Con los bares y restaurantes en Brasil cerrados durante largos periodos desde el año pasado y las reuniones familiares y de amigos desalentadas, las ventas de cachaça cayeron casi un cuarto en 2020.
Ahora los que la producen y la industrializan esperan aumentar los pedidos desde el extranjero para compensar la caída en el mercado interno. Para eso, enfrentan el desafío de explicar a los extranjeros el concepto de la bebida y la fórmula del cóctel resultante (la caipiriña).
La cachaça es un destilado del jugo de la caña de azúcar. Eso, dicen los brasileños, es lo que la diferencia del ron, que se obtiene a partir de melaza, que es el desecho de la caña una vez que ha sido procesada para obtener azúcar. Su sabor es más fresco y más afrutado que el ron.
Se cree que la cachaça, que solo se puede hacer en Brasil, se viene destilando en el país desde 1516, lo que significaría que es anterior a la producción del ron y del tequila. Es la tercera bebida espirituosa por volumen de producción en el mundo, después del vodka y del baijiu chino. Brasil fabrica 800 millones de libros de cachaça al año, según el Instituto Brasileiro de Cachaça (Ibrac), pero tal es el consumo en el enorme país de origen que solo se exporta menos de 1%.
Para aumentar las ventas en el extranjero a principios de este año el Ibrac se alió con el Organismo Brasilero de Promoción del Comercio y la Inversión para lanzar un esfuerzo promocional de 24 meses. Hasta ahora eso incluye una página web – Taste Brazil – que da información cobre la cachaça, explica cómo hacer una buena caipiriña y explica otros cócteles que se pueden hacer con cachaça.
El esfuerzo que hay que hacer es grande porque el año pasado las exportaciones de cachaça cayeron 24% a 5,75 millones de litros, de 7,3 millones en 2019.
