En agosto, el nuevo contador llevó el asunto a Gerald Sherer, director financiero del grupo, y continuó escarbando en esas misteriosas operaciones. Esto tuvo un desenlace espectacular: el presidente ejecutivo, Phillip Bennett, tuvo que renunciar, luego fue detenido y Refco se amparó –hace algunos días- en el título XI de la ley federal de concursos y quiebras.
El profesional fue contratado por Sherer que, a su vez, había ingresado a la empresa, recién en enero, precisamente para revisar cuentas y ajustar prácticas financieras. Entretanto, advirtió a la junta directiva sobre problemas de supervisión contable y la situación irregular detectada por James fue revelada en la documentación, previa a una oferta pública accionaria de Refco, entregada a la Securities & Exchange Commission (SEC, comisión federal de valores).
De inmediato, surgieron varios interrogantes. Por ejemplo, cómo fue que la auditoria de la firma y los avalantes de la OPA nunca habían notado lo que James advirtió. Pero la cosa era mucho más complicada y el colapso de Refco fue un feo golpe para el fondo privado Thomas H.Lee Parters (THLP, expertos en compras apalancadas), que había tomado la mayoría del paquete accionario Refco justo un año antes.
Hasta el 10 de octubre, cuando Refco –ya en bancarrota- admitió que su ex CEO había ocultado durante años US$ 430 millones en deudas de una firma propia, la adquisición parecía otro éxito en la historia de THLP. El fondo ya era conocido por la compra de Snapple en apenas US$ 135 millones (1992) y la reventa a Quaker Oats, por US$ 1.700 millones, en 1994.
Ahora, el derrumbe de Refco ocurre en un momento crucial para THLP: el pase de una conducción única –en manos del fundador y epónimo de la firma- a un trío nombrado por él mismo: Scott Schoen, Matthew Sperling y Antonio DiNovi. Al mismo tiempo, el propio Lee estaba tratando de persuadir a algunos de los mayores jubilatorios del país para integrar otro fondo destinado a compras apalancadas, con una caja de US$ 7.500 millones. Sin duda, este proyecto quedará congelado bastante tiempo.
Los antecedentes de Lee hubiesen facilitado la compleja gestión, que surgía en una coyuntura favorable a ese tipo de especulaciones. Por de pronto, competidores como Blackstone Group o Warburg Pincus están recaudando capitales todavía mayores para iguales propósitos. Ahora, THLP deberá explicar cómo Refco le explotó entre las manos.
“O Lee y sus socios fueron víctimas de un complicado fraude o no han realizado las diligencias debidas al tomar una mayoría en ese paquete”, observa William Athwood, director ejecutivo de la junta inversora del estado de Illinois, que colocó US$ 35 millones en una reciente operación del fondo. “Hoy no sabemos qué ha pasado realmente y, claro, Lee no puede proponer al mercado un nuevo fondo”.
¿Cuál es la historia? Los intereses inflados que detectó James se originaban en montos adeudados a Refco por clientes perjudicados durante la crisis financiera del sudeste asiático (1997/8). Temiendo que una gran masa de incobrables afectase la rentabilidad de Refco, en algún momento esas obligaciones fueron endosadas a otra firma, Refco Group Holding (RGH), controlada por Bennett, también CEO de la acreedora inicial.
Al comenzar cada trimestre, la división Refco Capital Markets (RCM) extendía créditos a varios fondos de cobertura (que operan con derivativos). Esas entidades luego pagaban intereses sobre los préstamos. Estas transacciones quedaron asentadas en libros y han sido confirmadas por el síndico de Refco.
Pero luego había dos pasos, no manifiestos ante auditores internos o externos, realizados a pocos días de iniciado cada trimestre: un préstamo por parte de los mismos fondos de cobertura a RGH y otro, de Refco a RGH. Cada dólar en juego se triplicaba. La firma de Bennett empleaba los créditos para repagar a los fondos, intereses inclusive. Antes de terminar cada trimestre, los fondos cubrían sus obligaciones ante Refco. El efecto de cada transacción era convertir obligaciones de RGH a Refco en obligaciones de los fondos hacia la misma Refco. Eso es lo que veían los síndicos.
La extrema complejidad del esquema y su exactitud cronométrica lo hacían casi imposible de detectar. Por ahora, poco pueden explicar Lee y sus socios, a los inversores, sobre el caso Refco. En buena medida, porque esta cadena de fraudes contables ya es objeto de una causa penal federal e innumerables demandas de accionistas.
