunidad bajo una bandera y no a defender intereses propios. Y las sociedades, tan empoderadas en este siglo, diversas y exigentes, requerirán respuestas, que como ha demostrado esta pandemia, no puede dar sólo el Estado.
(*) Directora de la Escuela de Política y Gobierno en Pontificia Universidad Católica Argentina.
(Publicado originalmente en la edición impresa de Mercado dedicada al 51 aniversario de la publicación)