La economía rusa vive el cuarto año seguido de expansión y el barril de crudo oscila por encima de US$ 45 dólares. Segundo productor luego de Saudiarabia –un sultanato cada día menos estable-, Rusia se presenta como opción clave, ante un Levante volátil, centrado en la posguerra iraquí y el conflicto arabeisraelí.
Pero el sector petrolero ruso tampoco se ve muy estable estos días. La prolongada batalla entre el Kremlin (manejado autoritariamente por gente de la ex KGB) y turbios oligarcas de Yukos genera serias dudas sobre la fiabilidad del grupo como productor y exportador. Eso ha llevado los precios hasta cerca de US$ 47 el barril (tomando el máximo del lunes), en un mercado global donde la oferta resulta ya casi imposible de ampliar.
El lío de Yukos empezó en octubre, cuando el gobierno hizo arrestar a Míjail Jodorkovsky, fundador, principal accionista y presidente ejecutivo de la compañía. Por entonces, también máximo rival político de Vladyímir Putin, típico continuista estilo eslavo. Formalmente, lo detuvieron por fraude contable y evasión tributaria.
Poco después, Yukos afrontaba reclamos impositivos por US$ 3.400 millones, correspondientes sólo al ejercicio 2000. Según expertos financieros, la suma podría llegar a 10.000 millones si se añadiera el trienio 2001-3. Al mismo tiempo, Moscú bloqueó cuentas y activos de la firma, lo cual le impide a ésta venderlos para obtener caja. No sólo se derrumbaron entonces las acciones de la empresa; también surgieron crecientes dudas sobre la fiabilidad de Rusia como abastecedora de hidrocarburos y temores de que Putin forzase la quiebra de Yukos.
Ahora, la industria está dividida en cuanto a sobrevivencia del grupo en su forma actual, pero –en general- los analistas no esperan que Moscú desconozca compromisos o renuncie al papel de superpotencia exportadora. Tanto el sector privado como el gobierno subrayan un dato: aun en medio de la crisis Yukos, la producción del país no ha disminuido un ápice. Por el contrario, este año continúa subiendo sobre el anterior.
Víktor Jristyenko, ministro de Industria y Energía, aseguró la semana pasada que el problema Yukos no perturbará las exportaciones. Durante el lapso enero-julio, a la sazón, se extrajeron casi 2.000 millones de barriles y el total del año podría alcanzar 3.300 millones –el volumen normal de Irak, por ejemplo-, contra 3.070 millones en 2003 (+7,5%).
Sea como fuere, el mercado mundial de hidrocarburos continuará a los bandazos. Zanjadas las incertidumbres venezolanas (Wall Street, Tejas y las agencias calificadoras habían apostado por Hugo Chávez, contra la postura de Washington), los sabotajes en Irak y el plazo final para que Yukos pague (antes del 31) siguen pesando.
Nadie cree, empero, que el Kremlin permita una caída de exportaciones a causa de su batalla con Jodorkovsky. Para empezar, Rusia es capaz de producir más petróleo del que pueden transportar sus oleoductos. Por ende, cualquier baja de Yukos podría compensarse dentro del sistema. Además, los altos precios están enriqueciendo las arcas públicas y privadas. Finalmente, Putin nunca arriesgaría el desprestigio internacional generado por maniobras demasiado torpes contra Yukos.
“La imagen externa podría deteriorarse en alto grado, si no se actuase con prudencia”, sostiene Christopher Weafer, estratega principal de AlfaBank, Moscú. “Nadie espera que el gobierno se involucre en excesos que puedan calificarse de terrorismo económico global”.
En cierto modo, el propio Kremlin parece sorprendido por los efectos del caso Yukos en el mercado mundial.”Rusia es hoy una fuerza decisiva, como nunca desde principios de los 60, cuando sus ventas hicieron crear la Organización de Países Exportadores (OPEP)”, subraya Daniel Yergin, de la consultora norteamericana Cambridge Energy Research.
Hace más de cuarenta años, el surgimiento de la URSS como potencia petrolera obligó a una “santa alianza” entre Washington, las “siete hermanas” –las mayores compañías del mundo- y varios países (mayormente, en manos de señores feudales que eran socios ocultos de las empresas). Irónicamente, ese mismo cartel desencadenó dos crisis mundiales (1973/4, 1979/80) que afectaron a Estados Unidos y otros grandes importadores. Hoy, “la crisis Yukos tiene efectos que no se habrían dado en otro contexto. En esencia, porque la oferta mundial de hidrocarburos es aun más rígida que en los años 70”, explica Yergin.
Al desatar la ofensiva contra Jodorkovsky, obviamente el gobierno no era consciente de la relevancia del grupo en el sector petrolero ruso o en el mundo. Yukos producía 590 millones de barriles de crudo en 2003, casi 20% del total nacional, y controlaba reservas por 14.700 millones de barriles, la suma de Argelia e Indonesia.
