domingo, 22 de diciembre de 2024

Vuelve la letra de Tesorería a 30 años, sólo para operadores

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Regresa el antiguo bono clave para las tasas “superlargas”. Pero más para managers de fondos que para inversores y ahorristas. Algunos analistas abrigan dudas.

No le veo nada especial al papel, aunque muchos colegas tengan tanta nostalgia. No existen los mercados sentimentales”, apuntaba David Glocke, a cargo de títulos de renta fija en el fondo Vanguard. “Pero, sí, algunos se ponen románticos. Sea como fuete, esta letra no es para cualquiera”.

Por otra parte, no queda bien claro por qué Hacienda dejó de emitir el T-30 en 2001 ni por qué torna a hacerlo desde enero. En rigor, tampoco ha dejado de cotizarese desde entonces, por la existencia de remanentes en plaza. Una segunda duda ronda a los gestores de carteras: ¿volverá a ser referencia global para toda tasas larga, función que el T-10 cubre sólo en parte?

Para otras categorías de operadores, por ejemplo los administradores de activos, el significado literal del retorno es menos espectacular, aunque tenga cierta relevancia. Los managers de fondos jubilatorios, mutuales y otras carteras grandes nuevamente contarán con respaldo explícito para colocarse hasta 30 años.

Por el contrario, los inversores físicos serán afectados sólo indirectamente. Para sus propias carteras, la disponibilidad de T-30 será mucho menos relevante. Las letras a menores plazos tendrán más sentido, pues son menos sensibles a variaciones en tipos de interés. Además, pocas personas tienen posibilidades de retener papeles por tanto tiempo.

En este momento, el “chiquitaje” no sacará provecho a cambio del mayor riesgo que entrañan los bonos a más de cinco años. Las letras de Tesorería a dos años rinden 4,05% anual, en tanto las T-10 no pasan de 4,25%. Por ende, la curva de rindes que compara diferentes plazos es muy chata. En realidad, las tasas básicas -ya en 3,5% anual- tampoco muestran gran margen respecto de los bonos federales.

A la inversa, los fondos de pensión serán demandantes de T-30. En su caso, porque el comité financierio del senado pasó en julio una ley que exige a las empresas fondear sus planes jubilatorios con títulos de renta fija. Cuando esa ley sea aprobada en la cámara baja, las administradoras se lanzarán sobre las T-30. Hay una buena razón: esas carteras se hallan notablemente subfinanciadas. Esto las llevará a compras masivas que, claro, inflarán el precio actual del papel en detrimento de su renta futura.

En una fase de tasas alcistas, esos rendimientos más largos involucrarán riesgos de perder valor, o sea precio. Por tanto, los inversores con alta proporción de bonos largos en cartera deberán apelar a la sintonía para arbitrar entre plazos. “De pronto, los riesgos genéricos se elevarán”, presume Financial Asset Management Corporation (Nueva York).

Por hoy, la T-10 domina, en parte porque es clave para el mercado de hipotecas titulizadas. Por lo menos en volumen, ese papel no será suplantado fácil ni rápidamente: la circulación interna total a fin de junio alcanzaba unos US$ 108.000 millones, En contraste, las proyecciones sobre T-30 nuevas sugieren que, durante 2006, se colocarán apenas US$ 20 a 30.000 millones.

No le veo nada especial al papel, aunque muchos colegas tengan tanta nostalgia. No existen los mercados sentimentales”, apuntaba David Glocke, a cargo de títulos de renta fija en el fondo Vanguard. “Pero, sí, algunos se ponen románticos. Sea como fuete, esta letra no es para cualquiera”.

Por otra parte, no queda bien claro por qué Hacienda dejó de emitir el T-30 en 2001 ni por qué torna a hacerlo desde enero. En rigor, tampoco ha dejado de cotizarese desde entonces, por la existencia de remanentes en plaza. Una segunda duda ronda a los gestores de carteras: ¿volverá a ser referencia global para toda tasas larga, función que el T-10 cubre sólo en parte?

Para otras categorías de operadores, por ejemplo los administradores de activos, el significado literal del retorno es menos espectacular, aunque tenga cierta relevancia. Los managers de fondos jubilatorios, mutuales y otras carteras grandes nuevamente contarán con respaldo explícito para colocarse hasta 30 años.

Por el contrario, los inversores físicos serán afectados sólo indirectamente. Para sus propias carteras, la disponibilidad de T-30 será mucho menos relevante. Las letras a menores plazos tendrán más sentido, pues son menos sensibles a variaciones en tipos de interés. Además, pocas personas tienen posibilidades de retener papeles por tanto tiempo.

En este momento, el “chiquitaje” no sacará provecho a cambio del mayor riesgo que entrañan los bonos a más de cinco años. Las letras de Tesorería a dos años rinden 4,05% anual, en tanto las T-10 no pasan de 4,25%. Por ende, la curva de rindes que compara diferentes plazos es muy chata. En realidad, las tasas básicas -ya en 3,5% anual- tampoco muestran gran margen respecto de los bonos federales.

A la inversa, los fondos de pensión serán demandantes de T-30. En su caso, porque el comité financierio del senado pasó en julio una ley que exige a las empresas fondear sus planes jubilatorios con títulos de renta fija. Cuando esa ley sea aprobada en la cámara baja, las administradoras se lanzarán sobre las T-30. Hay una buena razón: esas carteras se hallan notablemente subfinanciadas. Esto las llevará a compras masivas que, claro, inflarán el precio actual del papel en detrimento de su renta futura.

En una fase de tasas alcistas, esos rendimientos más largos involucrarán riesgos de perder valor, o sea precio. Por tanto, los inversores con alta proporción de bonos largos en cartera deberán apelar a la sintonía para arbitrar entre plazos. “De pronto, los riesgos genéricos se elevarán”, presume Financial Asset Management Corporation (Nueva York).

Por hoy, la T-10 domina, en parte porque es clave para el mercado de hipotecas titulizadas. Por lo menos en volumen, ese papel no será suplantado fácil ni rápidamente: la circulación interna total a fin de junio alcanzaba unos US$ 108.000 millones, En contraste, las proyecciones sobre T-30 nuevas sugieren que, durante 2006, se colocarán apenas US$ 20 a 30.000 millones.

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