<p>Basta contrastar esos números con los correspondientes a los emergentes: US$ 4, 5 y 7 billones. En el caso de EE.UU., casi la mitad de la deuda federal se halla en manos extranjeras. “Eso señala que acumular reservas es un azar moral, pues alienta a las economías centrales a financiar con deuda exógena la demanda interna. Esto es el gasto de la población. Al mismo tiempo, el alza de sus niveles se asocia a menor productividad en el sector privado”.<br />
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Lo anterior incluye también la saturación de sus inversiones. Sumando el desapalancamiento imperante, en los países desarrollados, entre la demanda del público y el sector financiero, se sospecha que las monedas emergentes se reapreciarán en el largo plazo. La pérdida consiguiente de reservas públicas –sostiene el analista indio- “llevará a una amplia transferencia de riqueza de países pobres a países ricos. En una extrema paradoja, las reservas se depreciarán en caso de una crisis financiera internacional”.<br />
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Surge aquí una pregunta interesante: ¿por qué todos ven los bonos estadounidenses, alemanes o japoneses como refugios? Plender afirma, por el contrario, que “no son para nada seguros. Por ejemplo, ofrecen liquidez pero con riesgos en alza. Entonces ¿debieran los inversores admitir que los puertos realmente al abrigo están en el mundo emergente?”.<br />
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En verdad, muchos creen que los mercados emergentes serían más apropiados como canales de recursos a colocar en esas economías, no en títulos de las centrales. No obstante, Prasad argumenta que “esas precauciones surtirían mayor efecto si adoptan la forma de un seguro global contra crisis sistémicas, no inyectando liquidez creciente en deuda de países centrales. Por otra parte, los inversores mundiales deben reconocer que la capacidad de los mercados emergentes como refugios queda limitada a menudo por pobres estructuras institucionales y escaso desarrollo”.</p>
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<p>Hasta no hace mucho, la respuesta al interrogante era “deuda soberana de economías centrales”. Ya no. La crisis europea y la absurda pelea por el aumento del techo en Estados Unidos (de US$ 14,3 a 16,4 billones) generó desconfianza en los títulos del ex primer mundo. Por ende, quienes gobiernan los países emergentes –y los inversores occidentales- replantean estrategias y tácticas.<br />
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Las causales de ese desmedido volumen de reservas son, en primera instancia, las políticas cambiarias mercantilistas, tendientes a que las exportaciones sean supercompetitivas. En segundo término, aparecen las precauciones contra flujos volátiles de capital, como los que precipitaron la crisis de 1997/98 en Asia oriental y sudoriental, luego contagiada a Rusia, Turquía, Brasil, Argentina, etc. <br />
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Un tercer motivo consiste en atenuar fluctuaciones económicas locales. Dado que el valor real de las reservas emergentes ha sido deteriorado también por la contracción del dólar o el euro, aumentan las urgencias por reasegurarse.<br />
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Como resultado, se produce una extraordinaria reversión de papeles, en el contexto financiero, entre las economías centrales y las emergentes. El Fondo Monetario Internacional estima que, hacia 2016, el segundo bloque representará apenas 14% del endeudamiento mundial, contra 17% en 2007. Por el contrario, los cuatro máximos emisores de deuda (Estados Unidos, Japón, la Eurozona y, lejos, Gran Bretaña) representan 81% de la total. El monto quizás alcance a 92% en 2016.<br />
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Por consiguiente, las economías en desarrollo han reducido considerablemente la vulnerabilidad a crisis o guerras cambiarias. Pero, a criterio de ortodoxos como Eswar Prasad (universidad Cornell), la acumulación de reservas es potencialmente contraproducente. A su juicio, “obra una notable paradoja en las finanzas internacionales: el deseo de los emergentes, reasegurarse ante riesgos mundiales, eleva ese mismo factor transfiriéndolo del debe al haber”.<br />
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Prasad no cree mucho en la idea que el flujo de capital público desde economías emergentes signifique la búsqueda de activos seguros. “Si se examina la trayectoria de la deuda en economías avanzadas es impresionante. En cifras redondas. El pasivo total de las economías centrales ha crecido de US$ 18 billones en 2007 a 30 billones este año. Hacia 2016, puede ascender a 41 billones, vale decir 80% del producto bruto conjunto”.</p>