Hasta 2006 representante comercial viajero de Washington, Zoellick solía adoptar actitudes francamente desfavorables a los países en desarrollo. Durante su gestión, Estados Unidos apoyaba –con algunas reservas- las políticas de subsidios agrícolas aplicadas por Japón y la Unión Europea.
También le tocó iniciar la ofensiva comercial contra China, donde no pudo anotarse éxito alguno. Ahora, llegas al BM justo mientras se avecina el fin de las facultades extraordinarias presidenciales para negociar acuerdos bilaterales (“fast track”). Casi por casualidad, todo converge en el virtual colapso de la ronda Dohá.
Así lo reconoció Pascal Lamy, adalid del proteccionismo agrícola francés y, por ironía del destino, director de la Organización mundial de comercio. Poco antes, el portazo de Brasil e India marcaba el colapso de otro intento para resucitar la ronda. Nadie lo dice en voz alta, pero la suerte de Dohá se parece a la de la ronda Uruguay que, en la década anterior, acabó con la Acuerdo general sobre comercio y tarifas (GATT en inglés), antecesor de la tambaleante entidad actual.
Por supuesto, el fracaso del jueves –y el arribo de Zoellick al Banco Mundial- clausura posibilidades de acuerdo de libre comercio que –insisten sus promotores- aportará miles de millones de dólares a la economía global. Pero, por una parte, este instrumento tiene casi tantas posibilidades como el proyecto de tratado constitucional que casi zozobra en la UE. Por la otra, el mito del libre comercio es cada vez menos viable. Verbigracia, un adecuado conjunto de políticas migratorias beneficiaría mucho más a la economía del mundo, como sostienen dos informes elevados al BIRF.
El clima fue duro. Por primera vez, EE.UU. (que se quedará sin “fast track”, instrumento favorito de Zoellick) y la UE se juntaron para acusar a Brasil e India (voceros de los países en desarrollo) de “intransijencia y falta de propuesta para desbloquear tratativas durante casi seis años”. Pero sucede que ambos representan al grupo de los 20, víctimas del neoproteccionismo de EE.UU., la UE y Japón. Por supuesto, Delhi y Brasilia tacharon a ambas potencias de hipócritas, en palabras del canciller Celso Amorim.
“Europeos y estadounidenses pueden decir lo que se les ocurra, pero las mayores divergencias radican en la pertinacia de ambos y Japón en mantener subsidios agrícolas claramente desmedidos”, sostenía el brasileño, a quien respaldó telefónicamente el gobierno chino. “La suspensión de tratativas se debe a Lamy y a Peter Mandelson. El representante de la UE exige libre comercio de bienes industriales, pero no de productos agropecuarios”.
Hasta 2006 representante comercial viajero de Washington, Zoellick solía adoptar actitudes francamente desfavorables a los países en desarrollo. Durante su gestión, Estados Unidos apoyaba –con algunas reservas- las políticas de subsidios agrícolas aplicadas por Japón y la Unión Europea.
También le tocó iniciar la ofensiva comercial contra China, donde no pudo anotarse éxito alguno. Ahora, llegas al BM justo mientras se avecina el fin de las facultades extraordinarias presidenciales para negociar acuerdos bilaterales (“fast track”). Casi por casualidad, todo converge en el virtual colapso de la ronda Dohá.
Así lo reconoció Pascal Lamy, adalid del proteccionismo agrícola francés y, por ironía del destino, director de la Organización mundial de comercio. Poco antes, el portazo de Brasil e India marcaba el colapso de otro intento para resucitar la ronda. Nadie lo dice en voz alta, pero la suerte de Dohá se parece a la de la ronda Uruguay que, en la década anterior, acabó con la Acuerdo general sobre comercio y tarifas (GATT en inglés), antecesor de la tambaleante entidad actual.
Por supuesto, el fracaso del jueves –y el arribo de Zoellick al Banco Mundial- clausura posibilidades de acuerdo de libre comercio que –insisten sus promotores- aportará miles de millones de dólares a la economía global. Pero, por una parte, este instrumento tiene casi tantas posibilidades como el proyecto de tratado constitucional que casi zozobra en la UE. Por la otra, el mito del libre comercio es cada vez menos viable. Verbigracia, un adecuado conjunto de políticas migratorias beneficiaría mucho más a la economía del mundo, como sostienen dos informes elevados al BIRF.
El clima fue duro. Por primera vez, EE.UU. (que se quedará sin “fast track”, instrumento favorito de Zoellick) y la UE se juntaron para acusar a Brasil e India (voceros de los países en desarrollo) de “intransijencia y falta de propuesta para desbloquear tratativas durante casi seis años”. Pero sucede que ambos representan al grupo de los 20, víctimas del neoproteccionismo de EE.UU., la UE y Japón. Por supuesto, Delhi y Brasilia tacharon a ambas potencias de hipócritas, en palabras del canciller Celso Amorim.
“Europeos y estadounidenses pueden decir lo que se les ocurra, pero las mayores divergencias radican en la pertinacia de ambos y Japón en mantener subsidios agrícolas claramente desmedidos”, sostenía el brasileño, a quien respaldó telefónicamente el gobierno chino. “La suspensión de tratativas se debe a Lamy y a Peter Mandelson. El representante de la UE exige libre comercio de bienes industriales, pero no de productos agropecuarios”.