No es ocioso recordar que, un siglo antes, florecían en Holanda funestos tulipanes. Alrededor de esas flores, se desencadenó la primera manía especulativa en la historia del capitalismo. Como recordaban John Kenneth Galbraith y Charles Kindleberger, no sería la última.
La London Stock Exchange (LSE) perdió en 2006 ante Euronext, ala holandesa de un operador de bolsa paneuropeo, el liderazgo en cuanto a captar fondos de capital privado, eufemismo que denota firmas expertas en compras apalancadas. Es decir, endeudando a las compañías adquiridas y sin arriesgar dinero propio. Originalmente, esta segunda categoría era exclusiva para millonarios, pero la operatoria ha seducido a enormes fondos jubilatorios, que juegan con los aportes de millones.
Euronext pasó al frente tras captar, antes que la LSE, a Kohlberg, Kravis y Roberts (KKR), una estrella de ese letal firmamento. Poco después, Marshall Wace –gestor de fondos de alto riego- se pasaba de Londres a Amsterdam. Es comprensible: Holanda es un país chico, sin poder ni vocación para interferir con especulaciones financieras. A punto tal que, vía sus islas caribeñas, inventó en los años 70 el sistema por el cual se lava el dinero más turbio del mundo: el “Dutch Sandwich”.
Marshall Wace añade a Euronext una masa de maniobra equivalente a US$ 2.000 millones. Pero KKR involucra casi veinte veces ese monto. Entretanto, la manía por fondos de capital privado los ha convertido en origen de los lanzamientos más espectaculares en Londres, un mercado que apela a cualquier cosa para que Nueva York no le arrebate la primacía mundial. Por ejemplo, la acción de la administradora Man Group, cotizante desde 1994, ha multiplicado dieciséis veces su precio entre entonces y 2006.
Ahora se trata más de fondos individuales que de gestoras. Tal es su auge que la autoridad bursátil británica –por lo común absorta en su propio ombligo- empieza a monitorear ese segmento tan volátil y especulativo. Algunos de sus funcionarios confiesan que ese negocio se les escapó de las manos. En realidad, les molesta que Amsterdam lo haya visto antes, como a los tulipanes hace 350 años.
No es ocioso recordar que, un siglo antes, florecían en Holanda funestos tulipanes. Alrededor de esas flores, se desencadenó la primera manía especulativa en la historia del capitalismo. Como recordaban John Kenneth Galbraith y Charles Kindleberger, no sería la última.
La London Stock Exchange (LSE) perdió en 2006 ante Euronext, ala holandesa de un operador de bolsa paneuropeo, el liderazgo en cuanto a captar fondos de capital privado, eufemismo que denota firmas expertas en compras apalancadas. Es decir, endeudando a las compañías adquiridas y sin arriesgar dinero propio. Originalmente, esta segunda categoría era exclusiva para millonarios, pero la operatoria ha seducido a enormes fondos jubilatorios, que juegan con los aportes de millones.
Euronext pasó al frente tras captar, antes que la LSE, a Kohlberg, Kravis y Roberts (KKR), una estrella de ese letal firmamento. Poco después, Marshall Wace –gestor de fondos de alto riego- se pasaba de Londres a Amsterdam. Es comprensible: Holanda es un país chico, sin poder ni vocación para interferir con especulaciones financieras. A punto tal que, vía sus islas caribeñas, inventó en los años 70 el sistema por el cual se lava el dinero más turbio del mundo: el “Dutch Sandwich”.
Marshall Wace añade a Euronext una masa de maniobra equivalente a US$ 2.000 millones. Pero KKR involucra casi veinte veces ese monto. Entretanto, la manía por fondos de capital privado los ha convertido en origen de los lanzamientos más espectaculares en Londres, un mercado que apela a cualquier cosa para que Nueva York no le arrebate la primacía mundial. Por ejemplo, la acción de la administradora Man Group, cotizante desde 1994, ha multiplicado dieciséis veces su precio entre entonces y 2006.
Ahora se trata más de fondos individuales que de gestoras. Tal es su auge que la autoridad bursátil británica –por lo común absorta en su propio ombligo- empieza a monitorear ese segmento tan volátil y especulativo. Algunos de sus funcionarios confiesan que ese negocio se les escapó de las manos. En realidad, les molesta que Amsterdam lo haya visto antes, como a los tulipanes hace 350 años.