La médica antropóloga Nancy Scherper-Hughes explica algo sobre el estado del tema en el mundo de hoy. Desde hace diez años trabaja en el problema del tráfico de órganos y tejidos humanos. Es un problema real y puede estar ocurriendo en el hospital más cercano en este mismo momento. El problema tiene encapsulada en su interior una parodia de justicia, un planteo sobre igualdad global y el vientre oscuro y secreto de la ciencia médica donde nadie se anima a espiar. Hoy, Scherper-Hughes es directora de Organ’s Watch, una ONG que vigila el tráfico global de órganos.
Como la oferta es escasa, sólo 123.000 hombres, mujeres y niños están inscriptos en la lista mundial de donantes, hay una corrida para conseguir órganos, legítimos o como sea.
Según la organización mundial de la salud (WHO; en siglas inglesas) 11.000 órganos se obtuvieron en el mercado negro en el año 2010. La organización dice que se vende un órgano por hora, todos los días del año. Según la especialista, la demanda de órganos y tejidos es “insaciable”.
Esta altísima demanda ha instalado una dinámica deprimente: los órganos van de los pobres a los ricos en Estados Unidos, en el mundo del Sur al Norte. Las zonas más pobres del mundo proveen riñones a Estados Unidos, Europa, Israel y Canadá. Las Naciones Unidas están analizando informes según los cuales ISIS, el grupo terrorista más adinerado de todos, podría estar en el negocio de vender los órganos de sus víctimas. Se está investigando.
Paralelamente, Scherper-Hughes dice que el tráfico de órganos en tiempos de guerra, especialmente de guerras sucias o de esas que emplean fuerzas indisciplinadas, no es infrecuente.
La BBC entrevistó en estos días a un traficante de órganos llamado Abu Jaafar que explota a los refugiados sirios que llegan al Líbano. Jaafar trabajaba como guardia de seguridad en un pub cuando trab´ó contacto con un grupo que está en el comercio de órganos. Su trabajo es encontrar gente lo suficientemente desesperada como para entregar partes de su cuerpo a cambio de dinero. La afluencia de refugiados sirios al Líbano ha creado muchas oportunidades
“Sí, yo exploto a la gente, pero ellos se benefician”, dice Jaafar. “La mayoría de ellos no pueden trabajar según la ley libanesa y muchas familias no tienen con qué comer. Los más desesperados son los palestinos que ya eran considerados refugiados en Siria y entonces no son considerados elegibles para ser registrados como refugiados de las Naciones Unidas cuando llegan al Líbano”.
Vender un órgano es una forma de hacer dinero rápido.
Una vez que Jaafar encuentra un candidato dispuesto, lo conduce, con los ojos vendados, a un lugar escondido. Generalmente las operaciones se hacen en casas alquiladas transformadas en clínicas temporales donde a los donantes se les hacen análisis básicos de sangre.
“Una vez que la operación se ha realizado, los traigo de vuelta y los cuido durante una semana hasta que les saquen los puntos. Después de eso, ya no me importa lo que les pase. Ya les pagué y deja de ser mi problema”.
“Yo estoy ayudando a esa gente y no me importa la ley. En realidad es la ley la que perjudica a los refugiados al no permitirles trabajar”. “Yo no fuerzo a nadie a que se haga la operación, yo sólo facilito las cosas”.