Tercerización: ¿panacea o tumba para las grandes marcas?…

La mayoría de las empresas no quiere tocar el asunto, pero el auge del “outsourcing” es arma de dos filos. En efecto, cada vez más contratistas fabrican en exceso y lo venden por la puerta de atrás.

6 junio, 2006

Por lo común, el método consiste en agregar un turno de noche en las plantas, sin que se enteren la compañías propietarias de marcas registradas, patentes y derechos en general. Como en otros aspecto, en éste juegan adelantos tecnológicos en impresión, escaneo, modelos tridimensionales y otras formas de facilitar –y abaratar- técnicas o ingeniería reversibles. Eso explica que las falsificaciones resulten tan convincentes, aun para expertos.

Pero existe otro factor. Hoy que las empresas occidentales tercerizan masivamente de todo vía plantas en el exterior (particularmente, China, India, el sudeste asiático), de pronto descubren haber confiado su sagrada propiedad intelectual –marcas, diseños, tecnología, especificaciones y otros secretos- a subcontratistas esparcidos por medio planeta, no siempre escrupulosos.

Al respecto, hay un ejemplo emblemático, las zapatillas “New balance”. En 1996, la firma ordenó a su licenciatario chino, Horace Chan, dejar de producir y vender el diseño clásico. El hombre se negó y el modelo sigue disponible en Shanghai; ahora se llama Henkee (“henkí”), marca registrada por el ex tercerizador.

Esto es frecuente en materia de calzado deportivo porque (a) las grandes marcas suelen ser demasiado caras y, en el fondo, iguales entre sí; (b) la rotación de modelos –a menudo sin cambios reales- es excesiva y (c) en países periféricos es muy difícil diferenciar entre productos reales y truchos. Cualquiera que recorre las gigantescas ferias –algunas, nocturnas- más allá del puente de la Noria puede observar el fenómeno. Argentina, en efecto, muestra una simbiosis dinámicas entre chinos o coreanos hábiles en copiar y mano de obra boliviana o peruana, sumamente eficiente.

En escala global, es casi imposible controlar cadenas de abastecimientos. Así, la tecnología informática se filtra por miles de agujeros en perpetuo movimiento. De lejos, la forma más simple y eficaz, en Asia oriental y meridional, es el “turno de noche o turno fantasma” (que en Buenos Aires caracteriza no la fabricación, sino la venta al público). Verbigracia, una firma norteamericana ordena 100.000 vestidos a un tercerizador asiático. El contratista cubre el pedido vía turnos diurnos, pero al mismo tiempo produce otros 50.000 conjuntos de noche, a veces hasta empleando materiales de inferior calidad, que vende en negro con marca original y todo.

A veces, inclusive los propietarios de marcas o patentes no pueden determinar si un producto no autorizado es falso (lleva una marca, sin permiso para hacerlo) o sólo resultado de turnos fantasmas. A fines de 2001, por ejemplo, Too Inc., que maneja la cadena Limited Too, descubrió que TJ Maxx (vendía 30 modelos de prendas para chicas con descuento) tenía en existencia 650.000 conjuntos, muchísimos más de los autorizados por la marca. Hecha la demanda, TJ Maxx admitió no saber a ciencia cierta si los vestidos eran falsificaciones o productos de turnos fantasmas.

Aparte, los turnos piratas suelen aprovecharse como paraguas para todo tipo de fabricación no autorizada, por parte de los mismos tercerizadores. Una variante muy común surge cuando el dueño de una marca, proceso o tecnología ordena suspender una línea de productos y el contratista no lo hace. “Uno se ha enseñado a una empresa a fabricar algo determinado –señalan algunos expertos chinos- y tal vez esa gente no sepa hacer otra cosa. Entonces, las licencias poco valen”. En un contexto más amplio, el turno de noche es apenas parte de un problema mayor: las innumerables formas en que las compañías pierden control de sus patentes, sólo por confiar en la cadena de tercerización. Así, las filtraciones en TI son comunes en Bangalur y otros centros indios, pero se las silencia.

“Al tercerizar, se entregan especificaciones, planos, gráficos y la mar en coche”, señala Peter Humphrey, director de China Whys, una consultora en gestión de riesgo ubicada en Shanghai. “Entonces, lo más frecuente es que el subcontratista acuda a un hermano o tío, que también tiene fábrica. En breve lapso, hay diez, veinte clones haciendo excelentes copias del mismo producto, programa o sistema”. A mediados de los años 90, recuerda Ping Deng (dicta administración de negocios, universidad de St.Louis), Yamaha encaró tres emprendimientos conjuntos en China para fabricar motocicletas. Poco después, uno de los socios estaba vendiéndoles tecnología de punta a competidores. En pocos meses, se vendían al público Yamaha falsas y, ya a principios de 200, cinco de cada seis motos de esa marca eran truchas (pero buenas).

Variaciones sobre los mismos temas ocurren en computación, TI, telefonía celular, farmoquímica y otros sectores donde las firmas propietarias de patentes han invertido mucho en invstigación y desarrollo. Sólo para que avispados chinos, hindúes, pakis, malayos, tai, viet o indonesios inunden los mercados con copias ilegales o fabricadas durante turnos fantasmas.