Eso explica que el escándalo tenga semejantes efectos alrededor del planeta. “Si no fuera por Yukos, no se habrían superado los 45 dólares por barril. Ni siquiera se habría llegado a 40”, sostienen los analistas de Oppenheimer & Co. Ejecutivos de la actividad en Rusia, empero, sugieren a sus colegas del exterior examinar las posibilidades a largo plazo que tiene Moscú de prevenir nuevos sobresaltos. Así puntualiza Víktor Vyéksyelberg, cofundador de TNK, segunda petrolera del país.
Esta firma opera TNK-BP, un emprendimiento conjunto (50-50%) con British Petroleum. “Hasta el momento, es la mayor inversión extranjera, pero el hecho de que vengan BP y otros grandes operadores internacionales indica que ven a Rusia como proveedor estable”, opina el directivo.
No obstante eso, los inversores temen que el gobierno acabe rematando la principal subsidiaria de Yukos para cobrar impuestos vencidos. Instalada en Siberia occidental, Yuganskñeftyegas (YKG) produce 60% del total del grupo y controla más de 70% de las reservas. Se supone que, vía subasta, vaya a manos de empresarios más afines a Putin; pero nadie sabe qué ocurrirá con los accionistas minoritarios.
Días atrás, el ministerio de Justicia encomendó a la banca de inversión Dresdner Kleinwort Wasserstein tasar los activos de YKG. Esta subsidiaria podría valer entre US$ 10.000 y 20.000 millones. Mientras, se aprieta el torniquete financiero sobre Yukos. Esta misma semana, los bancos acreedores tienen derecho a ejecutar créditos en mora embargando ingresos de exportaciones. La sociedad incumple desde julio unos US$ 2.600 millones ante Société Générale, Citigroup y otros.
Pese a todo y aun si Yukos cambiase de mano, el papel de Rusia como abastecedora mundial parece seguro. En el curso de los próximos diez años, su producción y la de países caspios de la CEI igualará la de Levante, aun incluyendo un Irak normalizado. Pero resta una incógnita: ¿a quiénes permitirá la superpotencia disponer de esos activos?…
Resulta claro que Moscú busca desempeñar un papel activo en materia de hidrocarburos, que define como sector estratégico de la economía. Pero un mayor contralor estatal podría trabar el aumento de producción, porque la burocracia –afirman oligarcas rudos y expertos extranjeros- nunca tendrá la dinámica del sector privado.
La economía rusa vive el cuarto año seguido de expansión y el barril de crudo oscila por encima de US$ 45 dólares. Segundo productor luego de Saudiarabia –un sultanato cada día menos estable-, Rusia se presenta como opción clave, ante un Levante volátil, centrado en la posguerra iraquí y el conflicto arabeisraelí.
Pero el sector petrolero ruso tampoco se ve muy estable estos días. La prolongada batalla entre el Kremlin (manejado autoritariamente por gente de la ex KGB) y turbios oligarcas de Yukos genera serias dudas sobre la fiabilidad del grupo como productor y exportador. Eso ha llevado los precios hasta cerca de US$ 47 el barril (tomando el máximo del lunes), en un mercado global donde la oferta resulta ya casi imposible de ampliar.
El lío de Yukos empezó en octubre, cuando el gobierno hizo arrestar a Míjail Jodorkovsky, fundador, principal accionista y presidente ejecutivo de la compañía. Por entonces, también máximo rival político de Vladyímir Putin, típico continuista estilo eslavo. Formalmente, lo detuvieron por fraude contable y evasión tributaria.
Poco después, Yukos afrontaba reclamos impositivos por US$ 3.400 millones, correspondientes sólo al ejercicio 2000. Según expertos financieros, la suma podría llegar a 10.000 millones si se añadiera el trienio 2001-3. Al mismo tiempo, Moscú bloqueó cuentas y activos de la firma, lo cual le impide a ésta venderlos para obtener caja. No sólo se derrumbaron entonces las acciones de la empresa; también surgieron crecientes dudas sobre la fiabilidad de Rusia como abastecedora de hidrocarburos y temores de que Putin forzase la quiebra de Yukos.
Ahora, la industria está dividida en cuanto a sobrevivencia del grupo en su forma actual, pero –en general- los analistas no esperan que Moscú desconozca compromisos o renuncie al papel de superpotencia exportadora. Tanto el sector privado como el gobierno subrayan un dato: aun en medio de la crisis Yukos, la producción del país no ha disminuido un ápice. Por el contrario, este año continúa subiendo sobre el anterior.
Víktor Jristyenko, ministro de Industria y Energía, aseguró la semana pasada que el problema Yukos no perturbará las exportaciones. Durante el lapso enero-julio, a la sazón, se extrajeron casi 2.000 millones de barriles y el total del año podría alcanzar 3.300 millones –el volumen normal de Irak, por ejemplo-, contra 3.070 millones en 2003 (+7,5%).
