viernes, 27 de diciembre de 2024

EE.UU.: el mercado de bonos duda sobre el repunte económico

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La semana empezó con el rinde de bonos a diez años en 4,21%, el máximo en un año. Ayer, el nivel era apenas menor. Si no cede, puede trabar la débil reactivación que muestra la economía real en Estados Unidos. Esto afectaba a Wall Street.

Precisamente mientras surgen más indicadores positivos, el repunte afronta
una amenaza especulativa: la abrupta alza de las tasas a largo plazo. Resulta
irónico que estos tipos -simétricos opuestos a los precios para
bonos de Tesorería, en baja- sean impulsados por aquellas mismas señales.
Si no aflojase, esta tendencia pasaría a las tasas hipotecarias, el crédito
al consumo y, naturalmente, lo que pagará el estado federal por su creciente
endeudamiento nuevo. A su vez, fruto de un déficit fiscal que -en US$ 455.000
millones- es el mayor de la historia a precios corrientes.

Los efectos a mediano plazo de las tasas largas pueden acotar el auge de la
vivienda (una de las pocas actividades reales que sustenta la moderada reacción
económica) y afectar el refinanciamiento de deudas hipotecarias, un factor
casi tan relevante como el anterior. Máxime si se combina con un aumento
de costos relativo al uso de tarjetas de crédito. En el sector hipotecario,
la crisis sufrida por la segunda financiera (Freddie Mac) no mejora el panorama.

Sólo durante julio, la cotización de bonos federales a diez años
ha descendido casi 8%, lo cual explica los picos de rentabilidad vistos esta
semana (4,09 a 4,21% anual). Es más: desde mediados de julio 2002 al
lunes, el rinde había trepado 35%. Ahora bien ¿qué motivos
hay tras estos vaivenes? En primer lugar, uno puramente psicológico:
inversores, especuladores e intermediarios de Wall Street habían apostado
a que, en junio, el Sistema de Reserva Federal rebajase las tasas referenciales
de 1,25 0,75% anual. Cuando el emisor las redujo a 1% -igualmente, las menores
en 45 años-, los operadores se desilusionaron.

En apariencia, 0,75% no se diferencia tanto de 1%, especialmente por la brecha
entre cualquiera de ambos niveles y las tasas largas. Pero el componente especulativo
del repunte económico actual y la sombra de los déficit federales
ha hecho que los tipos de interés sean una vera obsesión en los
mercados de riesgo. Igual efecto tiene la cobertura de una masa de nuevas hipotecas
sin precedentes (US$ 300.000 millones en un año), reflejo de un peligroso
fenómeno básico: el público norteamericano vive endeudándose
-como el gobierno- por la falta de ahorro interno.

Gurúes y analistas bursátiles no ven mal el avance de tasas,
porque imaginan que -aun si éstas siguiesen elevándose- la economía
acentuaría el tímido repunte. Aparece acá una paradoja:
el aumento de intereses socavará la reactivación que tantos dan
por segura. En este marco, el tenaz optimismo de Alan Greenspan y otros directores
del SRF desborda los límites de la prudencia y se pliega al clima reelectoralista
que buscan implantar George W. Bush y su entorno político.

De una forma u otra, el rendimiento de los bonos largos ya dejó atrás
el techo de 3,85% que casi todos los analistas estimaban para fin de 2003. Si
la tendencia se mantiene sobre 4% anual, la proyección de crecimiento
-en términos de producto bruto interno- cedería de 3,70 a 3,65%
anual para este semestre. El ritmo de endeudamiento público y privado
requiere no menos de 4% anual y, además, reducir tanto el monto como
el costo de la futura deuda federal emitida en títulos. Este contradictorio
marco sugiere una distorsión de fondo: los vaivenes accionarios no reflejan
ya realidades económicas, rasgo otrora típico de plazas menores
(Buenos Aires, Montevideo, Madrid, etc.). Las desordenadas alzas registradas
ayer en Fráncfort, Londres y París -cuyas respectivas economías
no marchan bien- y el contraste con el moderado retroceso neoyorquino ilustran
ese desajuste.

