lunes, 23 de diciembre de 2024

Hasta dónde escalará la guerra global de Trump

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La situación bélica puede llegar a afectar hasta 70% de todo el comercio global, anual.

Mientras Estados Unidos avanza en su intención de imponer nuevos aranceles sobre US$ 200 mil millones de productos chinos que importa anualmente (sumados a los US$ 36 mil millones de una semana atrás), China responde, pero con una estrategia cuidadosa, selectiva, sin avanzar en beligerancia.

Como una superpotencia emergente, China no puede menos que responder “ojo por ojo, diente por diente”. Pero nunca toma la iniciativa en esta carrera. Le importa la imagen ante los otros grandes protagonistas del comercio mundial (especialmente europeos y americanos) a quienes pretende convencer que adhiere con firmeza al libre comercio. Y de paso, con los que puede reemplazar exportaciones e importaciones afectadas por el conflicto con EE.UU.

El grave problema para los observadores es la dinámica autónoma de esta escalada bélica que puede involucrar a todo el mundo.

Hay US$ 800 mil millones de comercio bilateral que pueden ser afectados de una u otra manera. Observadores expertos afirman que el avance de este proceso de represalias mutuas, puede llegar a afectar hasta 70% de todo el comercio global, anual. Otros expertos afirman que la maquinaria bélica podría ser desmontada en cuanto crezca demasiado. Una idea sin mucho consenso. Restaurar lo perdido sería un lento proceso.

Los más belicosos piden que todo país al que EE.UU imponga aranceles, debe reaccionar con adecuadas represalias. Los más enardecidos sostienen que hay que exigir a Donald Trump un comercio libre de todo tipo de aranceles. Algo que EE.UU sería el primero en rechazar.

Mientras tanto, la escalada siembra temores y actitudes defensivas en todos los mercados financieros.

La reciente lista de productos chinos elaborada por Washington para imponerle nuevos aranceles, afecta a muchas empresas estadounidenses que se abastecen de materiales y de autopartes para la industria automotriz local en ese mercado asiático. Como también de insumos para la construcción y para la industria de la alimentación.

Si se concreta esta amenaza, tendrá un alto impacto negativo sobre consumidores estadounidenses. Lo que parece dar razón a los negociadores chinos: “estas medidas perjudican a China, al resto del mundo, y también al propio Estados Unidos”.

El entorno de Donald Trump cree que su país está bien preparado, con una economía y en crecimiento, como para dar esta batalla en este momento. Pero empresas, consumidores y fuerza laboral estadounidense, no participan de esta visión optimista.

 

La verdadera meta

 

Hay quienes sospechan que, de modo directo o indirecto, el verdadero blanco de la gestión Trump es la Organización Mundial de Comercio. A la que pretende destruir.

La OMC es una de las pocas instituciones de posguerra (impulsada desde su creación por Estados Unidos) que tiene un historial de éxitos, pero afronta el riesgo de desaparecer, o peor, de ser irrelevante. Todos los acuerdos logrados laboriosamente a lo largo de 70 años, están a punto de quedar en letra muerta. La OMC debe dictaminar sobre los primeros aranceles de Trump invocando razones de seguridad nacional (absurdo argumento en el caso del acero y del aluminio). Los perjudicados sostienen que es una medida proteccionista ilegal.

Está claro que la causa invocada no existe y viola todos los acuerdos suscriptos en la OMC. Un fallo adverso podría implicar que EE.UU deje de pertenecer a la entidad.

En el caso de China, la estrategia de la Casa Blanca es más oscura. Además de reducir –o eliminar- el abultado déficit comercial con Beijing, parece haber otro propósito. Que fracase el programa chino “Made in China 2025” y todo proceso que implique transferencia de tecnología.

Eso cuando ambos países compiten arduamente por obtener la hegemonía digital y en otros campos de la tecnología.

 

 

 

 

 

 

 

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