viernes, 27 de diciembre de 2024

Derivativos: la bomba de tiempo acumula más de US$ 370 billones

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Según el Banco de Ajustes Internacionales (BAI, Basilea), durante el primer semestre de 2006 la especulación con derivados subió al mayor ritmo en ocho años. Los intermediarios involucrados en el negocio ganaron cifras astronómicas.

En teoría, parece suponer el “banco central de bancos centrales”, ese tipo de cuberturas reduce los costos de endeudamiento para empresas y otras entidades. En realidad, como señalan economistas y analistas sistémicos, es una gigantesca burbuja de aire caliente, capaz de pincharse en cualquier momento.

Así, el valor nominal de derivados basados en bonos privados, monedas, tasas de interés, acciones y productos primarios, saltó 24% en enero-junio y totalizò US$ 370 billones: treinta veces el producto bruto interno de Estados Unidos y veinte veces el de la Eurozona. En verdad, es el máximo incremento semestral desde que al BAI lleva estadísticas (1998).

Por supuesto, la intermediaciòn siempre gana. Su campo favorito, pases sobre insolvencia crediticia, les produjo utilidades sin precedentes a Morgan Stanley, Goldman Sachs o Barclay’s Capital (en éste, 60% de ganancias provienen de derivados). Se trata, claro, de cifras hasta cierto punto tan imaginarias como los derivativos mismos.

Este ritmo de aumento, estiman algunos consultores en Nueva York y Londres, seguía durante el corriente semestre. Por ende, la masa de derivados bien podría alcanzar los US$ 460 billones. Estos montos son tan altos que pierden sentido en términos de economía real o, en el caso de materias primas, sus activos de sostén.

Volviendo a la franja de pases, su magnitud ascendió de US$ 13,9 billones en diciembre a 20,3 billones en junio; vale decir, la friolera de 46%. Este segmento representa instrumentos financieros respaldados en bonos y préstamos, que se emplean para apostar por o contra incrementos ulteriores del endeudamiento. Como se ve, más aire caliente.

El inversor o especulador que compra esos contratos recibe el valor nominal del activo subyacente, a cambio de los valores en cese de pagos, si la compañía de declara insolvente. Una baja en el costo de los contratos indica una mejora en la calificación crediticia. Un alza trasunta deterioro del mismo parámetro. En síntesis, una ruleta donde sólo la banca se siente relativamente segura.

Bancos y fondos de cubertura sostienen que es más barato y fàcil usar contratos derivados que comprar o vender los títulos subyacentes, algo técnicamente cierto. Tanto que los derivativos apoyados en la deudfa de màs de 3.000 empresas protagonizan este segmento, según cálculos de la consultoría londinense Markit. Pero los signos de volatilidad son claros: por ejemplo, los derivados crediticios basados en meros índices –no en papeles- crecieron 86% durante el primer semestre.

Este negocio tiene un campeón, el hoy jubilado Alan Greenspan, ex presidente del Sistema de Reserva Federal. Desde 2002, en efecto, viene diciendo que los derivados reducen riesgos y mejoran la flexibilidad de los mercados en situaciones difíciles (algo que aún no ha sido demostrado). Así lo reiteraba en mayo, ante una audiencia interesada, la Bond Market association: “es el cambio más significativo operado en Wall Street durante decenios”. Por entonces, comenzaba a hacer crisis un juego de derivados montado por Amaranth Advisors sobre gas natural.

Por de pronto, varias instancias reguladoras, a ambos lados del Atlántico norte, empiezan a preocuparse por el peligro de abusos estilo “insider trading” (aprovechamiento ilícito de datos reservados) o compras apalancadas. Justamente esta operativa vive su propia burbuja en EE.UU. y es ya objeto de una demanda colectiva contra fondos que la practican para sacar grandes empresas del panel bursátil, esto es de la SEC y otras supervisoras.

En teoría, parece suponer el “banco central de bancos centrales”, ese tipo de cuberturas reduce los costos de endeudamiento para empresas y otras entidades. En realidad, como señalan economistas y analistas sistémicos, es una gigantesca burbuja de aire caliente, capaz de pincharse en cualquier momento.

Así, el valor nominal de derivados basados en bonos privados, monedas, tasas de interés, acciones y productos primarios, saltó 24% en enero-junio y totalizò US$ 370 billones: treinta veces el producto bruto interno de Estados Unidos y veinte veces el de la Eurozona. En verdad, es el máximo incremento semestral desde que al BAI lleva estadísticas (1998).

Por supuesto, la intermediaciòn siempre gana. Su campo favorito, pases sobre insolvencia crediticia, les produjo utilidades sin precedentes a Morgan Stanley, Goldman Sachs o Barclay’s Capital (en éste, 60% de ganancias provienen de derivados). Se trata, claro, de cifras hasta cierto punto tan imaginarias como los derivativos mismos.

Este ritmo de aumento, estiman algunos consultores en Nueva York y Londres, seguía durante el corriente semestre. Por ende, la masa de derivados bien podría alcanzar los US$ 460 billones. Estos montos son tan altos que pierden sentido en términos de economía real o, en el caso de materias primas, sus activos de sostén.

Volviendo a la franja de pases, su magnitud ascendió de US$ 13,9 billones en diciembre a 20,3 billones en junio; vale decir, la friolera de 46%. Este segmento representa instrumentos financieros respaldados en bonos y préstamos, que se emplean para apostar por o contra incrementos ulteriores del endeudamiento. Como se ve, más aire caliente.

El inversor o especulador que compra esos contratos recibe el valor nominal del activo subyacente, a cambio de los valores en cese de pagos, si la compañía de declara insolvente. Una baja en el costo de los contratos indica una mejora en la calificación crediticia. Un alza trasunta deterioro del mismo parámetro. En síntesis, una ruleta donde sólo la banca se siente relativamente segura.

Bancos y fondos de cubertura sostienen que es más barato y fàcil usar contratos derivados que comprar o vender los títulos subyacentes, algo técnicamente cierto. Tanto que los derivativos apoyados en la deudfa de màs de 3.000 empresas protagonizan este segmento, según cálculos de la consultoría londinense Markit. Pero los signos de volatilidad son claros: por ejemplo, los derivados crediticios basados en meros índices –no en papeles- crecieron 86% durante el primer semestre.

Este negocio tiene un campeón, el hoy jubilado Alan Greenspan, ex presidente del Sistema de Reserva Federal. Desde 2002, en efecto, viene diciendo que los derivados reducen riesgos y mejoran la flexibilidad de los mercados en situaciones difíciles (algo que aún no ha sido demostrado). Así lo reiteraba en mayo, ante una audiencia interesada, la Bond Market association: “es el cambio más significativo operado en Wall Street durante decenios”. Por entonces, comenzaba a hacer crisis un juego de derivados montado por Amaranth Advisors sobre gas natural.

Por de pronto, varias instancias reguladoras, a ambos lados del Atlántico norte, empiezan a preocuparse por el peligro de abusos estilo “insider trading” (aprovechamiento ilícito de datos reservados) o compras apalancadas. Justamente esta operativa vive su propia burbuja en EE.UU. y es ya objeto de una demanda colectiva contra fondos que la practican para sacar grandes empresas del panel bursátil, esto es de la SEC y otras supervisoras.

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