Es interesante analizar la evolución de las dos caras de la política económica del presidente Trump, sostiene Juan José Llach en el habitual informe económico del IAE.
La “cara buena” es la economía creciendo con desempleo e inflación muy bajos: el sueño de todo economista. En los últimos 30 días esto se deslució por tres razones.
1) El empleo privado creció mucho menos en mayo, sólo 90.000 nuevos puestos, contra 224.000 en abril y 270.000 un año atrás.
2) Algunos sectores de la economía crecen respecto a hace un año, pero caen respecto del mes anterior, sobre todo en algunos indicadores de la construcción, de la industria y del comercio exterior.
3) La inflación aumentó respecto de sus bajísimos niveles recientes.
Estos cambios no alcanzan –por ahora- a modificar la “cara buena” imperante en la economía de los EE.UU. En el caso de la inflación, hay que tener en cuenta que el indicador más mirado por la Reserva Federal -la inflación núcleo implícita en el gasto de los consumidores- aumentó en mayo, pero sólo al 1,6% anual, poco más que el 1,5% del mes anterior. Hay que seguir, sí, la mayorista, que en su versión núcleo, subió a 2,3%.
Decíamos en mayo que la “cara mala” de la economía política de Trump se mostraba, sobre todo, en sus guerras comerciales, particularmente la emprendida con China. Como en las viejas teorías del conflicto de Lewis Coser, este tiene propensión a generalizarse. Empezó por la soja y los (recíprocos) aranceles a las importaciones, pero ahora se ha extendido a una dura competencia por la tecnología y por las inversiones. Este conflicto tiene mayor poder de daño que la flojera de algunos indicadores de coyuntura. Queda la chance de un encuentro de las máximas autoridades de ambos países, Trump y Xi Jinping, en la cumbre del G20, el 28 y 29 de este mes en Osaka, Japón.
Mientras tanto, el conflicto con México parece haberse superado, por ahora, y no es improbable que la política inmigratoria de EE.UU siga pregonando dureza, pero sea más tolerante en la realidad, para así seguir moderando las presiones inflacionarias.
Más allá de la coyuntura, la amenaza emergente es el reemplazo de la globalización por el proteccionismo nacionalista. Una cosa es empeñarse en corregir las evidentes falencias de la globalización en los últimos 30 años, tales como el aumento de la desigualdad; los excesos de la especulación financiera que llevaron a la Gran Recesión del 2008 y ahora amenazan nuevamente, aunque no con la misma intensidad; el “dumping social” que se manifiesta en la virtual ausencia de protección laboral en varios países emergentes o, en fin, el cambio climático y sus efectos. Otra cosa, muy distinta pero que lamentablemente se insinúa, es acabar con la globalización per se.
Si tal es el caso, la economía global crecerá menos –el FMI estima una desaceleración mínima de 0,3%- y la inflación aumentará. Al mismo tiempo, los países emergentes seguirán creciendo más que los desarrollados y la pobreza global continuará reduciéndose, pero a menor ritmo. En nuestro cuadro habitual sobre la evolución de los mercados desde la asunción de Trump puede verse que no se ha producido la catástrofe pronosticada entonces por notorios gurúes, globales y vernáculos.
Ni subió el dólar, ni bajaron las commodities, la suba de tasas fue muy moderada –tanto las de la FED como los rendimientos de los bonos del Tesoro- y los mercados accionarios más bien festejaron. La razón profunda detrás de estos hechos ha sido la bajísima inflación. Los rubros que más sufrieron fueron, por un lado, la soja, debido a muchas buenas cosechas globales y, más recientemente, a la guerra comercial entre China y EE.UU. Ahora su precio está subiendo por el gran retraso de las siembras gruesas en los EE.UU, debido a un exceso de humedad. También sufrieron las monedas de algunos países emergentes, por razones propias de cada caso.
En este contexto, la Reserva Federal afrontará mayores riesgos si en 2019 opta por reducir sus tasas de interés. Pero, salvo que se frene, la guerra comercial le servirá de argumento para hacerlo. La presión política marcha en esa dirección y da la impresión de que, tarde o más temprano, la FED cederá, con alguna elegancia, al poder político. El marco para los países emergentes será tanto mejor cuanto antes y con menores daños termine la guerra comercial y cuanto menor sea la inflación en EE.UU. Ambos estímulos darían marco a la FED para bajar sus tasas, lo que alejaría el riesgo de una recesión, aunque no necesariamente el de la desaceleración, que ya está en marcha. Esta alternativa daría un marco propicio para que la próxima presidencia se inicie con una Argentina en crecimiento.