En el barrio Chino de Nueva York las carteras falsas de diseñador son todo un hit entre los argentinos que viajan: recorren sus calles y se meten en recovecos para conseguir una imitación en buenas condiciones de Louis Vuitton, Hermés o Chanel. Saben que son objetos de lujo y, por lo tanto, denotan status. Por menos de US$ 50 se pueden conseguir copias ilegales de las verdaderas, que se venden, en algunos casos, por más de US$ 5.000.
El mercado de las imitaciones no es, en ningún caso, un negocio redondo. Pero el de los originales sí y, en el caso de que los locales viajen al exterior, la inversión puede resultar provechosa: las carteras de diseñador cuesta miles de dólares pero, en el caso de ser realmente exclusivas como ciertos modelos de la famosa Birken Bag de Hermés, pueden tener un valor de reventa superior con el correr de los años.
Este año, por ejemplo, se vendió una cartera Hermés por la friolera de US$ 223.000, más que una casa en algún barrio coqueto del tercer cordón del conurbano. La cartera no era un modelo básico tampoco: estaba hecha de piel de cocodrilo y tenía incrutaciones en oro y diamantes. Pero los diseños más entry level, que pueden conseguirse en lista de espera, tienen precios mucho más realistas, cercanos a los US$ 12.000.
Así las cosas, a más de uno se le debe caer la mandibula con estas cifras. Pero para los inversores, es bueno saber que no es solamente una cuestión de status la que eleva el precio de esta “Commodity”. La mayoría de estas carteras tienen garantías de por vida y pueden repararse sin costos adicionales por lo que las carteras se pueden pasar, como grandes inversiones, de generación en generación, aumentando su valor de reventa. Al ser realmente exclusivas, la oferta es menor a la demanda y el precio tiende a elevarse con el tiempo. Es solo cuestión de arriegarse. Después de todo, ¿a quién no le faltan US$ 12.000 para gastar en carteras?