Varios de los determinantes de los saltos cambiarios de los últimos 4 años están nuevamente presentes en la actualidad. Ante la probable aceleración de la inflación en este segundo semestre, la autoridad monetaria podría enfrentarse a una nueva disyuntiva: hacer más intenso el ritmo de la devaluación, o bien propiciar un nuevo salto cambiario.
La literatura y la experiencia muestran que el salto cambiario es una opción más ventajosa, siempre y cuando sea acompañando de un plan antinflacionario que permita anclar expectativas y resulte consistente para resolver los desequilibrios de la macro, afirma el último informe del IERAL de la Fundación Mediterránea.
Desde 2013, nuestro país ha experimentado saltos cambiarios significativos en cuatro ocasiones: a comienzos del 2014, cuando el dólar pasó de 6 a 8 pesos; a fin del 2015, cuando se unificaron los tipos de cambio y la paridad saltó de 9 a 13; en agosto de 2018, cuando la cotización subió de 28 a 40 pesos, y en agosto de 2019, cuando lo hizo de 44 a 60 pesos.
En los casos analizados, un común denominador ha sido la persistente tendencia de pérdida de reservas por parte de la autoridad monetaria; en dos de los cuatro episodios existía un importante atraso cambiario; en tres de cuatro había una preocupante desmejora del balance del BCRA, mientras que en uno de ellos se registraba una muy fuerte expansión de los pasivos remunerados (PR) de la autoridad monetaria.
Si bien actualmente el valor del tipo de cambio oficial en términos reales se encuentra en niveles razonables, otras mediciones (Paridad de Poder de Compra ajustado por productividad) muestran un atraso del orden de 10%. Las reservas, por su parte, se encuentran estancadas en la medición en términos brutos, mientras que el balance del BCRA se ha debilitado en forma significativa, a raíz del fuerte aumento de sus pasivos remunerados.