En el año 2008 Alberto Cavallo y Roberto Rigobon, ambos economistas del Massachusetts Institute of Technology comenzaron a revisar miles de páginas web en nuestro país para confeccionar un índice alternativo de precios que sirviera de guía a los extranjeros que necesitaban datos confiables. En un año ese índice se había convertido en el instrumento “oficial” de medición de la inflación para cualquier extranjero que miraba la economía argentina.
Los números son poderosos. El gobierno Kirchner usó cifras artificiales para magnificar el crecimiento post crisis 2001 y para minimizar la tasa de pobreza. Pero Big Data también es poderosa. En 2010 Cavallo y Rigobon actualizaron y mejoraron su índice de precios (Billion Prices Project, del MIT) que ahora produce datos diarios sobre la inflación de 20 países. Uno de esos países es Gran Bretaña.
Y esa información revela que, si bien Gran Bretaña no es Argentina y por lo tanto no manipula sus cifras en forma deliberada, igualmente esas cifras son defectuosas. La Oficina Británica de Estadísticas tiene intenciones de incorporar experiencia en recolección de datos “barriendo páginas en la Web” para perfeccionar su método. La canasta británica que mide la inflación está compuesta por 700 bienes y servicios, de los cuales 520 se recogen manualmente en 140 comercios. El resto se recoge de páginas web, catálogos o por teléfono. Para la era digital que se vive, el procedimiento corresponde a la edad de piedra.
La adopción de Big Data para afinar la precisión de la información es una decisión que todos los países van a tener que tomar tarde o temprano, el nuestro incluido.