A criterio de la calificadora, ese mecanismo no presuponía mayor riesgo de mora que una hipoteca convencional. Era un dislate, pero nadie reparó en él porque afectaba a un pequeño segmento del mercado. Pero, en pocos años, ese truco ”inocente” dio vuelta el negocio del crédito –no es una industria, pero abarca caballeros de industria- y generó las hipotecas “secundarias”. Vale decir, malas o usurarias.
Eran préstamos a tasa alta (tres a cinco puntos sobre las normales) a deudores con pobres antecedentes en materia de repago. Por eso, los prestamistas entraban en la vieja categoría de “loan sharks” (tiburones usureros). Pero analistas y medios consideraban tabú emplear palabras como ésas, reservadas a Charles Dickens.
Sea como fuere, en octubre de 2006, S&P “descubrió” que los riesgos de insolvencia eran altos y las hipotecas eran de mala calidad. Por entonces, claro, esos instrumentos representaban considerable parte en un “pujante” mercado superior al billón de dólares en Estados Unidos. Hoy, es un caos y sólo tienen esperanzas ciertos apóstoles del optimismo a medida; verbigracia, Claudio Lóser, Guillermo Perry, etc.
Mientras moras y ceses de pagos proliferan, inversores y especuladores que tenían títulos respaldados en esas hipotecas ven como sus activos se achican. Fondos de cobertura y de capital extrabursátil (compras apalancadas) se han desplomado o tambalean. Ante el descalabro, los mayores bancos centrales inyectaron liquidez por cerca de US$ 500.000 millones en pocos días (9 al 14 de agosto) y la Reserva Federal –olvidando sus obsesiones inflacionarias- adelantó un mes la baja del redescuento de 6,25 a 5,75% anual.
En primera instancia, los culpables son prestamistas usurarios que emitieron esa locas hipotecas y banqueros que las reempaquetaron como activos financieros. Pero nadie ha sido despedido de las tres agencias calificadoras (S&P, Moody’s, Fitch) y no se han abierto aún demandas contra ellas. Son las mismas que han estado años manipulando el riesgo soberano de países subdesarrollados, en favor de fondos buitres y la gran banca occidental.
Debe tenerse en cuenta que las calificadoras no hacen beneficencia y han ganados pilas de dinero vendiendo informes. ¿Cuál es su responsabilidad en materia de malas hipotecas y sus efectos? Para medirla, basta saber que, según la consultoría Asset-backed Alert, Moody’s y S&P calificaron en 2006 emisiones de bonos por un total de casi US$ 534.000 millones cada una. Fitch aprobó US$ 244.400 millones. Este año, buena parte de esos papeles ha sido recalificada como chatarra… por las mismas agencias.
A criterio de la calificadora, ese mecanismo no presuponía mayor riesgo de mora que una hipoteca convencional. Era un dislate, pero nadie reparó en él porque afectaba a un pequeño segmento del mercado. Pero, en pocos años, ese truco ”inocente” dio vuelta el negocio del crédito –no es una industria, pero abarca caballeros de industria- y generó las hipotecas “secundarias”. Vale decir, malas o usurarias.
Eran préstamos a tasa alta (tres a cinco puntos sobre las normales) a deudores con pobres antecedentes en materia de repago. Por eso, los prestamistas entraban en la vieja categoría de “loan sharks” (tiburones usureros). Pero analistas y medios consideraban tabú emplear palabras como ésas, reservadas a Charles Dickens.
Sea como fuere, en octubre de 2006, S&P “descubrió” que los riesgos de insolvencia eran altos y las hipotecas eran de mala calidad. Por entonces, claro, esos instrumentos representaban considerable parte en un “pujante” mercado superior al billón de dólares en Estados Unidos. Hoy, es un caos y sólo tienen esperanzas ciertos apóstoles del optimismo a medida; verbigracia, Claudio Lóser, Guillermo Perry, etc.
Mientras moras y ceses de pagos proliferan, inversores y especuladores que tenían títulos respaldados en esas hipotecas ven como sus activos se achican. Fondos de cobertura y de capital extrabursátil (compras apalancadas) se han desplomado o tambalean. Ante el descalabro, los mayores bancos centrales inyectaron liquidez por cerca de US$ 500.000 millones en pocos días (9 al 14 de agosto) y la Reserva Federal –olvidando sus obsesiones inflacionarias- adelantó un mes la baja del redescuento de 6,25 a 5,75% anual.
En primera instancia, los culpables son prestamistas usurarios que emitieron esa locas hipotecas y banqueros que las reempaquetaron como activos financieros. Pero nadie ha sido despedido de las tres agencias calificadoras (S&P, Moody’s, Fitch) y no se han abierto aún demandas contra ellas. Son las mismas que han estado años manipulando el riesgo soberano de países subdesarrollados, en favor de fondos buitres y la gran banca occidental.
Debe tenerse en cuenta que las calificadoras no hacen beneficencia y han ganados pilas de dinero vendiendo informes. ¿Cuál es su responsabilidad en materia de malas hipotecas y sus efectos? Para medirla, basta saber que, según la consultoría Asset-backed Alert, Moody’s y S&P calificaron en 2006 emisiones de bonos por un total de casi US$ 534.000 millones cada una. Fitch aprobó US$ 244.400 millones. Este año, buena parte de esos papeles ha sido recalificada como chatarra… por las mismas agencias.