Aunque no sea, como dicen quienes no creían en el canje, la máxima emisión de deuda entre las economías en desarrollo –“emergentes”, usando otro eufemismo-, la salida del cese selectivo de pagos sienta un precedente. Por cierto, el que la alta burocracia del FMI, los fondos buitres y la banca privada no querían crear.
Vía un comunicado, Roberto Lavagna da por concluidá la última fase de la restructuración, tras darse de baja la deuda incluida en el canje, iniciarse la entrega de los nuevos y el pago de intereses. Los nuevos valores aparecen desde este viernes en las pantallas de los mercados (donde, de paso, se enfrentan el megabuscador Google y la agencia Bloomberg’s, cuyo sitio está congelado desde el lunes).
Declarada la cesación unilateral de pagos (fin de 2001), por un efímero gobierno con el poco sensato apoyo de un congreso inconsciente de lo hacía, en septiembre de 2003 comenzó la restructuración. Se partía de lineamientos tentativos aprobados en Dubái. Desde entonces hasta hace poco, se libró una persistente y costosa campaña de medios y opinión contra la propuesta argentina de ese momento, merced a la cual operadores como Nicola Stock, Hans Humes o Charles Dallera parecían dueños de verdades reveladas. Varios ejecutivos del FMI participaron activamente en las maniobras, secundados por políticos, analistas y columnistas argentinos que, ahora, cambian de libreto.
Ya en enero último, se abrió el canje que se cerró formalmente a fin de febrero, con 76,2% de aceptación. En trueque por US$ 62.500 millones en bonos viejos, se otorgaron 35.300 millones en nuevos. Para eso, fue preciso superar una larga serie de obstáculos, que culminaron en un desmedido embargo (US$ 7.000 millones en papeles), graciosamente concedido por un juez neoyorquino a un fondo buitre.
Un ejemplar fallo político de segunda instancia lo dejó sin efecto. Uno de sus argumentos virtualmente sellaba la suerte de ulteriores pleitos, señalando que ningún acreedor privado puede poner en peligro la salud de un estado nacional (al menos, mientras no exista la figura de quiebra soberana). Poco después, la corte de casación italiana –última instancia local- rechazaba una presentación poco seria, hecha vía juzgados de paz.
Lavagna no se privó de golpear en caliente. “En su momento, muchos creyeron -quizá sigan creyendo- dos cosas: las opciones que planteaba el gobierno no eran correctas y la negociación era demasiado dura. Sobre lo primero, se optó por una alternativa racional y, en lo segundo, sólo un complejo de inferioridad mal entendido nos había impidido, durante años, asumir realidades que otros supieron reconocer”. Aludía a Malasia. Tailandia y otros “rebeldes”.
El ministro sabía que estaba ante un auditorio afecto al monetarismo neoclásico y la ortodoxia fondista, los ejecutivos financieros. Por eso mismo, la emprendió contra las huestes de Rodrigo Rato y Anup Singh: “Argentina no tiene interés en llegar a acuerdo con el FMI, si éste no respeta las condiciones necesarias para el crecimiento. No creo que un simple aumento de salarios genere inflación”. En cuanto a los bancos, les advirtió: “si no salen a buscar negocios en el sector privado ni son capaces de expandir la base de clientes, no lograrán rentabilidad sostenida”.
Luego del discurso, allegados a Lavagna señalaban que, en el país, la banca comercial no quiere o no sabe tomar riesgos crediticios. En ese plano, muestra notable retraso respecto de Brasil, Chile y hasta Méjico (detalles que el Fondo no parece notar).
Aunque no sea, como dicen quienes no creían en el canje, la máxima emisión de deuda entre las economías en desarrollo –“emergentes”, usando otro eufemismo-, la salida del cese selectivo de pagos sienta un precedente. Por cierto, el que la alta burocracia del FMI, los fondos buitres y la banca privada no querían crear.
Vía un comunicado, Roberto Lavagna da por concluidá la última fase de la restructuración, tras darse de baja la deuda incluida en el canje, iniciarse la entrega de los nuevos y el pago de intereses. Los nuevos valores aparecen desde este viernes en las pantallas de los mercados (donde, de paso, se enfrentan el megabuscador Google y la agencia Bloomberg’s, cuyo sitio está congelado desde el lunes).
Declarada la cesación unilateral de pagos (fin de 2001), por un efímero gobierno con el poco sensato apoyo de un congreso inconsciente de lo hacía, en septiembre de 2003 comenzó la restructuración. Se partía de lineamientos tentativos aprobados en Dubái. Desde entonces hasta hace poco, se libró una persistente y costosa campaña de medios y opinión contra la propuesta argentina de ese momento, merced a la cual operadores como Nicola Stock, Hans Humes o Charles Dallera parecían dueños de verdades reveladas. Varios ejecutivos del FMI participaron activamente en las maniobras, secundados por políticos, analistas y columnistas argentinos que, ahora, cambian de libreto.
Ya en enero último, se abrió el canje que se cerró formalmente a fin de febrero, con 76,2% de aceptación. En trueque por US$ 62.500 millones en bonos viejos, se otorgaron 35.300 millones en nuevos. Para eso, fue preciso superar una larga serie de obstáculos, que culminaron en un desmedido embargo (US$ 7.000 millones en papeles), graciosamente concedido por un juez neoyorquino a un fondo buitre.
Un ejemplar fallo político de segunda instancia lo dejó sin efecto. Uno de sus argumentos virtualmente sellaba la suerte de ulteriores pleitos, señalando que ningún acreedor privado puede poner en peligro la salud de un estado nacional (al menos, mientras no exista la figura de quiebra soberana). Poco después, la corte de casación italiana –última instancia local- rechazaba una presentación poco seria, hecha vía juzgados de paz.
Lavagna no se privó de golpear en caliente. “En su momento, muchos creyeron -quizá sigan creyendo- dos cosas: las opciones que planteaba el gobierno no eran correctas y la negociación era demasiado dura. Sobre lo primero, se optó por una alternativa racional y, en lo segundo, sólo un complejo de inferioridad mal entendido nos había impidido, durante años, asumir realidades que otros supieron reconocer”. Aludía a Malasia. Tailandia y otros “rebeldes”.
El ministro sabía que estaba ante un auditorio afecto al monetarismo neoclásico y la ortodoxia fondista, los ejecutivos financieros. Por eso mismo, la emprendió contra las huestes de Rodrigo Rato y Anup Singh: “Argentina no tiene interés en llegar a acuerdo con el FMI, si éste no respeta las condiciones necesarias para el crecimiento. No creo que un simple aumento de salarios genere inflación”. En cuanto a los bancos, les advirtió: “si no salen a buscar negocios en el sector privado ni son capaces de expandir la base de clientes, no lograrán rentabilidad sostenida”.
Luego del discurso, allegados a Lavagna señalaban que, en el país, la banca comercial no quiere o no sabe tomar riesgos crediticios. En ese plano, muestra notable retraso respecto de Brasil, Chile y hasta Méjico (detalles que el Fondo no parece notar).