Por Joseph Downing (*)
Trae a la memoria la violencia que se extendió por los suburbios de la ciudad en 2005, duró más de tres semanas y obligó al país a declararse en estado de emergencia. Muchos de los problemas subyacentes a los disturbios de entonces siguen sin resolverse hoy en día y pueden verse agravados por el empeoramiento de las relaciones entre la policía y la población.
Durante mi extenso trabajo de campo en los suburbios de París, Lyon y Marsella he visto y oído de primera mano las quejas que ahora se extienden por las calles de Nanterre, la ciudad de Nahel.
Los suburbios y la pobreza
Algunos suburbios de las grandes ciudades francesas sufren desde hace décadas lo que se ha denominado la peor “hipermarginalización” de Europa.
La mala calidad de la vivienda y la escolarización se combinan con el aislamiento geográfico y el racismo que prácticamente imposibilitan que algunas personas tengan una oportunidad de mejorar sus circunstancias.
El descontento entre los jóvenes de estos lugares se viene gestando desde hace décadas. Ya en los años 90 se produjeron en Lyon los primeros disturbios como los de París.
Y, sin embargo, fuera de los momentos de crisis, los dirigentes franceses no parecen debatir prácticamente nada sobre cómo abordar los problemas que provocan tanta ira en los suburbios.
El presidente Emmanuel Macron se presenta a sí mismo como un político comprometido con reindustrializar Francia y revitalizar su economía. Pero su visión no incluye ningún plan para utilizar el crecimiento económico para traer oportunidades a los suburbios o, visto al revés, para aprovechar el potencial de los suburbios para impulsar el crecimiento económico.
En dos mandatos presidenciales, no ha logrado elaborar una política coherente para resolver algunos de los problemas clave de los suburbios.
Brutalidad policial
La brutalidad policial es un tema que genera una gran preocupación en Francia en estos momentos, más allá del incidente de Nanterre. A principios de este año, la organización internacional de derechos humanos Consejo de Europa dio el extraordinario paso de arremeter directamente contra la policía francesa por “uso excesivo de la fuerza” durante las protestas contra las reformas de las pensiones de Macron.
La policía parece estancada en un enfoque de todo o nada. En una entrevista reciente que ayudé a realizar para un documental en los suburbios de Marsella, los residentes señalaron los sucesivos recortes a los agentes de policía de proximidad, destinados en las urbanizaciones, como razones clave del aumento de la tensión entre la población y la policía. A las protestas se responde con gases lacrimógenos y porras.
Los sucesivos gobiernos han utilizado la policía para controlar a la población y evitar la agitación política, erosionando por el camino la legitimidad de las fuerzas del orden.
Y sin embargo, la policía es extremadamente hostil a la reforma, una postura que cuenta con la ayuda y la instigación de sus poderosos sindicatos y del propio Macron, que necesita a la policía para aplastar la oposición a sus reformas.
Acudir a ver la actuación de Elton John mientras se producían los disturbios quizá no fuera aconsejable y los comentarios sobre los jóvenes “intoxicados” por los videojuegos fueron algo desacertados, pero Macron al menos ha intentado calmar las tensiones y no exacerbarlas.
Un problema clave para él, sin embargo, es la naturaleza difusa y descentralizada de los manifestantes. No hay un liderazgo con el que reunirse y negociar, y no hay demandas específicas que deban cumplirse para rebajar la tensión. Al igual que en 2005, los disturbios se están produciendo de forma espontánea.
Esto hace que la escalada sea muy difícil de detener para el gobierno. Y subraya la necesidad de una respuesta mucho más amplia y reflexiva para hacer frente a los arraigados problemas de décadas de malas perspectivas sociales y brutalidad policial en los suburbios de las ciudades francesas.
(*) Senior Lecturer in International Relations and Politics, Aston University