jueves, 11 de diciembre de 2025

¿Bebés inteligentes o productos de alta gama? El nuevo negocio genético de Silicon Valley

Por Norberto Luongo

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A lo largo de la sitcom The Big Bang Theory, Leonard Hofstadter menciona en varias ocasiones lo fría y distante que fue su infancia, en parte debido a la actitud hiper-racional de sus padres, ambos científicos. En particular, en el episodio “The Peanut Reaction” explica por qué nunca le celebraron un cumpleaños cuando era niño: “Mis padres se centraban en celebrar los logros personales, y ser expulsado por el canal de parto no era considerado uno de ellos”.

En un hogar donde la lógica científica regía la vida familiar de manera desproporcionada, el simple hecho de nacer no era suficiente para ser celebrado. Ahora, esta línea de pensamiento parece estar ganando rápidamente adeptos en el corazón de Silicon Valley. Allí donde la innovación tecnológica redefine constantemente los límites de lo posible, está surgiendo una nueva obsesión: crear hijos con un coeficiente intelectual superior, seleccionando embriones por su potencial cognitivo antes del nacimiento. Lo que alguna vez fue materia de ciencia ficción ahoraes una realidad concreta y creciente, impulsada por la lógica del rendimiento, la obsesión por el éxito… y una fuerte inversión de capital.

Un Mercado en Auge: La Inteligencia Como Producto

El fenómeno comienza a detectarse en agencias de búsqueda de parejas que trabajan con personas de muy alto nivel económico cuyos clientes —muchos de ellos fundadores de startups o CEOsmuchas veces buscan parejas con títulos universitarios de élite. ¿El objetivo? Maximizar el potencial genético de su descendencia.

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Como explica Jennifer Donnelly, una de las más cotizadas expertas en unir parejas de Estados Unidos (sus honorarios pueden llegar hasta medio millón de dólares), contratada para encontrar “parejas brillantes”: “No solo piensan en el amor, piensan en la genética, los resultados educativos y el legado. Quieren criar hijos de alto rendimiento”.

Pero empresas como Nucleus Genomics y Herasightvan mucho más allá, capitalizando esta tendencia, ofreciendo servicios de análisis genético para seleccionar embriones con ciertas características consideradas deseables, especialmente una alta capacidad cognitiva. Estos procedimientos pueden llegar a costar hasta $50,000 dólares, y se han convertido en una oferta popular entre ejecutivos de tecnología, científicos y emprendedores.

Éxito vs. Ética: Una Delgada Línea

Detrás de esta fiebre por la inteligencia se esconde un dilema ético profundo. ¿Es justo seleccionar embriones por su potencial intelectual? ¿Estamos creando una nueva casta genética basada en la capacidad de pagar por estos servicios?

Bioeticistas como Hank Greely, de la Universidad de Stanford, advierten sobre el riesgo de que se configure una sociedad dividida entre los “optimizados genéticos” y los demás. “Es un argumento de ciencia ficción: los ricos crean una supercasta genética, y el resto de nosotros quedamos como ciudadanos de segunda”.

Además, la ciencia aún no respalda totalmente la eficacia de estas prácticas. Según estudios, las pruebas genéticas actuales solo explican entre un 5% y 10% de las diferencias cognitivas entre individuos. La supuesta ganancia en inteligencia es, en promedio, de apenas 3 a 4 puntos de IQ. Y lo más preocupante: al seleccionar embriones por IQ, también se podrían elevar los riesgos de trastornos como el autismo o el Alzheimer.

De Padres a Productores: El Niño Como Proyecto

Quizás lo más inquietante no sea la técnica, sino el cambio de paradigma que esta tendencia implica sobre la paternidad.

Los futuros padres dejan de ser acompañantes del crecimiento de un ser humano único e impredecible, para convertirse en curadores genéticos de un proyecto de optimización personal, viabilizado a través de hojas de cálculo.

Este fenómeno no solo plantea preguntas científicas y éticas, sino que reconfigura profundamente el papel de los padres, que desde el vamos comienzan por recurrir a una fecundación in vitro, no ya por dificultades o imposibilidad de concepción, sino para dar comienzo a algo que muchos creen asemejarse a un proyecto de ingeniería.

No es casual que muchos de estos padres provengan de entornos tecnológicos, donde lo medible, lo predecible y lo escalable son valores centrales. Como señaló uno de los entrevistados: “Creamos una hoja de cálculo con todos los embriones y evaluamos el riesgo de Alzheimer, bipolaridad, TDAH… y, claro, su IQ estimado. Hicimos una matriz de decisión”. El embrión con mejor puntuación total, fue el elegido. Esa niña ya ha nacido.

Lo que antes era un acto íntimo, cargado de emoción y esperanza, hoy se convierte en un proceso logístico, estratégico y comercial. ¿Hasta qué punto el deseo de tener “lo mejor” termina por vaciar el sentido mismo de ser padres?

¿Más Genios Para Salvarnos de la IA?

Algunos defensores de esta tendencia aseguran que todo tiene un fin noble. Para un grupo de científicos y pensadores racionalistas en Berkeley, crear humanos más inteligentes no es un lujo, sino una necesidad urgente ante el desarrollo acelerado de la inteligencia artificial.

Tsvi Benson-Tilsen, matemático y fundador del Berkeley Genomics Project, sostiene que necesitamos más genios para evitar que la IA destruya a la humanidad. “Si queremos sobrevivir, debemos aumentar la capacidad intelectual humana. Esto es parte de la solución”, dice. Las comparaciones con programas eugenésicos del pasado no son gratuitas: aunque hoy la elección recae en los padres y no en el Estado, la lógica subyacente es similar.

Sin embargo, incluso si aceptamos ese argumento pragmático, el debate de fondo sigue vigente: ¿A qué precio? ¿Estamos preparados para un futuro en el que las cualidades humanas más valoradas puedan ser diseñadas, compradas y vendidas?

Conclusión: Humanos, No Proyectos

Tener hijos sanos que, como adultos, puedan desarrollar al máximo todas sus potencialidades físicas e intelectuales no es algo nuevo, sino una legítima, comprensible y noble aspiración de la humanidad desde el comienzo de su existencia racional.

Pero el salto que hoy propone Silicon Valley no es simplemente educativo ni cultural, sino biotecnológico, porque de lo que se trata no es solo de criar, sino de crear (¿diseñar?) hijos especiales, poniendo además en juego no solo el futuro de la genética reproductiva, sino la visión misma de lo que significa ser padre, madre, hijo o hija.

Cuando el deseo de éxito se une con el poder del capital y la tecnología, la tentación de diseñar descendencia “superior” deja de parecer ficción distópica. El resultado, sin embargo, no necesariamente será una sociedad más justa ni más feliz, sino posiblemente una más dividida, más exigente y menos humana.

Como advertía uno de los entrevistados, quizás sería más sencillo —y definitivamente más divertido— buscar la inteligencia en el amor y la educación, no en los laboratorios. Y esa, quizás, sea una inteligencia que ningún algoritmo pueda prever.

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