Describía la forma en que la Reserva Federal de Estados Unidos y sus pares de Canadá, Nueva Zelanda, el Reino Unido y otros países europeos habían dado con un conjunto de políticas, que frenaron la inflación galopante de los años setenta y principios de los ochenta, promovieron el pleno empleo y fomentaron el crecimiento económico.
Era la llamada Gran Moderación. Pero para cuando Goodfriend publicó su artículo, Bear Stearns había liquidado dos fondos de cobertura que tenían exposición a las hipotecas subprime (de alto riesgo) estadounidenses, y un banco británico muy endeudado, Northern Rock, era rescatado por el Banco de Inglaterra. La crisis financiera mundial había estallado.
Es evidente que el artículo de Goodfriend no superó la prueba del tiempo dice Mike Jakeman en Strategy & Business. En The Rise of Central Banks (El auge de los bancos centrales), un nuevo libro de Leon Wansleben, académico del Instituto Max Planck, se presenta como prueba de la complacencia que se había instalado entre los responsables de la política monetaria tras años de condiciones económicas favorables.
Sin embargo, el argumento de Wansleben va más allá: los bancos centrales no se limitaron a adoptar una falsa sensación de seguridad durante años de condiciones benignas.
Al contrario, durante el último medio siglo, procuraron obtener más poder e influencia de sus gobiernos, fomentaron la desregulación, y no mostraron ningún interés en supervisar los complejos mercados financieros que habían estimulado a un rápido crecimiento.
El último acto de este drama, según Wansleben, es su creciente dependencia de la flexibilización cuantitativa, una herramienta que, en su opinión, sirve a los bancos centrales pero también fomenta la desigualdad.
Esta postura espinosa y fascinante es contraria a gran parte de la literatura posterior a la crisis financiera mundial.
La opinión generalizada sostiene que los bancos centrales no sólo rescataron a la economía mundial en dos ocasiones, una en 2008-09 y otra a principios de 2020, proporcionando financiación a una escala que amedrentó a los políticos de todo el mundo, sino que en los años transcurridos desde la crisis financiera han trabajado para reducir el riesgo de catástrofes adicionales similares.
Estas medidas incluyen pruebas de resistencia para los bancos (que ahora deben mantener mayores proporciones de capital y están más restringidos en su volumen de préstamos de mayor riesgo), normas más estrictas sobre la gestión de los fondos de cobertura y un compromiso más directo con las fuentes de riesgo sistémico, desde el terrorismo al cambio climático.
El Banco de Nueva Zelanda, por ejemplo, modificó su mandato para que sea necesario considerar el impacto de la política monetaria en el mercado inmobiliario.
Que los bancos centrales han ganado importancia es indiscutible. Wansleben identifica dos momentos cruciales en su ascenso. El primero fue el nombramiento de Paul Volcker como presidente de la Fed estadounidense, en 1979, en medio de una inflación galopante y, en especial, de crecientes expectativas inflacionarias.
En aquel momento, la Fed, al igual que otros bancos centrales, procuraba controlar la tasa de inflación introduciendo cambios en la oferta monetaria. Pero la relación entre inflación monetaria y oferta empezaba a romperse, en parte debido a la desregulación continuada del sector financiero, que hacía más difícil de seguir y controlar el volumen de dinero en la economía.
Los primeros intentos de Volcker de utilizar la política monetaria selectiva fracasaron, así que probó una nueva estrategia.
Subió varias veces el tipo de interés oficial, incluso cuando la economía se contraía y la inflación se frenaba, hasta que quedó claro que las expectativas inflacionarias a largo plazo estaban bajando. Para Wansleben, este momento es importante porque muestra el inicio de un gran cambio en la forma de dirigir la política monetaria, y porque demostró que a Volcker “lo que más le importaban eran las expectativas del mercado financiero”, un tema que está presente en The Rise of Central Banks.
Tres décadas más tarde, llega la segunda crisis financiera mundial, un momento esencial en el planteamiento de Wansleben. Según él, la crisis “no fue un accidente de la historia, sino un síntoma de desajustes profundos en el capitalismo occidental”, y atribuye gran parte de la culpa de su aparición a los bancos centrales.
Es interesante que Wansleben reste importancia a otros factores decisivos, como el papel de las calificadoras de crédito y la escasa regulación del mercado de valores con garantía hipotecaria, que desestabilizaron el sistema y provocaron el contagio.
En cambio, se concentra en los bancos centrales y su influencia en la inflación; y en que la inflación no se vio frenada por su dominio de los mercados financieros, sino por otros acontecimientos, como la debilidad del movimiento obrero y la afluencia de importaciones baratas procedentes de China.
Los bancos centrales reivindicaron “la propiedad exclusiva de la estabilidad de precios, al tiempo que se desentendían de la responsabilidad de la regulación”, en parte para evitar conflictos con el sector bancario. Y al aplicar políticas deflacionistas, sostiene Wansleben, contribuyeron a empeorar la situación de los trabajadores con bajos ingresos y los empujaron a acumular niveles insostenibles de deuda para mantener su nivel de vida.
Wansleben argumenta además que, a pesar de cualquier culpabilidad, los bancos centrales salieron de la crisis con su posición fortalecida en el centro de la economía mundial reforzada.
Por sí solos, los gobiernos carecían de la convicción y la potencia de fuego necesarias para rescatar la economía mundial. En vez de eso, intervinieron y llevaron a cabo una acción coordinada que impidió la convulsión total de la economía mundial a finales de 2008, un hecho en el que Wansleben no insiste.
Es cierto que su principal herramienta para mantener las luces encendidas -la flexibilización cuantitativa- beneficia de manera desproporcionada a los ricos y ha contribuido a mantener la desigualdad. (Dicho esto, una inflación persistente y elevada también perjudica a los pobres de forma desproporcionada).
Fue revelador que los bancos centrales intervinieran con gran rapidez y eficacia durante los primeros días de la pandemia del Covid-19. Aunque sus intervenciones fueron mucho mayores, su participación fue menos controvertida.
” Instalaron enormes mecanismos de contención para los sistemas financieros y transformaron los préstamos de último recurso en funciones integrales de ‘primera respuesta’ contra las crisis financieras”, escribe Wansleben.
Continúa afirmando que la recuperación de la crisis financiera mundial de 2008-09 fue excepcionalmente débil, y que tanto los gobiernos como los bancos centrales la empeoraron al intentar retirar los estímulos con excesiva rapidez.
Es prematuro hacer un comentario similar similares sobre la recuperación de la pandemia. Los tipos de interés han subido mucho más rápido y de forma más agresiva que en el periodo posterior a 2009. Pero esto fue sobre todo en respuesta a una conmoción del lado de la oferta a los niveles de precios, no a un aumento de la demanda.
Wansleben es pesimista sobre las perspectivas económicas mientras los bancos centrales mantengan lo que considera su actual y desmesurado papel. Pero ni los gobiernos ni las organizaciones internacionales dan muestras de querer asumir más responsabilidades. Es muy probable que cuando se produzca la próxima crisis – y Wansleben sostiene que los estrechos vínculos entre bancos centrales y mercados financieros hacen que las crisis sean cada vez más frecuentes- los gobiernos buscarán a los bancos centrales para que se encarguen de la respuesta.
Cuestionan el poder de los bancos centrales
En 2007 Marvin Goodfriend, un economista de la Universidad Carnegie Mellon, escribió un artículo elogiando a los bancos centrales. “How the world achieved consensus on monetary policy”.