Por Francisco Joaquín Cortés García (*)
El sector financiero en sí mismo no es especialmente contaminante porque lo conforman empresas de servicios con un relativo impacto ambiental directo. No obstante, se le considera corresponsable de los efectos provocados por las actividades de las empresas y clientes a los que financia. Su papel como catalizador y acelerador de la transición ecológica va a ser crucial ante al ambicioso objetivo de la UE, definido en el marco de actuación del Acuerdo de París, de alcanzar la neutralidad climática en 2050.
Pero no es solo una cuestión de corresponsabilidad sino también de eficiencia y eficacia operativa en la lucha contra el cambio climático y la preservación de los ecosistemas y el medioambiente. Las razones de eficiencia operativa por las que se implica al sector financiero son fundamentalmente dos:
1. Se pretende evitar que la crisis climática y ambiental se convierta en una crisis financiera, con las preocupantes consecuencias que tendría en términos de pérdida de confianza y de volatilidad en los mercados.
Este punto conecta con una gestión eficaz y eficiente de los riesgos bancarios tradicionales, identificando los factores de riesgo climáticos y ambientales, así como las implicaciones directas e indirectas de estos sobre aquellos.
2. Se pretenden reorientar y reconducir los flujos financieros públicos y privados, en el marco del objetivo de desarrollo sostenible número 17, relativo al establecimiento de alianzas para la sostenibilidad y una transición ecológica justa, encaminándolos hacia actividades económicas verdes y sostenibles, compatibles con la preservación del medioambiente y de los beneficios que aporta a las poblaciones humanas.
Este segundo punto es más programático y, en cierto modo, más ambicioso. El objetivo es que el sector financiero sea cada vez más selectivo en términos de identificación y promoción de proyectos compatibles con la preservación del medioambiente.
Para conseguirlo, es necesario erradicar malas prácticas empresariales como el greenwashing y el socialwashing. Para ello es útil seguir la clasificación de los activos financieros según criterios ambientales, sociales y de gobernanza o criterios ESG, por sus siglas en inglés.
Cuidado con las malas prácticas
Para el sector financiero en general y el bancario en particular se hace crucial analizar e identificar las malas prácticas empresariales por su impacto en la gestión y el control de riesgos. Las empresas que incurren en ellas generan más riesgos financieros y reputacionales a medio y largo plazo, por lo que las entidades financieras van a ser más reticentes en su financiación.
Además, para que el sector financiero pueda integrar los factores de riesgo ambiental en la gestión y control de riesgos convencionales es imprescindible que las empresas divulguen de forma rigurosa, a través de sus informes de sostenibilidad y de sus estados de información no financiera, su desempeño ESG, volviendo a tener el sector financiero un papel crucial a la hora de interrelacionar los resultados económicofinancieros con el desempeño extrafinanciero.
El sector financiero y especialmente el bancario están implementando a marchas forzadas metodologías y herramientas de validación que les permitan una gestión y un control de riesgos ESG más exhaustivos e integrales. A su vez, esto acelerará la incorporación de mejores prácticas en las empresas, en términos de criterios ambientales, sociales y de gobernanza.
Las entidades que no sean capaces de dar este paso van a tener una clara desventaja en términos de mayores requerimientos de fondos propios para su operativa, mayores costes de capital y peores condiciones de acceso al mismo. En algunos casos esto podría acabar afectando a su propia viabilidad y propiciar procesos de integración bancaria por la incapacidad de gestionar los riesgos ambientales, sociales y de gobernanza.
Mera supervivencia
El plan de acción en el ámbito de las finanzas sostenibles promovido por la UE está empezando a generar avances en materia de clasificación, gestión de riesgos, divulgación y manifestación de las preferencias de los inversores en materia ESG.
No obstante, además del esfuerzo de desarrollo metodológico que están realizando las entidades financieras, es necesario empezar a aceptar que el discurso asociado a los criterios ambientales, sociales y de gobernanza no es una cuestión opcional y complementaria, sino obligatoria y central para ajustar el modelo de negocio de las entidades. No debe asociarse a una cuestión moralizante, sino a una cuestión de mera supervivencia.
Debido a la difícil reversibilidad del cambio climático, cada vez tendrán más peso los costes de adaptación que los de mitigación de daños. Ante el otro gran reto, la pérdida de biodiversidad, las entidades financieras tendrán que incorporar metodologías asociadas al objetivo de la preservación de la biodiversidad a través de la reconducción de los flujos financieros, y a través de la gestión y el control del riesgo. Y vuelta a empezar.
(*) Profesor del Doble Grado en Administración y Dirección de Empresas y Finanzas, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja.