<p>Tómense por ejemplo las acciones. Una parte sustancial de esa masa se transa en un galpón próximo al puente que une Manhattan y Nueva Jersey. Pocos lo conocen o identifican con los cuatro grandes de Nueva York. Pilas de jaulas contienen computadoras que especulan –a menudo por cuenta de bancos- con fondos de cobertura y otros actores de Wall Street.<br />
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Una de las estanterías alberga un grupo de servidores, llamado sistema directo (<em>direct edge</em>) que abarca los cuatro mercados bursátiles de Estados Unidos. En muchas plazas globales, casi todas las transacciones en verdad se efectúan vía mega-computadoras que “conversan” entre sí a velocidad astronómica.<br />
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Al primar las computadoras en un universo estilo Metrópolis (Fritz Lang 1926), los negocios han ido mutando y abandonan los antiguos pisos físicos. Por ende, las operaciones de una bolsa como la neoyorquina se pasan a docenas de mercados, muchos de ellos ubicados en los aledaños de Manhattan.<br />
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Las bondades del nuevo estilo tecnológico son obvias: se desploman los costos operativos y es fácil comprar o vender títulos apretando apenas una tecla. Este, justamente, hace a los expertos más sensatos temer que el desborde esté descontrolándose y los intermediarios mejor equipados saquen partido a expensas del “vulgo”. Esto no es nuevo: en 1993, el analista financiero Joel Kurtzman advertía que la mezcla de derivados y supercomputadoras era una bomba de tiempo.<br />
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En 2010, las cuatro firmas del núcleo directo canalizaron 10% de transacciones bursátiles, contra 6% en 2009, originadas en la bolsa de Nueva York (NYSE) y los paneles automáticos Nasdaq. Volviendo a Kurtzman, su “derrumbe al instante” en realidad ya ocurrió el 6 de mayo último. Partiendo de ahí, la <em>Securities & Exchange Commission </em>(SEC, comisión federal de valores) y las propias bolsas introdujeron interruptores de circuitos. Pero con peligrosa laxitud: las operaciones se interrumpen si un precio cae 10% en cinco minutos. Economistas y analistas ajenos al negocio ultra-veloz insisten en que la tecnología no es garantía de nada; más bien al revés.</p>
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Dinero electrónico, ¿una transformación positiva?
Para operadores y especuladores, se trata de una revolución imparable. Por el contrario, muchos analistas y economistas sistémicos creen que ese universo encarnado en el direct edge- es muy volátil, especialmente el segmento derivativo.