En agosto, el nuevo contador llevó el asunto a Gerald Sherer, director financiero del grupo, y continuó escarbando en esas misteriosas operaciones. Esto tuvo un desenlace espectacular: el presidente ejecutivo, Phillip Bennett, tuvo que renunciar, luego fue detenido y Refco se amparó –hace algunos días- en el título XI de la ley federal de concursos y quiebras.
El profesional fue contratado por Sherer que, a su vez, había ingresado a la empresa, recién en enero, precisamente para revisar cuentas y ajustar prácticas financieras. Entretanto, advirtió a la junta directiva sobre problemas de supervisión contable y la situación irregular detectada por James fue revelada en la documentación, previa a una oferta pública accionaria de Refco, entregada a la Securities & Exchange Commission (SEC, comisión federal de valores).
De inmediato, surgieron varios interrogantes. Por ejemplo, cómo fue que la auditoria de la firma y los avalantes de la OPA nunca habían notado lo que James advirtió. Pero la cosa era mucho más complicada y el colapso de Refco fue un feo golpe para el fondo privado Thomas H.Lee Parters (THLP, expertos en compras apalancadas), que había tomado la mayoría del paquete accionario Refco justo un año antes.
Hasta el 10 de octubre, cuando Refco –ya en bancarrota- admitió que su ex CEO había ocultado durante años US$ 430 millones en deudas de una firma propia, la adquisición parecía otro éxito en la historia de THLP. El fondo ya era conocido por la compra de Snapple en apenas US$ 135 millones (1992) y la reventa a Quaker Oats, por US$ 1.700 millones, en 1994.
Ahora, el derrumbe de Refco ocurre en un momento crucial para THLP: el pase de una conducción única –en manos del fundador y epónimo de la firma- a un trío nombrado por él mismo: Scott Schoen, Matthew Sperling y Antonio DiNovi. Al mismo tiempo, el propio Lee estaba tratando de persuadir a algunos de los mayores jubilatorios del país para integrar otro fondo destinado a compras apalancadas, con una caja de US$ 7.500 millones. Sin duda, este proyecto quedará congelado bastante tiempo.
Los antecedentes de Lee hubiesen facilitado la compleja gestión, que surgía en una coyuntura favorable a ese tipo de especulaciones. Por de pronto, competidores como Blackstone Group o Warburg Pincus están recaudando capitales todavía mayores para iguales propósitos. Ahora, THLP deberá explicar cómo Refco le explotó entre las manos.
“O Lee y sus socios fueron víctimas de un complicado fraude o no han realizado las diligencias debidas al tomar una mayoría en ese paquete”, observa William Athwood, director ejecutivo de la junta inversora del estado de Illinois, que colocó US$ 35 millones en una reciente operación del fondo. “Hoy no sabemos qué ha pasado realmente y, claro, Lee no puede proponer al mercado un nuevo fondo”.
¿Cuál es la historia? Los intereses inflados que detectó James se originaban en montos adeudados a Refco por clientes perjudicados durante la crisis financiera del sudeste asiático (1997/8). Temiendo que una gran masa de incobrables afectase la rentabilidad de Refco, en algún momento esas obligaciones fueron endosadas a otra firma, Refco Group Holding (RGH), controlada por Bennett, también CEO de la acreedora inicial.
Al comenzar cada trimestre, la división Refco Capital Markets (RCM) extendía créditos a varios fondos de cobertura (que operan con derivativos). Esas entidades luego pagaban intereses sobre los préstamos. Estas transacciones quedaron asentadas en libros y han sido confirmadas por el síndico de Refco.
Pero luego había dos pasos, no manifiestos ante auditores internos o externos, realizados a pocos días de iniciado cada trimestre: un préstamo por parte de los mismos fondos de cobertura a RGH y otro, de Refco a RGH. Cada dólar en juego se triplicaba. La firma de Bennett empleaba los créditos para repagar a los fondos, intereses inclusive. Antes de terminar cada trimestre, los fondos cubrían sus obligaciones ante Refco. El efecto de cada transacción era convertir obligaciones de RGH a Refco en obligaciones de los fondos hacia la misma Refco. Eso es lo que veían los síndicos.
La extrema complejidad del esquema y su exactitud cronométrica lo hacían casi imposible de detectar. Por ahora, poco pueden explicar Lee y sus socios, a los inversores, sobre el caso Refco. En buena medida, porque esta cadena de fraudes contables ya es objeto de una causa penal federal e innumerables demandas de accionistas.