El grupo OMX es al caso más reciente de una ola que acumula, desde 2005, no menos de US$ 64.000 millones en fusiones y adquisiciones de este tipo. Dubai International Financial Center (DIFC), a la sazón, tomó el año pasado una participación en Euronext (Amsterdam), rival de OMX en materia de transacciones con derivados.
La política de DIFC refleja la extrema liquidez de los clanes feudales que gobiernan la península arábiga y su tendencia a diversificarse más allá de los hidrocarburos o el turismo. La entidad es estatal, involucra a toda la Unión de emiratos y la manejan el jeque Mohámmed bin Rashid al-Maktum, o sea el monarca de Dubái. El DIFC tiene un instrumento financiero favorito de nombre inquietante: los “bonos islámicos”.
La sociedad inversora del emir se compró, en 2006, la británica Peninsular & Oriental Steam Navigation. Pero no pudo incluir en la operación los seis puerto estratégicos que la firma opera en el litoral atlántico norteamericano, debido a la fuerte oposición legislativa en Washington. Entre sus motivos, se señaló que los aristócratas relacionados con el DIFC vía Saudiarabia incluyen a la familia yemenita bin Laden.
Ello no le impidió a Dubái pagar US$ 6.800 millones por P&OSN. Tampoco fue óbice para tomar 2,7% de la financiera Standard Chartered ni abonar US$ 1.800 millones por 2,2% de Deustche Bank. No es casual que, desde marzo, el director de operaciones europeas en DIFC sea al sueco Per Larsson, ex CEO del OMX y cerebro de la actual intentona.
Ahora bien ¿cuál era el cuadro hasta la irrupción de Dubái? Tras ser rechazado dos veces por el London stock exchange –aferrado a una independencia de otro siglo-, el panel tecnológico neoyorquino había llegado a acuerdo con el grupo OMX. O sea, mercados escandinavos y bálticos, lejanos herederos de la Hansa. Esa transacción significaba US$ 3.670 millones y tenía características singulares. Por ejemplo, la corona sueca posee 6,8% del paquete OMX y, hoy, ve con malos ojos la oferta árabe. Pero la presencia la corona sueca disgusta en Gran Bretaña, pues el Nasdaq –a su vez- controla 30% del paquete LSE.
Iba a ser la segunda fusión noratlántica. Hace poco, en efecto, la sociedad New York stock exchange se unió con Euronext, formando un mercado donde predominan los instrumentos derivativos, vía contratos derivados. Justamente, el negocio de los fondos de alto riesgo puestos en la mira del Grupo de los 7.
Varios analistas en Fráncfort, Milán y París sospechan que se trata de un intento del Nasdaq para “entrar en Londres por la puerta trasera”. Vale decir, combinar el OMX con el 30% que ya controla en la LSE para lanzar una tercera oferta hostil, en esta oportunidad irrefutable.
Por supuesto, el OMX aporta una plataforma de derivativos casi tan volátil y peligrosa como la de Euronext. Se trata de un grupo “nuevo”, pues surgió en 2003 al fusionare el sueco OM con las bolsas de Helsinki, Riga (Letonia), Tallinn (Estonia), Vilnius (Lituania), Copenague, Reykjavik (Islandia) y Oslo. Nasdaq Group ofrecía una prima de 19% sobre la cotización del viernes en Estocolmo. Pero el salto del lunes cambia todo.
La futura plataforma iba a llamarse Nasdaq OMX. Cotizaría en Nueva York y la capital sueca, con US$ 7.100 millones de capitalización bursátil. Cabe recordar que, otrora, Nasdaq representaba la sigla “National association of security dealers’s automated quotations”. Con los años, eso se tornó anácronico, pues la NASD también empezó a manejar títulos accionarios, futuros y opciones.
El grupo OMX es al caso más reciente de una ola que acumula, desde 2005, no menos de US$ 64.000 millones en fusiones y adquisiciones de este tipo. Dubai International Financial Center (DIFC), a la sazón, tomó el año pasado una participación en Euronext (Amsterdam), rival de OMX en materia de transacciones con derivados.
La política de DIFC refleja la extrema liquidez de los clanes feudales que gobiernan la península arábiga y su tendencia a diversificarse más allá de los hidrocarburos o el turismo. La entidad es estatal, involucra a toda la Unión de emiratos y la manejan el jeque Mohámmed bin Rashid al-Maktum, o sea el monarca de Dubái. El DIFC tiene un instrumento financiero favorito de nombre inquietante: los “bonos islámicos”.
La sociedad inversora del emir se compró, en 2006, la británica Peninsular & Oriental Steam Navigation. Pero no pudo incluir en la operación los seis puerto estratégicos que la firma opera en el litoral atlántico norteamericano, debido a la fuerte oposición legislativa en Washington. Entre sus motivos, se señaló que los aristócratas relacionados con el DIFC vía Saudiarabia incluyen a la familia yemenita bin Laden.
Ello no le impidió a Dubái pagar US$ 6.800 millones por P&OSN. Tampoco fue óbice para tomar 2,7% de la financiera Standard Chartered ni abonar US$ 1.800 millones por 2,2% de Deustche Bank. No es casual que, desde marzo, el director de operaciones europeas en DIFC sea al sueco Per Larsson, ex CEO del OMX y cerebro de la actual intentona.
Ahora bien ¿cuál era el cuadro hasta la irrupción de Dubái? Tras ser rechazado dos veces por el London stock exchange –aferrado a una independencia de otro siglo-, el panel tecnológico neoyorquino había llegado a acuerdo con el grupo OMX. O sea, mercados escandinavos y bálticos, lejanos herederos de la Hansa. Esa transacción significaba US$ 3.670 millones y tenía características singulares. Por ejemplo, la corona sueca posee 6,8% del paquete OMX y, hoy, ve con malos ojos la oferta árabe. Pero la presencia la corona sueca disgusta en Gran Bretaña, pues el Nasdaq –a su vez- controla 30% del paquete LSE.
Iba a ser la segunda fusión noratlántica. Hace poco, en efecto, la sociedad New York stock exchange se unió con Euronext, formando un mercado donde predominan los instrumentos derivativos, vía contratos derivados. Justamente, el negocio de los fondos de alto riesgo puestos en la mira del Grupo de los 7.
Varios analistas en Fráncfort, Milán y París sospechan que se trata de un intento del Nasdaq para “entrar en Londres por la puerta trasera”. Vale decir, combinar el OMX con el 30% que ya controla en la LSE para lanzar una tercera oferta hostil, en esta oportunidad irrefutable.
Por supuesto, el OMX aporta una plataforma de derivativos casi tan volátil y peligrosa como la de Euronext. Se trata de un grupo “nuevo”, pues surgió en 2003 al fusionare el sueco OM con las bolsas de Helsinki, Riga (Letonia), Tallinn (Estonia), Vilnius (Lituania), Copenague, Reykjavik (Islandia) y Oslo. Nasdaq Group ofrecía una prima de 19% sobre la cotización del viernes en Estocolmo. Pero el salto del lunes cambia todo.
La futura plataforma iba a llamarse Nasdaq OMX. Cotizaría en Nueva York y la capital sueca, con US$ 7.100 millones de capitalización bursátil. Cabe recordar que, otrora, Nasdaq representaba la sigla “National association of security dealers’s automated quotations”. Con los años, eso se tornó anácronico, pues la NASD también empezó a manejar títulos accionarios, futuros y opciones.