Precisamente mientras surgen más indicadores positivos, el repunte afronta
una amenaza especulativa: la abrupta alza de las tasas a largo plazo. Resulta
irónico que estos tipos -simétricos opuestos a los precios para
bonos de Tesorería, en baja- sean impulsados por aquellas mismas señales.
Si no aflojase, esta tendencia pasaría a las tasas hipotecarias, el crédito
al consumo y, naturalmente, lo que pagará el estado federal por su creciente
endeudamiento nuevo. A su vez, fruto de un déficit fiscal que -en US$ 455.000
millones- es el mayor de la historia a precios corrientes.

Los efectos a mediano plazo de las tasas largas pueden acotar el auge de la
vivienda (una de las pocas actividades reales que sustenta la moderada reacción
económica) y afectar el refinanciamiento de deudas hipotecarias, un factor
casi tan relevante como el anterior. Máxime si se combina con un aumento
de costos relativo al uso de tarjetas de crédito. En el sector hipotecario,
la crisis sufrida por la segunda financiera (Freddie Mac) no mejora el panorama.

Sólo durante julio, la cotización de bonos federales a diez años
ha descendido casi 8%, lo cual explica los picos de rentabilidad vistos esta
semana (4,09 a 4,21% anual). Es más: desde mediados de julio 2002 al
lunes, el rinde había trepado 35%. Ahora bien ¿qué motivos
hay tras estos vaivenes? En primer lugar, uno puramente psicológico:
inversores, especuladores e intermediarios de Wall Street habían apostado
a que, en junio, el Sistema de Reserva Federal rebajase las tasas referenciales
de 1,25 0,75% anual. Cuando el emisor las redujo a 1% -igualmente, las menores
en 45 años-, los operadores se desilusionaron.

En apariencia, 0,75% no se diferencia tanto de 1%, especialmente por la brecha
entre cualquiera de ambos niveles y las tasas largas. Pero el componente especulativo
del repunte económico actual y la sombra de los déficit federales
ha hecho que los tipos de interés sean una vera obsesión en los
mercados de riesgo. Igual efecto tiene la cobertura de una masa de nuevas hipotecas
sin precedentes (US$ 300.000 millones en un año), reflejo de un peligroso
fenómeno básico: el público norteamericano vive endeudándose
-como el gobierno- por la falta de ahorro interno.

Gurúes y analistas bursátiles no ven mal el avance de tasas,
porque imaginan que -aun si éstas siguiesen elevándose- la economía
acentuaría el tímido repunte. Aparece acá una paradoja:
el aumento de intereses socavará la reactivación que tantos dan
por segura. En este marco, el tenaz optimismo de Alan Greenspan y otros directores
del SRF desborda los límites de la prudencia y se pliega al clima reelectoralista
que buscan implantar George W. Bush y su entorno político.

De una forma u otra, el rendimiento de los bonos largos ya dejó atrás
el techo de 3,85% que casi todos los analistas estimaban para fin de 2003. Si
la tendencia se mantiene sobre 4% anual, la proyección de crecimiento
-en términos de producto bruto interno- cedería de 3,70 a 3,65%
anual para este semestre. El ritmo de endeudamiento público y privado
requiere no menos de 4% anual y, además, reducir tanto el monto como
el costo de la futura deuda federal emitida en títulos. Este contradictorio
marco sugiere una distorsión de fondo: los vaivenes accionarios no reflejan
ya realidades económicas, rasgo otrora típico de plazas menores
(Buenos Aires, Montevideo, Madrid, etc.). Las desordenadas alzas registradas
ayer en Fráncfort, Londres y París -cuyas respectivas economías
no marchan bien- y el contraste con el moderado retroceso neoyorquino ilustran
ese desajuste.

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