Por Jorge Castro
No hay ninguna encuesta que indique que no preferirían a un candidato más joven que el actual mandatario.
Hay un dato estratégico esencial a retener respecto a la reelección de Biden, y es que su compañera de fórmula, la vicepresidenta Kamala Harris, cuenta con menores índices de popularidad y aceptación que el actual jefe de la Casa Blanca.
Un hecho muy notable es que en el mensaje en que proclama su candidatura a la reelección, Biden no propone ningún programa de gobierno para un 2do mandato, y no hay ninguna mención a los U$S 6 billones que su gobierno y el Congreso de Washington controlado por los demócratas gastaron en la pandemia para mantener en pie a la economía norteamericana.
Asimismo, no hay la menor referencia a la Guerra de Ucrania en la que EE.UU ha aportado al gobierno de Kiev más de U$S 2.600 millones para enfrentar la invasión rusa del 24 de febrero de 2022; o a la puja con China a la que Biden ha convertido en la viga maestra de su 1er mandato; y a la que ha destinado, junto con los demócratas, más de U$S 56.000 millones para desarrollar el mayor ejercicio de política industrial de la historia norteamericana, solo comparable al New Deal de Franklin Delano Roosevelt, o a la extraordinaria movilización de recursos de la 2da Guerra Mundial.
Ninguno de estos hechos trascendentales es utilizado por Biden al proclamar su candidatura a la reelección.
Hay un solo tema presente en forma obsesiva, absolutamente excluyente de cualquier otro, y es que Biden afirma ser el único hombre que en EE.UU es una alternativa viable al regreso victorioso de Donald Trump a la Casa Blanca.
Todo gira sobre Trump y la condición de Anti-Trump número 1 de Joe Biden. No hay “Plan B”, ni opción alguna a esta disyuntiva visceral.
La estrategia de Biden lo pone todo en juego (incluyendo el destino de EE.UU en el mundo), y lo asombroso es que cuenta con el respaldo prácticamente unánime de los demócratas, así como el apoyo ferveroso y combatiente de la inmensa mayoría de los medios de comunicación estadounidenses.
Por su parte la situación de Donald Trump es la siguiente: cuenta con el respaldo de 56% del total de los votantes republicanos, en tanto que su principal contendiente Ron DeSantis, gobernador de Florida, logra el apoyo de 22%; y sobre 15 representantes republicanos del Estado de Florida, 10 apoyan a Trump y 3 a DeSantis; y el ex presidente recaudó U$S 11 millones en los 3 días posteriores a que un juez federal de Manhattan lo procesara.
Todo esto sucede cuando la polarización y el enfrentamiento interno en EE.UU son tan extremos que prácticamente han triturado el extraordinario (“excepcional”) consenso nacional, que ha sido siempre la fuerza central de la historia norteamericana, sobre todo en situaciones de crisis.
Hay una virtual “Guerra Civil” pendiente en EE.UU en este momento, utilizando el término en un sentido escasamente metafórico habida cuenta de los acontecimientos del 6 de enero de 2021 en el Capitolio de Washington.
El protagonismo crucial del gobierno de Biden en la Guerra de Ucrania la ha transformado por necesidad en una de las cuestiones centrales de la campaña presidencial 2024; y los republicanos le atribuyen a Biden su responsabilidad total en el caso de una frustración en los acontecimientos ucranianos, lo que resulta altamente probable debido al estancamiento estratégico del conflicto que se ha transformado en una guerra prolongada de largo plazo.
Por su parte Trump sostiene con su hipérbole característica que la derrota de Biden en 2024 es lo único que “…puede evitar una 3ra Guerra Mundial de carácter necesariamente nuclear”; y por eso se compromete a terminar con la Guerra de Ucrania en 24 horas y a acordar con China a través de un dialogo directo con su “amigo”, el presidente Xi Jinping.
La feroz fobia Anti-Trump que tienen Biden, los demócratas, y el poder establecido en EE.UU no puede ocultar que en los próximos 2 años de campaña electoral, la figura que ejerce el poder político en EE.UU, y por lo tanto estará en el centro de los acontecimientos y de la atención mundial, no será Donald Trump, sino Joe Biden.
Todo esto ocurre, paradójicamente, mientras EE.UU es inequívocamente la 1era potencia del sistema capitalista en su fase de 4ta revolución industrial, por encima de China.
No hay “decadencia” alguna en la civilización estadounidense. Lo que sucede es una crisis política de gravedad histórica, la más grave desde la Guerra Civil de 1861/1865, en un momento de vertiginoso cambio global, donde el eje del poder en el mundo se traslada al Asia, y en 1er lugar a China.
En la etapa post-hegemonía norteamericana que se aproxima, EE.UU seguirá siendo el 1er país del sistema capitalista, solo que esto va a ocurrir en una sociedad global absolutamente integrada por la revolución de la técnica, cuya legitimidad se funda en un diálogo entre civilizaciones, ante todo la estadounidense y la de China, con sus 5.000 años de historia.