Por lo común, el método consiste en agregar un turno de noche en las plantas, sin que se enteren la compañías propietarias de marcas registradas, patentes y derechos en general. Como en otros aspecto, en éste juegan adelantos tecnológicos en impresión, escaneo, modelos tridimensionales y otras formas de facilitar –y abaratar- técnicas o ingeniería reversibles. Eso explica que las falsificaciones resulten tan convincentes, aun para expertos.

Pero existe otro factor. Hoy que las empresas occidentales tercerizan masivamente de todo vía plantas en el exterior (particularmente, China, India, el sudeste asiático), de pronto descubren haber confiado su sagrada propiedad intelectual –marcas, diseños, tecnología, especificaciones y otros secretos- a subcontratistas esparcidos por medio planeta, no siempre escrupulosos.

Al respecto, hay un ejemplo emblemático, las zapatillas “New balance”. En 1996, la firma ordenó a su licenciatario chino, Horace Chan, dejar de producir y vender el diseño clásico. El hombre se negó y el modelo sigue disponible en Shanghai; ahora se llama Henkee (“henkí”), marca registrada por el ex tercerizador.

Esto es frecuente en materia de calzado deportivo porque (a) las grandes marcas suelen ser demasiado caras y, en el fondo, iguales entre sí; (b) la rotación de modelos –a menudo sin cambios reales- es excesiva y (c) en países periféricos es muy difícil diferenciar entre productos reales y truchos. Cualquiera que recorre las gigantescas ferias –algunas, nocturnas- más allá del puente de la Noria puede observar el fenómeno. Argentina, en efecto, muestra una simbiosis dinámicas entre chinos o coreanos hábiles en copiar y mano de obra boliviana o peruana, sumamente eficiente.

En escala global, es casi imposible controlar cadenas de abastecimientos. Así, la tecnología informática se filtra por miles de agujeros en perpetuo movimiento. De lejos, la forma más simple y eficaz, en Asia oriental y meridional, es el “turno de noche o turno fantasma” (que en Buenos Aires caracteriza no la fabricación, sino la venta al público). Verbigracia, una firma norteamericana ordena 100.000 vestidos a un tercerizador asiático. El contratista cubre el pedido vía turnos diurnos, pero al mismo tiempo produce otros 50.000 conjuntos de noche, a veces hasta empleando materiales de inferior calidad, que vende en negro con marca original y todo.

A veces, inclusive los propietarios de marcas o patentes no pueden determinar si un producto no autorizado es falso (lleva una marca, sin permiso para hacerlo) o sólo resultado de turnos fantasmas. A fines de 2001, por ejemplo, Too Inc., que maneja la cadena Limited Too, descubrió que TJ Maxx (vendía 30 modelos de prendas para chicas con descuento) tenía en existencia 650.000 conjuntos, muchísimos más de los autorizados por la marca. Hecha la demanda, TJ Maxx admitió no saber a ciencia cierta si los vestidos eran falsificaciones o productos de turnos fantasmas.

Aparte, los turnos piratas suelen aprovecharse como paraguas para todo tipo de fabricación no autorizada, por parte de los mismos tercerizadores. Una variante muy común surge cuando el dueño de una marca, proceso o tecnología ordena suspender una línea de productos y el contratista no lo hace. “Uno se ha enseñado a una empresa a fabricar algo determinado –señalan algunos expertos chinos- y tal vez esa gente no sepa hacer otra cosa. Entonces, las licencias poco valen”. En un contexto más amplio, el turno de noche es apenas parte de un problema mayor: las innumerables formas en que las compañías pierden control de sus patentes, sólo por confiar en la cadena de tercerización. Así, las filtraciones en TI son comunes en Bangalur y otros centros indios, pero se las silencia.

“Al tercerizar, se entregan especificaciones, planos, gráficos y la mar en coche”, señala Peter Humphrey, director de China Whys, una consultora en gestión de riesgo ubicada en Shanghai. “Entonces, lo más frecuente es que el subcontratista acuda a un hermano o tío, que también tiene fábrica. En breve lapso, hay diez, veinte clones haciendo excelentes copias del mismo producto, programa o sistema”. A mediados de los años 90, recuerda Ping Deng (dicta administración de negocios, universidad de St.Louis), Yamaha encaró tres emprendimientos conjuntos en China para fabricar motocicletas. Poco después, uno de los socios estaba vendiéndoles tecnología de punta a competidores. En pocos meses, se vendían al público Yamaha falsas y, ya a principios de 200, cinco de cada seis motos de esa marca eran truchas (pero buenas).

Variaciones sobre los mismos temas ocurren en computación, TI, telefonía celular, farmoquímica y otros sectores donde las firmas propietarias de patentes han invertido mucho en invstigación y desarrollo. Sólo para que avispados chinos, hindúes, pakis, malayos, tai, viet o indonesios inunden los mercados con copias ilegales o fabricadas durante turnos fantasmas.

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