Todavía en septiembre de 2007, el McKinsey Global Institute los definía como “árbitros del capitalismo financiero”, junto con los fondos soberanos –que representan lo opuesto- y los fondos extrabursátiles expertos en compras apalancadas (hoy también en declive). Pero el ortodoxo banco de Inglaterra definía esas máquinas de fabricar derivados con escaso sostén real como “minas armadas dentro del sistema financiero pero fuera del contralor gubernamental”.
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<p>Desde los primeros años 90, estos fondos se ofrecían a inversores tan refinados como ricos; después sedujeron a los fondos jubilatorios. Eran capaces de apostar velozmente a alzas o bajas. Pero, como después se supo, tenían severas limitaciones: abusaban emitiendo deuda, su comportamiento era opaco y, sin regulaciones –merced al hoy desprestigiado Alan Greenspan-, se hacían cómplices de los ejecutivos cuando los títulos de una sociedad subían. </p>
<p>Esos vicios y otros forzaron al ultramonetarista Mervyn King (BdeI) a sonar nuevamente la alarma en su reciente informe sobre estabilidad financiera. “Si bien –se ilusionaba el emisor en octubre- surgen las primeras señales de estabilización bancaria, subsisten riesgos sistémicos. Uno de ellos son los fondos de cobertura sobre-endeudados, al borde de la liquidación de activos a causa de restricciones crediticias”. </p>
<p>El caso Volkswagen orilla el ridículo. Apostando a ganancias seguras, se colocaron en descubierto títulos a término. La idea era aprovechar la larga contracción del sector automotor internacional. Pero los fondos de cobertura se encontraron con una desagradable sorpresa: Porsche había optado en silencio por opciones más sólidas para elevar de 42 a 75% el control del paquete VW. Añadiendo esa porción a la del estado de baja Sajonia, dejó muy pocos títulos disponibles para compraventa en plaza. Ante eso, los mismos fondos que exaltaba McKinsey debieron cubrir sus propios contratos a precios absurdos, con pérdidas entre € 25.000 y 30.000 millones. </p>
<p>Wendelin Wiedeking, hombre de Ferdinand Piëch (Porsche) en VW, había sido criticado en 2006 por la prensa especializada británica, empleando argumentos del propio negocio derivativo. En vez de redistribuir liquidez entre accionistas, la cúpula Porsche-VW fue más sagaz –o rápida- que los rapaces cazadores de retornos cortos. Resultado: Volkswagen sale ganando € 5.000 millones y los fondos de cobertura pierden cinco a seis veces más. </p>
<p>Entretanto, la liquidación parcial de ese segmento se torna ineludible a medida que sus subscritores –magnates, fondos jubilatorios, fundaciones educativas, fondos soberanos, etc.- buscan recobrar el control directo de sus colocaciones. El desinfle del segmento queda resaltado por las cifras de la consultoría Hedge Fund Research o el índice Eurekahedge (establecido en 2000). Inclusive McKinsey admite que las nuevas subscripciones en enero-marzo cayeron de US$ 60.000 a 16.000 millones entre 2007 y 2008 (73,3%). </p>
<p>Sin embargo, no es posible salir de un fondo de cobertura como de los fondos convencionales. Las tenencias sólo pueden redimirse en plazos predeterminados, por lo común a fines de cada año. “Las necesidades de efectivo –observa el BdeI- de esas entidades explican la apresurada venta de títulos más líquidos, causa por la cual sus cotizaciones han caído en septiembre y octubre”. </p>
<p>Ahora bien, la verdadera historia de los derivativos y sus contratos derivados (en Argentina, salvo un caso aislado, nadie los tomó en serio hasta el colapso de la convertibilidad, 2000/1) data de 1949. Un financista norteamericano, Alfred Winslow, reunió US$ 100.000 reclutando 99 inversores cuyas cuotas partes eran intransferibles y no estaban normadas por la ley sobre compañías financieras (1940). </p>
<p>Este modelo inspiró a megaespeculadores como Warren Bufett (Berkshire Hathaway) o George Soros, que se cuidan de recordarlo. Pero el auge de la fórmula recién llegó en 1987, junto con el escándalo de los bonos chatarra (Michael Milken vía Drexel Burnham Lambert) y las impresionantes bases matemáticas que les valieron el Nobel económico 1990 a tres “<em>nerds</em>”, Henry Markowitz, Merton Millar y William Sharpe. Dos de ellos arruinaron a Long-Term Asset Management (1991) mediante malas especulaciones a corto plazo que obligaron a una intervención concertada –para salvar amigos, no la economía real- entre la Reserva Federal, el BdeI y otras instituciones. Nadie les exigió devolver el Nobel, un galardón que, desde 1983 y con excepciones, es menos serio que el literario. </p>
<p>¿Cuántos analistas y medios prestaron atención a la conferencia anual 2008 de fondos de cobertura, Londres, 23/25 de octubre?… Muy pocos. Pese a que la lista de asistentes revelaba íntimas conexiones entre los protagonistas de la galaxia derivativa y cinco grandes bancos privados. Se trata de Bank of America, JP Morgan Chase, Citigroup, Wells Fargo/Wachovia y Hong Kong & Shanghai Banking Corporation (HSBC). Sumados, controlan 97% del segmento y afrontan 89% de los riesgos implícitos. A fin de 2007, el valor nominal de todos los contratos en danza equivalía a US$ 600 billones –tres veces la riqueza generada anualmente en el mundo- y su valor bursátil (14,5 billones) superaba el PBI de la Unión Europea (12 billones) y el de Estados Unidos (11,5 billones). </p>
Fondos de cobertura: vieja bomba de tiempo en proceso de implosionar
A fines del año pasado, había unos 7.000 fondos de ese tipo y su capital agregado era US$ 1,875 billones. Entre octubre de 2007 y septiembre último, el segmento perdió 20% y, sólo en el segundo mes, se licuaron 90.000 millones. Pero hay más.