Lula impulsa una política mundial
para terminar con la Guerra de Ucrania
Hay un hecho decisivo respecto a Brasil que afecta de manera directa a la Argentina; y es que con el presidente Lula a la cabeza se ha lanzado a desplegar una política mundial tendiente a terminar con la Guerra de Ucrania a través de un proceso de paz de carácter político/diplomático.
Es la 1era vez que esto ocurre desde que Brasil declaró la guerra al Eje en octubre de 1942; y con la conducción de Getulio Vargas y Oswaldo Aranha – y con la colaboración directa del presidente Franklin Delano Roosevelt – trasladó a Europa a combatir a la Fuerza Expedicionaria Brasileña (FEB) contra el 3er Reich.
La iniciativa de Lula ha desplegado hasta ahora 2 maniobras de alto significado estratégico: viajó a China el 11 de abril para acordar con Xi Jinping los términos de una mediación conjunta destinada a terminar con la Guerra de Ucrania; y previamente, envió a Celso Amorim – su principal asesor en política exterior – a Moscú y París para pactar con Putin y Macron las condiciones de un proceso de paz en Ucrania.
La semana previa se encontraba en China el presidente de Francia Emmanuel Macron en visita de estado, y declaró: “La autonomía estratégica es el combate de Europa, y sin ella el Continente arriesga salir de la historia”.
Es la herencia del General De Gaulle, que afirmaba en su prédica una total autonomía frente a las superpotencias, lo que significaba – entonces y ahora – primordialmente EE.UU.
Macron subrayó en Beijing: “No queremos una lógica de bloques ni de enfrentamientos”; y después de condenar, como lo ha hecho siempre, la invasión de Rusia a Ucrania el 24 de febrero de 2022, señaló el carácter imperioso que ha adquirido poner término al conflicto ucraniano.
“China y Francia – anunciaron Xi Jinping y Macron – han decidido desplegar una asociación estratégica global que impulse un mundo multipolar”, sin dominaciones ni hegemonías, en obvia referencia a EE.UU.
“Esta es una nueva fase histórica”, precisó Macron. “Por eso hay que reinventar un orden internacional de nuevo tipo que otorgue al mundo paz y estabilidad”.
Lo que torna posible esta enorme esperanza es que EE.UU enfrenta ahora por 1era vez desde el comienzo de la Guerra Fría en 1948 a otra superpotencia global, que es China, que se ha convertido en la 2da economía del mundo, y que es capaz de desafiarlo incluso en el dominio de las tecnologías de avanzada de la 4ta revolución industrial.
“Un mundo multipolar”, en suma, no es hoy un simple reclamo de Justicia sin andamiaje histórico, sino una posibilidad real, de carácter político, que está a la vista.
De Gaulle, después de haber sido el aliado incondicional de EE.UU – el único entre los países avanzados – en el momento más álgido de la Guerra Fría (“Crisis de los misiles en Cuba”/octubre de 1962), 4 años después retiró sin hesitar a Francia del mando integrado de la OTAN, aduciendo que se proponía “retomar el ejercicio de la soberanía en todo el territorio francés para disponer de la totalidad de sus instrumentos militares”. Lo hizo porque advirtió que la Guerra Fría estaba históricamente agotada, y que se aproximaba una época – “la detente” – que abría una inmensa libertad de acción para Francia y el mundo; y la libertad de acción era sinónimo de autonomía estratégica. De ahí que la exhortación de Macron en Beijing sea el “Gaullismo” de la época.
La Guerra de Ucrania experimenta una situación de completo estancamiento estratégico, y se ha convertido en un conflicto de largo plazo, de carácter prolongado, que torna imposible una solución militar, en que se enfrentan EE.UU y la OTAN, por un lado, y Rusia por el otro; y en el que las fuerzas ucranianas cumplen un papel muchas veces heroico, pero meramente operativo, completamente subordinado a las decisiones estratégicas del Pentágono.
El objetivo de EE.UU en esta guerra consiste en destruir la potencia militar de Rusia, modificando irreversiblemente su status internacional de gran potencia. La paz, por lo tanto, no es una finalidad norteamericana, porque necesita el carácter prolongado de la guerra como condición de eficacia de su estrategia fundamental.
Es en estos términos que ha viajado a China el presidente Lula, y es lo que le otorga a este periplo su auténtica dimensión histórica, semejante por su importancia a la iniciativa de Getulio Vargas de 1942.
Hay que afirmar, por último, en forma inequívoca, que la inserción internacional de la Argentina tiene como premisa la alianza estratégica con Brasil, lo que significa que ahora la Argentina se ha convertido en parte inescindible de una política mundial, lo que compromete al actual gobierno, al próximo, y a los siguientes.
En este momento, los 3 grandes países que intentan mediar para poner término a la Guerra de Ucrania son China, Francia, y Brasil; y por su intermedio, y a su medida, la Argentina también es parte de este juego global, que es la gran política de la época.
Esto es lo que sucedió en China la semana pasada con la presencia del presidente Lula allí, 4 días después de haber arribado el actual presidente de la V República Francesa, Emmanuel Macron.
Este es un gran momento histórico para Brasil, y también, por consiguiente, para la Argentina.