<p>Las acusaciones del mesadinerista se desencadenaron mientras el negocio financiero aun se sacudía a causa de la crisis sistémica de 2007/09 y el colapso de la deuda en la Eurozona. Paralelamente, el sector privado norteamericano afrontaba una recidiva de corrupción internacional.<br />
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Su emblema es el petrolero Albert Stanley, condenado en febrero, luego de treinta meses de proceso. El magnate se había declarado culpable de conspirar para sobornar altos funcionarios nigerianos. Su objeto, US$ 6.000 millones en contratos leoninos.<br />
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Lo sorprendente del caso es que podría haber sucedido en cualquier compañía grande de Estados Unidos, petrolera o no. La corrupción y los sobornos son moneda tan común en los negocios globales que el departamento de Justicia libra una campaña en su contra. Por lo menos ochenta empresas se hallan bajo investigación vía la ley sobre prácticas corruptas en el exterior (FCPA en la sigla inglesa). <br />
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Esa legislación data de hace 35 años y prohíbe a firmas norteamericanas pagar coimas a funcionarios del extranjero. En ese elenco militan pesos tan pesados como Alcoa, Avon, Goldman Sachs, Hewlett-Packard, Siemens, Pfizer, Wal-Mart, etc. No obstante, el propio tamaño de esas compañías y su poder de cabildeo suelen arrastrar durante años los juicios. Mientras tanto, Leonard Breuer, subprocurador general de EE.UU., aporta una cifra inquietante: cada año mil millones de dólares van al bolsillo de funcionarios corruptos en Latinoamérica, África y Asia meridional.</p>
Corrupción global y además sistémica
Lloyd Blankfein, número uno de Goldman Sachs, la mayor banca de inversión mundial, no peca de modesto. Estamos haciendo el trabajo de Dios dice. Su ex operador de derivados Gregory Smith no lo desmiente. En otro plano, Albert Stanley comparte esa cultura tóxica.