Hace dos años, los dos grandes productores mundiales de crudo, Rusia y Arabia Saudita (dominante en la Opep) resolvieron reducir la oferta de petróleo al mercado en 1,8 millones de barriles diarios. La meta era estabilizar el precio, pero sobre todo impedir el avance del petróleo (shale oil) que estaba produciendo, cada vez más, Estados Unidos.
La experiencia fue singular. Según quien la analice, se atribuye méritos o logros. Las metas se cumplieron sin problemas, en especial por la baja en la producción de Venezuela (baja eficiencia de su industria), y ahora por el retiro de Estados Unidos en el acuerdo general con Irán, que tornará imposible que este país del Medio Oriente comercialice su petróleo.
Pero eso no fue todo. La hipótesis era que con modestas alzas de precio, el shale oil no contaría por los elevados costos de su extracción. No se tuvo en cuenta el avance de la tecnología estadounidense en este campo, capaz de perforar y extraer shale para venderlo sin pérdida a los nuevos precios.
Es por eso que ahora, los dos grandes socios que hicieron posible instalar esos niveles de producción, se encuentran con la necesidad de renovarlo, tal vez a otros valores.
Lo cierto es que el precio original de US$ 30 el barril en 2016, en las últimas semanas llegó a tocar US$ 80 y todo indica que durante lo que resta del año podría situarse en US$ 100. Todos los demás productores, en especial los otros socios de la Opep, celebraban el nuevo escenario. Ahora tienen temor. A US$ 100 el barril, podría haber una recesión mundial, y en ese caso producción y precios tendrían bajas sensibles.
Los representantes rusos y sauditas que iniciaron negociaciones, participan de esa inquietud. Hasta ahora, todo indica que se puede llegar a un acuerdo de elevar la actual producción en 1 millón de barriles diarios, meta que sería ratificada por todos los miembros de la Opep en la reunión anual en Viena, el próximo 22 de junio. Los países consumidores, más aliviados.