Resulta irónico que Union des Banques Suisses vislumbre ahora riesgos en la repreciación del metal áureo, viejo amor de los hélvetas. En efecto, UBS, Wall Street y la City temen que el alto precio del oro ponga en peligro acciones, bonos públicos y privados, etcétera, por dos caminos: presiones inflacionarias y freno al moderado crecimiento de la economía norteamericana.
Existe un tercer ángulo: el estancamiento en la producción del metal y el riesgo de que los bancos centrales (los mismos que vendieron casi todas sus tenencias durante los años 90) vuelvan a comprar. Ya lo han hecho Brasil, Rusia, Sudáfrica, Argentina y otros, en una reacción tan típica como poco aconsejable: colocarse en un activo cuando sube.
Como muchos expertos han señalado, este auge dorado no es –por ahora- como los anteriores a 1980. Primero, por la ausencia de proyecciones unívocas. Contra UBS, por ejemplo, Deutsche Bank estima que el promedio al contado en 2006 no pasará de US$ 490 y recién volverá a 523 en 2007. En el extremo opuesto, varios grandes intermediarios pronostican que este año el oro terminará en US$ 600.
En segundo lugar, este grupo y los suizos creen que los inversores –inviduales e institucionales- ven una firme demanda en la actividad joyera. También, creen que la inflación irá trepando en Estados Unidos, cuya moneda volverá a deteriorarse ante divisas rivales. Ergo, piensan en el metal de nueva como refugio “duro”.
Por supuesto, el oro sigue lejos del precio nominal más alto en la historia, US$ 850, registrado el 20 de enero de 1980. En verdad, a dólares constantes, hoy debiera rozar 1.300 para igualar aquel valor. Sea como fuere, el papel del metal como refugio en caso de guerras, catástrofes y corridas fue atenuándose desde ese máximo. Así, la crisis petrolera de 1973/5 lo hizo subir 55%, mientras el Standard&Poor’s 500 se desplomaba 43,5%. Pero la violenta alza de crudos experimentada desde octubre de 2004 hasta mediados de 2005 no tuvo ni de lejos aquellos efectos en el oro.
Resulta irónico que Union des Banques Suisses vislumbre ahora riesgos en la repreciación del metal áureo, viejo amor de los hélvetas. En efecto, UBS, Wall Street y la City temen que el alto precio del oro ponga en peligro acciones, bonos públicos y privados, etcétera, por dos caminos: presiones inflacionarias y freno al moderado crecimiento de la economía norteamericana.
Existe un tercer ángulo: el estancamiento en la producción del metal y el riesgo de que los bancos centrales (los mismos que vendieron casi todas sus tenencias durante los años 90) vuelvan a comprar. Ya lo han hecho Brasil, Rusia, Sudáfrica, Argentina y otros, en una reacción tan típica como poco aconsejable: colocarse en un activo cuando sube.
Como muchos expertos han señalado, este auge dorado no es –por ahora- como los anteriores a 1980. Primero, por la ausencia de proyecciones unívocas. Contra UBS, por ejemplo, Deutsche Bank estima que el promedio al contado en 2006 no pasará de US$ 490 y recién volverá a 523 en 2007. En el extremo opuesto, varios grandes intermediarios pronostican que este año el oro terminará en US$ 600.
En segundo lugar, este grupo y los suizos creen que los inversores –inviduales e institucionales- ven una firme demanda en la actividad joyera. También, creen que la inflación irá trepando en Estados Unidos, cuya moneda volverá a deteriorarse ante divisas rivales. Ergo, piensan en el metal de nueva como refugio “duro”.
Por supuesto, el oro sigue lejos del precio nominal más alto en la historia, US$ 850, registrado el 20 de enero de 1980. En verdad, a dólares constantes, hoy debiera rozar 1.300 para igualar aquel valor. Sea como fuere, el papel del metal como refugio en caso de guerras, catástrofes y corridas fue atenuándose desde ese máximo. Así, la crisis petrolera de 1973/5 lo hizo subir 55%, mientras el Standard&Poor’s 500 se desplomaba 43,5%. Pero la violenta alza de crudos experimentada desde octubre de 2004 hasta mediados de 2005 no tuvo ni de lejos aquellos efectos en el oro.