Entre las unidades de cuenta del mundo no hay dudas que el dólar de EE.UU. ha sido – en el siglo XX y en lo que va del XXI – la más exitosa. No sólo es la unidad de denominación más ampliamente utilizada en el comercio internacional, sino también la adoptada con predilección por sociedades (como la nuestra) que, habiendo fracasado en la construcción de unidades monetarias confiables, la han debido “importar”. Como en estas materias la estrella del siglo XIX había sido la libra británica, no está demás preguntarse cómo llegó el dólar a ser lo que es y qué tan probable es que en algún momento termine como aquella, opacado por una nueva estrella.
Los activos que constituyen “dinero” son pasivos sui generis de los bancos centrales o comerciales de cada país (últimamente, también de algoritmos llamados criptomonedas). No tienen plazo o fecha de vencimiento (son activos de disponibilidad inmediata) y no devengan intereses. Los que emiten los bancos centrales pueden estarlo tanto en papeles (billetes) como en registros contables (saldos en cuentas) y detentan el privilegio del “curso legal” o poder de cancelación final y definitiva de cualquier obligación. Los que emiten los bancos comerciales (depósitos “a la vista”) y las criptomonedas solo se emiten en forma registral y no gozan de aquel privilegio legal.
El éxito del dólar se apoya en su historia. Los constituyentes de 1788 no querían saber nada de deudores licuando sus obligaciones a costa de sus acreedores, para lo cual establecieron la prohibición de dar curso legal (o sea, capacidad de cancelar definitivamente una obligación) a nada que se pareciera a papel moneda. Recién en 1935, en medio de una depresión atroz y una feroz batalla legal, Roosevelt logró desvincular el poder cancelatorio del dólar de su valor en oro. Pese a esta ruptura, la razonable prudencia ejercida en su emisión hizo que a lo largo de los siguientes 85 años (o sea, hasta 2020) la tasa de inflación promediara solo 3,56% por año. Y en los últimos 30 años, solo en cinco oportunidades superase el 3%.
La libra como referente
¿Existe algún candidato a tomar el lugar del dólar en el podio? Para tener el “éxito” internacional del dólar, una unidad monetaria debería tener al menos dos características: dar una razonable certeza sobre su valor y contar con el respaldo de una economía de la envergadura de la de EE.UU.
Por carecer de este respaldo difícilmente puedan competir monedas tan estables como el franco suizo o el yen, con economías que representan – respectivamente – entre el 4% y el 6% de la economía mundial.
La libra esterlina tenía el respaldo de la dominante economía británica del siglo XIX, que generaba cerca del 10% del PIB mundial, a más de una valorización estable envidiable, pero perdió en ambos rubros en el siglo XX. Hoy la economía de Gran Bretaña es más pequeña que la de Suiza y la mitad que la del Japón y la libra esterlina, que en las primeras décadas del siglo se vendía orgullosamente a 5 dólares, cayó hasta los 1,30 dólares de hoy: perdió nada menos que 3/4 partes de su valor de antaño.
Algunos postularán como candidatos a las criptomonedas y al yuan. A las primeras, las veo demasiado nuevas para evaluar su estabilidad y no solo por los altibajos de sus cotizaciones, sino por carecer de un largo track-record de sus emisores. El yuan tiene el respaldo de la creciente economía china, que hoy genera un PIB parecido al de EE.UU. o el de Unión Europea, pero tampoco tiene el track-record y la transparencia que hacen falta para generar tanta confianza.
En cambio, quien claramente puede presentarse como candidato es el euro, con un excelente récord de estabilidad y el respaldo de una economía, la de la Unión Europea, con cerca del 20% del PIB mundial.
Queda finalmente dilucidar la pregunta más importante: ¿entrará EE.UU. en una fase histórica de pendiente declinante, como la que sufrió Gran Bretaña en el siglo XX?
Si estuviera escribiendo en la década de los ´90, la de Bush padre y la de Clinton, afirmaría tajantemente que no.
En 2020, después de atestiguar el demagógico, negligente e irresponsable comportamiento de las supuestamente impolutas agencias gubernamentales de control de la moneda (FED y OCC) entre 2002 y 2007 (provocando la desastrosa crisis de las llamadas hipotecas “subprime”), mirando la creciente penetración del pensamiento socialista en amplios segmentos de la juventud, la academia y los medios de comunicación, y la desorientación de una derecha crecientemente paranoica…, dejo expresadas mis dudas.
(*) Ex vicepresidente del Banco Central.