Sea como fuere, el mercado mundial de hidrocarburos continuará a los bandazos. Zanjadas las incertidumbres venezolanas (Wall Street, Tejas y las agencias calificadoras habían apostado por Hugo Chávez, contra la postura de Washington), los sabotajes en Irak y el plazo final para que Yukos pague (antes del 31) siguen pesando.
Nadie cree, empero, que el Kremlin permita una caída de exportaciones a causa de su batalla con Jodorkovsky. Para empezar, Rusia es capaz de producir más petróleo del que pueden transportar sus oleoductos. Por ende, cualquier baja de Yukos podría compensarse dentro del sistema. Además, los altos precios están enriqueciendo las arcas públicas y privadas. Finalmente, Putin nunca arriesgaría el desprestigio internacional generado por maniobras demasiado torpes contra Yukos.
“La imagen externa podría deteriorarse en alto grado, si no se actuase con prudencia”, sostiene Christopher Weafer, estratega principal de AlfaBank, Moscú. “Nadie espera que el gobierno se involucre en excesos que puedan calificarse de terrorismo económico global”.
En cierto modo, el propio Kremlin parece sorprendido por los efectos del caso Yukos en el mercado mundial.”Rusia es hoy una fuerza decisiva, como nunca desde principios de los 60, cuando sus ventas hicieron crear la Organización de Países Exportadores (OPEP)”, subraya Daniel Yergin, de la consultora norteamericana Cambridge Energy Research.
Hace más de cuarenta años, el surgimiento de la URSS como potencia petrolera obligó a una “santa alianza” entre Washington, las “siete hermanas” –las mayores compañías del mundo- y varios países (mayormente, en manos de señores feudales que eran socios ocultos de las empresas). Irónicamente, ese mismo cartel desencadenó dos crisis mundiales (1973/4, 1979/80) que afectaron a Estados Unidos y otros grandes importadores. Hoy, “la crisis Yukos tiene efectos que no se habrían dado en otro contexto. En esencia, porque la oferta mundial de hidrocarburos es aun más rígida que en los años 70”, explica Yergin.
Al desatar la ofensiva contra Jodorkovsky, obviamente el gobierno no era consciente de la relevancia del grupo en el sector petrolero ruso o en el mundo. Yukos producía 590 millones de barriles de crudo en 2003, casi 20% del total nacional, y controlaba reservas por 14.700 millones de barriles, la suma de Argelia e Indonesia.
Eso explica que el escándalo tenga semejantes efectos alrededor del planeta. “Si no fuera por Yukos, no se habrían superado los 45 dólares por barril. Ni siquiera se habría llegado a 40”, sostienen los analistas de Oppenheimer & Co. Ejecutivos de la actividad en Rusia, empero, sugieren a sus colegas del exterior examinar las posibilidades a largo plazo que tiene Moscú de prevenir nuevos sobresaltos. Así puntualiza Víktor Vyéksyelberg, cofundador de TNK, segunda petrolera del país.
Esta firma opera TNK-BP, un emprendimiento conjunto (50-50%) con British Petroleum. “Hasta el momento, es la mayor inversión extranjera, pero el hecho de que vengan BP y otros grandes operadores internacionales indica que ven a Rusia como proveedor estable”, opina el directivo.
No obstante eso, los inversores temen que el gobierno acabe rematando la principal subsidiaria de Yukos para cobrar impuestos vencidos. Instalada en Siberia occidental, Yuganskñeftyegas (YKG) produce 60% del total del grupo y controla más de 70% de las reservas. Se supone que, vía subasta, vaya a manos de empresarios más afines a Putin; pero nadie sabe qué ocurrirá con los accionistas minoritarios.
Días atrás, el ministerio de Justicia encomendó a la banca de inversión Dresdner Kleinwort Wasserstein tasar los activos de YKG. Esta subsidiaria podría valer entre US$ 10.000 y 20.000 millones. Mientras, se aprieta el torniquete financiero sobre Yukos. Esta misma semana, los bancos acreedores tienen derecho a ejecutar créditos en mora embargando ingresos de exportaciones. La sociedad incumple desde julio unos US$ 2.600 millones ante Société Générale, Citigroup y otros.
Pese a todo y aun si Yukos cambiase de mano, el papel de Rusia como abastecedora mundial parece seguro. En el curso de los próximos diez años, su producción y la de países caspios de la CEI igualará la de Levante, aun incluyendo un Irak normalizado. Pero resta una incógnita: ¿a quiénes permitirá la superpotencia disponer de esos activos?…
Resulta claro que Moscú busca desempeñar un papel activo en materia de hidrocarburos, que define como sector estratégico de la economía. Pero un mayor contralor estatal podría trabar el aumento de producción, porque la burocracia –afirman oligarcas rudos y expertos extranjeros- nunca tendrá la dinámica del sector privado.